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Pero él iba a desterrar ese temor con sólo dos palabras.

– Elizabeth, te qui…

– Te mentí.

Definitivamente no era la frase que esperaba oír.

– ¿Cómo dices?

En lugar de contestarle, ella se soltó de sus manos y recogió su camisón del suelo. Se lo ajustó, juntó los bordes del escote para cubrirse el pecho y le pasó a Austin su bata de seda. Él se la puso y anudó el cordón, observando a Elizabeth, que se apartaba lentamente de él. Sólo cuando se halló a varios pasos de distancia su esposa volvió a hablar:

– Te mentí sobre los motivos por los que estoy en Inglaterra.

– ¿En serio? ¿No viniste a ver a tu tía?

– No. Vine a vivir con ella.

– Cariño, yo no llamaría a eso una mentira.

Austin extendió los brazos hacia Elizabeth, pero ella sacudió la cabeza y retrocedió un paso.

– No lo entiendes. Tenía que venir aquí. No quería, pero no tenía otro sitio adonde ir.

– ¿A qué te refieres?

Ella respiró hondo antes de responder:

– Después de la muerte de mi padre, no soportaba vivir sola en nuestra casa. Además de que se consideraba casi indecoroso que una mujer soltera viviese sola, a decir verdad, echaba mucho de menos la compañía de otras personas. Los Longren, primos lejanos por parte de mi padre, residían en la misma población que yo y me invitaron a vivir con ellos. Parecía una solución perfecta ya que yo los quería mucho y su hija Alberta era mi mejor amiga, así que vendí mi casa y me mudé con ellos.

Austin reconoció el apellido Longren como uno de los que había mencionado Miles.

– Continúa.

– Me encantaba formar parte de su familia, y los hijos más jóvenes, unos diablillos los tres, eran una delicia. Durante casi dos años todo marchó de maravilla. -Se retorció los dedos, mirando la alfombra-.Y entonces Alberta conoció a David.

Él la contempló, obligándose a guardar silencio, para dejar que ella terminase su historia.

– David llegó al pueblo desde Boston, donde trabajaba en una caballeriza. Se le daban muy bien los caballos y era un magnífico herrador, de modo que el señor Longren lo contrató de inmediato en su cuadra. David era un joven muy atractivo, y todas las damas se quedaron prendadas de él.

Austin apretó los puños.

– ¿Tú también?

– Debo reconocer que, cuando lo conocí, me pareció apuesto y encantador. -Hizo una pausa y luego añadió en voz baja-: Pero entonces lo toqué.

– ¿Y qué viste?

– Mentiras. Engaños. Nada concreto, pero sabía que no era como todos creíamos. Me obligué a borrar esa impresión de mi mente. Después de todo, mientras trabajase de firme para el señor Longren, no era asunto mío que hubiese sido mentiroso en el pasado. Me persuadí de que estaba emprendiendo una nueva vida y merecía una segunda oportunidad. Pero varias semanas después, Alberta me contó que estaba enamorada de David. -Empezó a pasearse de un lado a otro de la habitación-. Me quedé muy preocupada. Le advertí con tacto que no lo conocía muy bien, pero ella no me escuchó. Nadie en el pueblo, incluida Alberta, sabía lo de mis visiones. No las tenía muy a menudo, y, como tú bien sabes, no resultan fáciles de creer ni de aceptar, así que dudé en decírselo, sobre todo porque el peligro que había percibido era muy vago. Además, por nada del mundo quería correr el riesgo de equivocarme y destrozar la felicidad de Alberta inútilmente.

»Tenía que saber más, averiguar si, en efecto, él era una persona poco honorable. Para eso debía volver a tocarlo, o por lo menos tocar alguna de sus pertenencias. -Tomó una estremecida bocanada de aire y prosiguió, con voz agitada-: Al día siguiente visité la caballeriza para hablar con David. Palpé sus herramientas e incluso logré tomado de la mano con el pretexto de examinar un corte que se había hecho en el dedo. Y mis sospechas se vieron confirmadas.

– ¿Qué había hecho?

