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Dios santo. Se aferró al brazo del sofá para no perder el equilibrio y dobló las rodillas lentamente para sentarse, estupefacto al comprender todo lo que aquella advertencia implicaba.

Sólo había una explicación posible para las palabras de Elizabeth, una sola manera de que supiese lo que podía ocurrir.

Había adivinado que alguien corría peligro en las ruinas. Había previsto que habría un disparo… y una muerte. Pero en lugar de Austin, como ella creía, la víctima fue James Kinney.

Elizabeth no sólo poseía una intuición extraordinaria, sino que de hecho podía ver sucesos del pasado y del futuro. ¿Cómo era posible?

Estaba atónito. No había una explicación científica ni lógica para su desconcertante don, pero él ya no podía negar que lo poseía.

Las visiones de Elizabeth eran reales.

Y si sus visiones eran reales…

Su corazón dejó de latir por unos instantes y se quedó sin aliento, La noche que la conoció… en el jardín…, ella le dijo que había visto a William.

Y le aseguró que estaba vivo.

Dios. ¿Era posible que su hermano siguiese con vida?

Elizabeth fue a abrir la puerta de su alcoba ante los golpes insistentes. Austin irrumpió en la habitación.

– ¿Estamos solos? -preguntó.

– Sí. -Ella cerró la puerta y lo observó. Su sonrisa se desvaneció de inmediato-. ¿Ocurre algo malo?

– Tengo que hablar contigo.

– ¿Sobre qué?

Se acercó a su mujer y se detuvo a dos palmos de distancia.

– Tócame -susurró. Al ver que ella vacilaba, alargó los brazos y la asió por las muñecas-. Ponme las manos encima. -Ella le colocó las palmas sobre la camisa y él posó sus manos encima-. ¿Qué ves?

Confundida por su petición, pero conmovida por el apremio que percibía en su voz, abrió los dedos sobre la fina batista. Sintió los latidos de Austin contra sus palmas. Una miríada de imágenes desfiló por su mente y ella cerró los ojos, intentando encontrar algún sentido en ellas. Y de pronto lo consiguió.

Abrió los ojos de golpe.

– Has descubierto algo sobre el disparo que oí. Alguien recibió un tiro.

– Sí -dijo él, asintiendo despacio con la cabeza-. Se llamaba James Kinney, y era el alguacil de Bow Street que yo había contratado para que localizara a Gaspard. Tenía información para mí.

– Y alguien lo mató.

– Sí.

– ¿Gaspard?

– Eso creo. -Respiró hondo-. Elizabeth, la noche que nos conocimos me dijiste que William estaba vivo. -Apretó con más fuerza las manos de ella contra su pecho-. ¿Estás segura? ¿Puedes verlo? ¿Puedes decirme dónde está?

Ella se quedó muy quieta. Por unos instantes dejó de respirar y unas lágrimas calientes asomaron a sus ojos.

– Dios mío, ahora me crees. Ahora crees que tengo visiones.

– Sí, te creo -dijo él, clavando en ella su ardiente mirada-. No puede haber otra explicación para todo lo que sabes. ¿Puedes ayudarme a encontrar a William?

– Me… me gustaría, pero no sé si puedo. Tengo muy poco control sobre las visiones. Son impredecibles. A veces, cuando más anhelo ver alguna cosa las visiones no se presentan.

– ¿Lo intentarás?

– Sí, sí, desde luego.

La desesperación que transmitía la voz de Austin la impulsó a actuar. Le agarró las manos, las sujetó con firmeza entre las suyas y cerró los ojos. Rezó porque le viniesen a la mente las respuestas que él buscaba, pero las respuestas no acudieron. Decidida, se concentró más, hasta que sintió que tenía la cabeza a punto de estallarle. Y entonces lo vio.

Al abrir los ojos miró su rostro severo, deseando tener mejores noticias que comunicarle.

– ¿Has visto algo?

– Está vivo, Austin. Pero… está en peligro.

La cara de Austin palideció.

– ¿Dónde está?

– No lo sé.

– ¿Lo tienen cautivo?

– Lo siento… No lo sé con certeza.

Él extrajo una carta doblada de su bolsillo y se la entregó.

