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– Me temo que no soy el gran éxito social de la temporada. Por lo general, la gente habla más sobre mí que dirigiéndose a mí.

– Pero sin duda su tía la mantiene al corriente de los cotilleos.

Ella esbozó una sonrisa irónica.

– Para ser sincera, excelencia, debo deciros que mi tía prácticamente no habla de otra cosa que de la alta sociedad de Londres. La quiero mucho, pero después de cinco minutos de ese tipo de charla me temo que mis oídos dejan de escuchar.

– Entiendo. Hábleme más de esa, eh, esa visión que ha tenido de William.

– He visto a un joven vestido con un uniforme militar. Estaba herido, pero vivo. Sólo sé que se llama William y que es muy importante para vos. -Clavó sus atribulados ojos en él-. Creéis que está muerto, pero no lo está. De eso estoy segura.

– Mantiene usted esa teoría descabellada, pero no me aporta pruebas.

– No… Por el momento.

– ¿Y eso qué significa?

– Si pasamos un tiempo juntos, quizá pueda deciros más. Mis visiones son imprevisibles y por lo general sólo consisten en breves destellos, pero normalmente las tengo cuando toco algo, en especial las manos de una persona.

Austin enarcó las cejas.

– En otras palabras, si vamos por ahí de la manita, tal vez usted consiga ver algo más.

La mirada de Elizabeth se enturbió ante el sarcástico comentario.

– Comprendo vuestro escepticismo, y es por eso por lo que no suelo revelar mis premoniciones.

– Y sin embargo, ha revelado ésta.

– Sí, porque la última vez que me quedé callada lo pagué muy caro. -Frunció el entrecejo-. ¿Acaso no os alegráis de saber que vuestro hermano está vivo?

– Por lo que yo sé, mi hermano está muerto. Y no toleraré que mencione esta absurda visión a nadie más, y menos aún a mi madre o a mi hermana. Sería terriblemente cruel darles esperanzas cuando en realidad no hay motivo para albergadas. ¿Está claro?

Ella lo miró con fijeza durante varios segundos. Su tono duro y amenazador no dejaba lugar a dudas.

– Respetaré vuestra voluntad, excelencia. Como sabéis, mi tía y yo seremos vuestras invitadas durante unas semanas. Si cambiáis de opinión y aceptáis mi ayuda, no os costará encontrarme. Ahora estoy muy cansada y desearía retirarme. Buenas noches, excelencia.

Él la siguió con la vista mientras ella subía las escaleras hacia las habitaciones de los invitados. «Desde luego que me ayudará, señorita Matthews. Si de verdad sabe algo de William, no tendrá elección.»

Austin tardó varios minutos en localizar a Miles Avery en la atestada sala de baile. Cuando finalmente avistó a su amigo, no le sorprendió que el gallardo conde estuviese rodeado de mujeres. Maldita sea, esperaba no tener que arrastrar a Miles de los pelos para apartado de ese grupo que a todas luces lo admiraba.

Sin embargo, pudo ahorrarse esa tarea tan desagradable, pues Miles advirtió que Austin se aproximaba. Éste dirigió una mirada significativa a su amigo y señaló con un movimiento de la cabeza el pasillo que conducía a su estudio; acto seguido se encaminó hacia allí, seguro de que Miles llegaría poco después que él. Tras más de dos décadas de amistad, se entendían bien.

Apenas había terminado de servir dos copas de brandy cuando oyó que alguien llamaba discretamente a la puerta.

– Adelante.

Miles entró en el estudio y cerró la puerta a su espalda. Sonreía de un modo algo forzado.

– Ya era hora de que reaparecieras. He estado buscándote por todas partes. ¿Dónde te ocultabas?

– He dado un paseo por el jardín.

– ¿Ah sí? ¿Has estado admirando las flores? -Los ojos de Miles destellaron con malicia-. ¿O quizá disfrutabas de las delicias de la naturaleza de un modo más… sensual, por así decido?

– Ninguna de las dos cosas. Simplemente he salido en busca de algo de paz y tranquilidad.

– ¿Y has tenido éxito en tu búsqueda?

La imagen de la señorita Matthews le vino a Austin a la mente.

– Me temo que no. ¿Por qué querías verme?