– No lo supe exactamente, pero intuí que se había marchado de Boston a causa de un escándalo. Sabía que era un embustero y un tramposo. Sabía que necesitaba dinero y que los Longren eran una familia acomodada. Pero lo peor de todo era que sabía que iba a romperle el corazón a Alberta. Rogué porque sus sentimientos hacia él cambiaran, pero dos semanas después ella y David anunciaron que pensaban casarse al cabo de un mes. -Su voz descendió hasta convertirse en un susurro-. No sabía qué hacer. Ella estaba muy enamorada de él, pero iba a cometer un terrible error. De nuevo intenté avisarla con indirectas, pero fue inútil. Finalmente, el día anterior a la boda, le dije no que había tenido una visión, sino que tenía motivos para creer que David era un hombre deshonesto y que no le convenía. Que no le causaría más que dolor.

La angustia en su voz le partió el alma a Austin.

– ¿Y qué dijo ella?

Elizabeth soltó un resoplido.

– Se negó en redondo a escucharme. Después me acusó de estar celosa, de querer quitarle a David. Él le había hablado de mi visita a la cuadra y al parecer la había convencido de que yo tenía la intención de conquistarlo. No podía creer que ella me considerase capaz de eso.

– ¿Y le contaste lo de tus visiones?

– Lo intenté, pero ella no quiso escuchar una palabra más. Estaba muy enfadada conmigo por intentar arrebatarle su felicidad y al hombre que amaba. Me dijo que no quería verme en su boda. Que no quería verme nunca más. -Se detuvo justo enfrente de él, que al ver sus ojos empañados en lágrimas sintió una gran compasión-. Me dijo que hiciera las maletas y me marchara de la casa de su familia.

– Elizabeth. -Intentó tocada, pero ella se apartó.

– Tal vez si le hubiese contado antes mi capacidad de ver el pasado y el futuro ella me habría creído. No lo sé. Pero juré en ese momento y en ese lugar que nunca volvería a callarme cuando tuviese una premonición, sobre todo si estaba relacionada con la felicidad de alguien. -Abrió los brazos en un gesto de impotencia-. No volví a tener visiones hasta la noche en que te conocí. Por eso te dije que había visto a William. -Después de cerrar los ojos un momento, continuó-: El señor y la señora Longren se sorprendieron de mi marcha, pero estaban de parte de Alberta, y ella insistía en que me fuera. Sabía que en el fondo ella estaba pasándolo mal. Me quería, pero quería más a David. Junté mis cosas y me fui esa misma tarde. Dejé a Parche con ellos. Era demasiado viejo para viajar y los niños lo querían tanto como yo.

Se le quebró la voz, y él la imaginó marchándose de su hogar, sola, llena de desesperación. Maldita sea, oída lo estaba desgarrando por dentro.

– ¿Y qué hiciste?

– Caminé hasta el pueblo y retiré mis ahorros del banco. No tenía adonde ir, y quería marcharme lo más lejos posible. Conseguí transporte para la costa. Una vez allí, adquirí un pasaje en el Starseeker y contraté a una acompañante. Le mandé una carta a tía Joanna anunciándole mi llegada. Me siento afortunada y muy agradecida por su acogida.

– ¿Sabes qué ocurrió con Alberta y David?

– No. Todos los días rezo por su felicidad, pero sé que sólo es cuestión de tiempo que Alberta acabe con el corazón roto.

A Austin le faltaban las palabras. No sabía cómo consolarla, pero sabía que debía intentarlo. La mirada atormentada de Elizabeth lo estaba destrozando.

– Siento mucho que tuvieras que pasar por eso, cariño -dijo-, pero por muy triste que fuera para ti abandonar tu hogar, gracias a eso estamos juntos. -Le tendió la mano.

Ella se quedó mirándola inexpresivamente por un momento y luego alzó la vista hacia sus ojos. La expresión de su esposa alarmó a Austin. Era como si se hubiese quedado sin energía, sin vitalidad, y en cambio se hubiese llenado de una angustia y un sentimiento de culpa inenarrables.

– Hay algo más, Austin. Tuve otra visión. Anoche.