– ¿Sacas algo en claro de esto?

Ella apretó el papel de vitela entre sus manos y cerró los párpados.

– Percibo el mal. Una amenaza. Percibo un vínculo con William. Quienquiera que haya escrito esto tiene alguna relación con tu hermano.

Abrió los ojos y le devolvió la carta, que él se guardó de nuevo en el bolsillo.

– ¿Ves alguna otra cosa?

– Sólo tengo la vaga impresión de que pronto habremos de viajar a algún sitio. -Ella escrutó su rostro, que parecía esculpido en piedra, y se le cortó la respiración-. Dios santo, estás pensando en volver al barrio de la ribera.

– Tengo que hacerlo. Ahora es más importante que nunca que encuentre a Gaspard.

Ella asintió con la cabeza lentamente.

– Muy bien. Pero esta vez iré contigo.

– De ninguna manera. Gaspard es aún más peligroso de lo que creía. No puedo permitir…

– Yo no puedo permitir que vayas sin mí. Quizá logre percibir su presencia. Me niego terminantemente a discutir contigo. En cuanto al problema que supone llevar a una dama al barrio ribereño, hay una solución muy sencilla.

– Desde luego que la hay: dejarte en casa.

– Me disfrazaré de hombre -prosiguió ella como si no lo hubiera oído. Aprovechando su silencio atónito, se apresuró a añadir-: ¿No ves que es un plan perfecto? Soy lo bastante alta para pasar por un hombre. Lo único que tengo que hacer es vestirme del modo conveniente y taparme el pelo con un sombrero.

– Esa idea no tiene nada de conveniente, Elizabeth.

– Sólo sería inconveniente si se lo dijésemos a alguien. No tengo ninguna intención de hablar de esto con nadie, ¿tú sí?

– ¿Y si alguien se diera cuenta de que vas disfrazada? -Sacudió In cabeza-. Demonios, no puedo creer que te haya preguntado eso, como si estuviese considerando siquiera esa locura…

– ¿Están bien iluminados esos lugares?

– No, pero…

– ¿Están muy concurridos?

– Por lo general sí, pero…

– Entonces no creo que debamos preocuparnos. No seré más que otro hombre en un local atestado y en penumbra. -Alzó la barbilla en un gesto desafiante-. Bueno, y ahora ¿qué te parece si vamos a buscar un atuendo de caballero para mí?

– No recuerdo haber dado mi aprobación a este plan descabellado.

– Tal vez no, pero estoy segura de que te disponías a hacerlo. -Le apretó las manos-. Esto saldrá bien, Austin, lo sé. Te ayudaré a encontrar a Gaspard. Y a William.

Austin fijó la vista en su cara, que estaba muy seria. Ahora la creía sin el menor asomo de duda. Podía ayudarlo. Pero él no quería que con este fin pusiese en peligro su propia seguridad.

– Deja que haga esto por ti -le pidió ella en voz baja-. Al menos deja que lo intente. Sólo una vez.

Él exhaló un lento suspiro, disgustado consigo mismo por tener en cuenta su proposición, y ser incapaz de pasada por alto. ¿Cómo iba a rechazar una oportunidad de encontrar a William con vida y frustrar los planes de Gaspard?

La miró fijamente.

– Supongo que podríamos intentarlo…

– Por supuesto que podemos.

– Permanecerás a mi lado…

– En todo momento. Te lo juro.

– Creo que no me has dejado terminar una sola frase en los últimos cinco minutos.

– Mmm. Tal vez tengas razón. Por otro lado, fíjate en el tiempo que con ello nos hemos ahorrado.

Austin retiró las manos de las de ella y le enmarcó el rostro.

– No permitiré que te pase nada. Lo juro.

Una sonrisa que irradiaba ternura se dibujó en los labios de ella.

– Lo sé, Austin. Me siento totalmente a salvo contigo.

El corazón se le llenó de afecto hacia ella al oír esa frase sencilla. Su fe y su confianza en él le daban una lección de humildad. Y le producían un sentimiento de culpa. Maldición, la estaba utilizando, aprovechándose de su don para sus propios fines, pero tenía que encontrar a Gaspard. Y a William. Dios bendito, a William…