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– Nos hemos conocido hace un rato, en el jardín.

– Ah. -Aunque una docena de interrogantes brillaron en los ojos de Miles, se limitó a preguntar-: ¿Qué quieres saber sobre ella?

Austin quería saberlo todo sobre ella.

– Puesto que ya la conoces, dime qué impresión te causó.

Miles se tomó tiempo para contestar, arrellanándose en un mullido sillón de orejas al calor del fuego y removiendo su copa de brandy con tal parsimonia que a Austin le rechinaban los dientes de impaciencia.

– Opino -dijo Miles finalmente- que es una joven encantadora, inteligente e ingeniosa. Por desgracia, no se desenvuelve del todo bien en los actos sociales; tan pronto se muestra cohibida y tímida como parlanchina y descarada. A decir verdad, me pareció un soplo de aire fresco pero, a juzgar por los chismes que he oído, nadie comparte mi opinión.

– ¿Qué chismes? ¿Algo escandaloso?

Miles agitó la mano como para restar importancia al asunto.

– No, nada por el estilo. De hecho, no logro imaginar cómo podría esa buena muchacha enredarse en un escándalo, teniendo en cuenta que todo el mundo la rehúye.

A Austin le vino a la mente la imagen de una joven desmelenada y sonriente.

– ¿Por qué la rehúyen?

Miles se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe cómo empiezan esas cosas? Las mujeres cuchichean tras sus abanicos comentando su torpeza en la pista de baile y sus escasas dotes para la conversación. Algunos la tacharon de marisabidilla después de que se enzarzara en una discusión con un grupo de lores acerca de las propiedades curativas de las hierbas. Basta con que una sola persona la juzgue inaceptable para que todos los demás opinen lo mismo.

– ¿Y lady Penbroke no apoya a su sobrina?

– No he prestado demasiada atención al tema, pero sin duda los peores desaires se le hacen lejos de la aguda vista de la condesa. Sin embargo, ni siquiera el inapreciable apoyo de su tía es suficiente para asegurarle el favor de la gente de buen tono.

– ¿Sabes si lleva mucho tiempo en Inglaterra?

Miles se acarició la barbilla.

– Creo que llegó poco después del día de Navidad, así que debe de llevar unos seis meses.

– Quiero que averigües exactamente cuándo llegó y en qué barco. También me interesa saber si se trata de su primer viaje a Inglaterra.

– ¿Por qué no se lo preguntas tú mismo?

– Se lo he preguntado. Asegura que llegó hace seis meses y que es su primera visita a las islas.

Miles achicó los ojos, intrigado.

– ¿Y tú no la crees? ¿Puedo preguntarte por qué?

– Es posible que haya tenido tratos con William -contestó Austin en tono despreocupado-. Quiero saberlo con certeza. Si se conocieron, quiero saber cómo, cuándo y dónde.

– Tal vez deberías contratar a un alguacil de Bow Street. Ellos…

– No. -La palabra, cortante como navaja de afeitar, truncó la sugerencia de Miles. Hacía quince días ya le había encargado a un agente que localizara al francés llamado Gaspard, el hombre al que había visto con William aquella última vez…, el hombre que Austin sospechaba que sabía algo de la carta que ahora estaba guardada bajo llave en un cajón de su escritorio. No tenía el menor deseo de implicar a Bow Street en ese asunto-. Necesito discreción total por parte de alguien en quien pueda confiar. Bueno, ¿harás las indagaciones que te pido? Con toda seguridad tendrás que viajar a Londres.

Miles lo escrutó durante largo rato.

– Veo que esto es importante para ti.

Una imagen de William acudió a la mente de Austin.

– Sí.

En silencio intercambiaron una larga mirada que reflejaba los años de amistad que los unían.

– Me marcharé por la mañana -dijo Miles-. Mientras tanto, me pondré a investigar inmediatamente tanteando a algunos de los invitados a la fiesta respecto a la dama en cuestión.

– Excelente idea. Huelga decir que quiero que me transmitas cuanto antes toda la información que logres recabar.

