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– Volví a casa con Claudine y Josette -prosiguió-. Sabía que Gaspard estaría buscándolas para vengarse de mi traición…, si es que había sobrevivido. Tuvimos que ocultarnos mientras yo averiguaba si estaba vivo o no. Pronto descubrí que lo estaba.

– ¿Cómo conociste a Claudine?

– Me salvó la vida dos años atrás. Me habían clavado una bayoneta en la pierna. Lo siguiente que recuerdo es que cuando recobré el sentido tenía ante mí los ojos más bondadosos y amables que jamás hubiese visto. Ella me explicó que me había encontrado en el bosque, a unos tres kilómetros del escenario de la batalla. Supongo que me arrastré hasta allí, aunque no recuerdo haberlo hecho. Ella me cuidó hasta que me recuperé.

– ¿Por qué ayudó a un soldado británico?

– Me contó que su hermano menor acababa de morir en la guerra y que, aunque yo era inglés, no quería que nadie más sufriera la pérdida de un ser amado ni quería tampoco que mi muerte pesara sobre su conciencia. Decidió hacer lo posible por ayudarme a restablecerme, y luego dejarme marchar. -Enlazó las manos sobre la mesa y continuó-: No teníamos la menor intención de enamorarnos, pero ocurrió. Después de dos semanas yo estaba lo bastante repuesto para reincorporarme a mi regimiento, pero no fui capaz de dejarla. Se negaba a casarse conmigo, pues temía que tener una esposa francesa me pondría en peligro, pero yo me empeciné. Viajamos hasta un pueblo que quedaba a varias horas de camino y nos casamos allí.

»Después de eso, me establecí en otra localidad, con un nombre falso. Quería alejada de Gaspard, cuyo odio enfermizo a los británicos se había convertido en una manía peligrosa después de la muerte de Julien. La necesidad de mantener a Claudine a salvo se volvió aún más crucial para mí cuando supe que estaba embarazada. -Miró durante unos segundos a su mujer e hija, que dormían plácidamente-. Gaspard encontró la iglesia donde nos casamos y salió en mi busca. Quería matarme, y después localizar a Claudine y acabar con ella también. Logré convencerlo de que había abrazado la causa francesa, pues, después de todo, mi esposa lo era. ¿Cómo iba a ser fiel a Inglaterra? Para probarle mi lealtad, le prometí conseguir armas para él y para sus hombres.

– Y eso es lo que estabas haciendo aquella noche en el muelle -dijo Austin-. Pero las armas eran defectuosas.

– Sí, salvo las que había colocado encima de todo en cada caja, por si se le ocurría probarlas, cosa que hizo. -Se pasó las manos por la cara-. Cuando te vi allí me entró el pánico. No podía explicarte la situación, ni dejar que Gaspard te viese; nuestra vida estaba en juego.

– Quiero que sepas cuánto me arrepiento del modo en que me comporté ese día, William. Te taché de traidor y renegué de ti como hermano…

– No podías saberlo, Austin.

– Hubiera debido confiar en ti, saber que tú nunca traicionarías a tu patria.

– Creíste lo que yo quise que creyeras. Podría haberte revelado qué estaba ocurriendo en realidad, pero no quise arriesgarme a que alguien me oyese o te interrogase después. Yo habría dicho cualquier cosa, te juro que cualquier cosa, con tal de proteger a Claudine y a Josette, aunque ello significara fingir ante mi hermano que yo era un traidor.

Austin posó la vista en Elizabeth. Sí, él podía entender que el amor llegase a ser tan profundo.

– Siento que por mi culpa, tú, madre, Robert y Caroline pasarais este último año de luto -murmuró William-, pero mientras no me ocupase de Gaspard no podía arriesgarme a regresar con la familia. Al matarlo me has liberado.

Austin se estremeció.

– Ese hijo de perra casi acaba con mi mujer -declaró-. Lo mataría de nuevo si pudiera.

– Tu esposa es muy valiente. ¿Lleváis mucho tiempo casados?

– No, pero ella me ha cambiado la vida por completo. -Levantó los ojos hacia William y ambos intercambiaron una mirada de comprensión-. Lo entiendes, ¿verdad?