El brillo burlón en los ojos de Miles se intensificó.

– Para cantarte las cuarenta. ¿Qué clase de amigo eres que me has abandonado así, sin más? Casi nunca asistes a las fiestas ni sufres el acoso de vírgenes sedientas de matrimonio, e incluso cuando el baile se celebra en tu casa te pierdes de vista. Lady Digby y su pelotón de hijas me han arrinconado detrás de una maceta con una palmera. Aprovechándose de tu ausencia, lady Digby me ha endilgado a las mocosas, unas cabezas de chorlito bastante tontas que encima bailaban pésimamente. Mis pobres y machacados dedos de los pies no volverán a ser lo que eran. -Con el semblante impasible, Miles prosiguió-. Por otra parte, ese grupo del que me acabas de arrancar parecía mucho más prometedor. Las señoritas estaban pendientes de mis palabras. ¿Has visto las perlas de sabiduría que desgranaban mis labios?

Austin lo observó por encima del borde de su copa.

– No logro comprender por qué te divierte tanto la falsa adoración de unas cabezas huecas. ¿Nunca llega a hartarte?

– Por supuesto. Sabes cuánto detesto que unas féminas núbiles de cuerpos lozanos y curvas sinuosas se abalancen sobre mí. Me estremezco de horror sólo con pensar en ello. -Miles se disponía a beber un sorbo de su brandy, pero detuvo su mano a medio camino-. Oye, Austin, ¿te encuentras bien? Tienes un aspecto un tanto paliducho.

– Gracias, Miles. Tus halagos siempre suponen un gran consuelo para mí. -Tomó un trago largo de brandy, intentando encontrar las palabras adecuadas-. En respuesta a tu pregunta, estoy un poco nervioso. Ha ocurrido algo y necesito que me hagas un favor.

La expresión humorística se borró al instante del rostro de Miles.

– Sabes que no tienes más que pedírmelo.

A Austin se le escapó un suspiro que había estado reprimiendo sin darse cuenta. Desde luego que podría contar con Miles, como siempre. El hecho de ocultarle secretos a ese hombre que había sido su mejor amigo desde la infancia lo hacía sentir culpable. «Es por su propio bien por lo que no le he contado las circunstancias en que se desarrollaban las actividades de William durante la guerra», se dijo.

– Necesito que hagas unas indagaciones discretas.

Un brillo de interés se encendió en los negros ojos de Miles.

– ¿Sobre qué?

– Sobre cierta dama.

– Ah, entiendo. ¿Ansioso por atarte al yugo matrimonial? -Antes de que Austin pudiese contradecirlo, Miles continuó, imparable-. La verdad es que no te envidio. No hay una sola mujer en el mundo con la que yo quiera compartir la mesa a diario. Sólo de oír las palabras «hasta que la muerte os separe» me dan escalofríos de espanto. Pero supongo que debes atender a las obligaciones inherentes a tu título, y ya no eres un jovencito. Cada día doy gracias a Dios por el hecho de que mi primo Gerald pueda heredar mi título. Por supuesto, Robert puede heredar el tuyo, pero ambos sabemos que tu hermano pequeño tiene tantas ganas de ser duque como de contraer la viruela. De hecho…

– Miles. -Esa única palabra, pronunciada con brusquedad, interrumpió el flujo de palabras.

– ¿Sí?

– No me refiero a ese tipo de dama.

Una sonrisa de complicidad se dibujó en los labios de Miles.

– Ajá. No digas más. Necesitas información sobre alguien que no es precisamente… una candidata virtuosa apropiada para ti. Entiendo. -Le guiñó el ojo a Austin-. Ésas son las más divertidas.

La frustración comenzó a apoderarse de Austin, pero hizo un esfuerzo por mantener la compostura.

– La dama a quien quiero que investigues es la señorita Elizabeth Matthews.

Miles arqueó las cejas.

– ¿La sobrina americana de lady Penbroke?

Austin intentó mostrar una indiferencia que no sentía.

– ¿La conoces?

– He coincidido con ella en varias ocasiones. A diferencia de algunos insociales que todos conocemos, yo he asistido a varios bailes esta temporada…, bailes a los que también asistieron lady Penbroke y la señorita Matthews. ¿Quieres que te la presente?