– Entendido. -Miles apuró la copa de brandy y se puso de pie-. Supongo que sabes que la señorita Matthews y lady Penbroke se alojarán aquí durante las siguientes semanas en calidad de invitadas de tu madre.

– Sí. Enviarte a ti a Londres me deja las manos libres para quedarme aquí y no quitarle el ojo de encima a la señorita Matthews.

Miles enarcó una ceja.

– ¿Es eso lo único que quieres ponerle encima? ¿El ojo?

Austin endureció más aún su gélido semblante y le preguntó con severidad:

– ¿Has terminado?

Miles, sabiamente, tomó nota de los aires árticos que empezaban a soplar.

– He terminado del todo. -Su expresión se serenó y, en un gesto amigable, puso una mano sobre el hombro de Austin-. No te preocupes, amigo mío. Entre los dos lo averiguaremos todo sobre la señorita Elizabeth Matthews.

Una vez que la puerta se hubo cerrado a la espalda de Miles, Austin sacó una llave plateada del bolsillo del chaleco y abrió con ella el cajón inferior de su escritorio. Extrajo la carta que había recibido hacía dos semanas y releyó las palabras que ya tenía grabadas a fuego en el cerebro:

Vuestro hermano William fue un traidor a Inglaterra. Tengo en mi poder la prueba, firmada de su puño y letra. Guardaré silencio, pero eso os costará dinero. Debéis viajar a Londres el día primero de julio. Allí recibiréis nuevas instrucciones.

3

Poco antes del amanecer del día siguiente, Elizabeth salió de puntillas de su habitación con una bolsa.

– ¿Adónde vas tan temprano, Elizabeth?

Ésta por poco se desmaya del sobresalto.

– Cielo santo, tía. Joanna, me has asustado. -Le sonrió a la mujer que le había abierto sin reservas su corazón y su hogar-. Pensaba dar un paseo por los jardines y hacer algunos bosquejos. ¿Quieres acompañarme?

Una expresión de horror asomó al rostro rechoncho de su tía.

– No, gracias, querida. El rocío de la madrugada me arrugaría las plumas. -Y acarició tiernamente las plumas de avestruz que sobresalían de su turbante de color verde pálido-. Me iré a leer a la biblioteca hasta la hora del desayuno. -Tía Joanna ladeó la cabeza y Elizabeth se inclinó hacia atrás para evitar el roce de las plumas-. ¿Te encuentras mejor?

– ¿Cómo dices?

– Su excelencia me informó anoche de que te habías retirado debido a un dolor de cabeza.

Elizabeth notó que se ruborizaba.

– ¡Ah, sí! Me siento mucho mejor.

Su tía la observó con franca curiosidad.

– Obviamente tuviste oportunidad de hablar con el duque. ¿Qué impresión te causó?

«Que es arrebatadoramente atractivo. Y solitario. Y cree que soy una mentirosa.»

– Me pareció… encantador. ¿Te divertiste en la fiesta, tía Joanna?

Un resoplido impropio de una dama brotó de los labios de su tía.

– Estaba pasándolo bien hasta que lady Digby y sus espantosas hijas me rodearon y no me dejaron escapar. Nunca en la vida me había topado con semejante hatajo de atolondradas cotorras. Me sorprendería mucho que lograse casar a una sola de esas pécoras aduladoras. -Alargó el brazo y acarició la mejilla de Elizabeth-. Está verde de envidia porque mi sobrina es tan guapa. No nos costará mucho conseguirte un marido.

– Por si no lo has notado, tía Joanna, apenas podemos encontrar algún caballero dispuesto a bailar conmigo.

– ¡Pamplinas! -exclamó tía Joanna, quitándole importancia con un ademán-. Lo que ocurre es que casi no te conocen. Sin duda el hecho de que seas americana provoca cierta reacción de rechazo en algunos caballeros, por aquello de la rebelión del siglo pasado y las escaramuzas que se han producido allí hace poco. Pero las casas han vuelto a la calma, así que ahora sólo es cuestión de tiempo.