– Perfectamente. Claudine ha cambiado la mía.

Guardaron silencio durante unos segundos, y entonces Austin dijo:

– La noche que conocí a Elizabeth me dijo que estabas vivo. Pero no la creí.

William frunció el entrecejo.

– ¿Cómo demonios sabía que estaba vivo?

Austin contempló el catre junto al fuego en el que yacía la mujer que le había robado el corazón y el alma. No tenía intención de restarle mérito a todo lo que Elizabeth había hecho por él y su familia manteniendo en secreto su don de clarividencia… Porque eso es lo que era: un don. Se volvió de nuevo hacia William y le contó lo verdaderamente extraordinaria que era su esposa.

Cuando hubo terminado, William sencillamente se quedó mirándolo.

– Eso es increíble.

Una vez más, la mirada de Austin se desvió hacia Elizabeth.

– Sí, William, la has descrito perfectamente. Mi mujer es increíble.

Y en cuanto ella volviese en sí, él se dedicaría a convencerla de que lo era. Y de que su sitio estaba junto a él.

27

Elizabeth despertó poco a poco, tomando conciencia de su entorno gradualmente. Sentía una molestia sorda y constante en el hombro, pero eso representaba una gran mejoría respecto al terrible dolor que le había abrasado al principio esa zona. Aspiró a fondo y un delicioso aroma a sabroso guiso inundó sus fosas nasales. De inmediato experimentó un hambre canina.

Abrió los ojos. Unos tenues rayos de sol se colaban en la habitación, iluminando las vigas del techo. Los pájaros trinaban débilmente a lo lejos.

– Elizabeth.

Se volvió lentamente en dirección a la voz e hizo un gesto de dolor al notar un tirón en el hombro. Austin estaba sentado a su lado, con los codos apoyados en las rodillas y las manos colgando entrelazadas entre las piernas separadas.

No se había afeitado en los últimos días y su barba incipiente le confería el aspecto de un ángel moreno. Su cabello, echado desordenadamente hacia atrás, daba la impresión de haber sido atusado con los dedos una docena de veces. Ofrecía un aspecto descuidado y cansado, pero al mismo tiempo increíblemente fuerte y sólido.

Y parecía muy preocupado. Con la esperanza de borrar su expresión inquieta, ella esbozó una pequeña sonrisa.

– Austin.

Él exhaló un enorme suspiro y cerró los ojos durante un segundo. Tendiendo una mano visiblemente temblorosa, le acarició la mejilla con suavidad.

– ¿Cómo te sientes?

Elizabeth reflexionó unos instantes.

– Me duele el hombro. Tengo mucha sed, y ese olor delicioso, sea de lo que fuere, hace que sienta un vacío en el estómago.

Las tensas facciones de Austin se relajaron.

– Te traeré algo de comer y de beber, y luego te daré algo de láudano contra el dolor.

Se puso de pie y ella lo siguió con la mirada mientras cruzaba la habitación para verter agua de una jarra metálica en una gruesa taza.

Regresó a su lado y con suma delicadeza la ayudó a incorporarse, a la vez que le colocaba varias almohadas detrás de la espalda. Dios santo, resultaba tan agradable tocarla, aunque sólo fuese para cuidar de ella…

A continuación, le llevó la taza a los labios. Ella la vació tres veces antes de que la sequedad de su garganta desapareciera.

– ¿Quieres más? -le preguntó Austin.

– No, gracias.

– ¿Te apetece un poco de caldo? Claudine lo ha preparado esta mañana.

Aunque ansiaba satisfacer su apetito, ella contestó:

– Más tarde. Primero tengo que hablar contigo.

«Tengo tantas cosas que decirte…, tantas esperanzas…», pensó.

– Claro.

Austin se sentó en una silla de respaldo recto y ella se preguntó si él habría pasado toda la noche en un asiento tan duro. Y sospechaba que sí, pues tenía el aspecto de no haber dormido.

– ¿Cómo está la niña? -preguntó, ansiosa.

– Está bien, Elizabeth. Se llama Josette. Está fuera, con Claudine y William.