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¿Me está tomando el pelo?

- Sería bonito -intento aplacarla-. Pero yo debo ir al despacho.. . -Hago ademán de moverme, pero ella interpone un brazo.

- ¿Sabes cuánto hace que no bailo? -me suelta en un repentino arrebato-. ¿Cuánto hace que no.. . muevo las ancas, como tú dices? ¡Todos estos años, atrapada en el cuerpo de una anciana! En un sitio sin música y sin vida.. .

Siento un espasmo de culpa al recordar su fotografía, una Sadie arrugada y viejecita, con su chal rosado.

- Vale -le digo-. De acuerdo. Bailaremos en casa. Pondremos música, atenuaremos las luces y montaremos una fiestecita.. .

- ¡Yo no quiero bailar en casa con música de la radio! -me espeta-. ¡Quiero salir con un hombre y divertirme!

- ¿Qué pretendes? ¿Tener una cita? -digo incrédula, y su mirada se ilumina.

- ¡Exacto! Una cita. Con él -añade, señalando el edificio.

¿Es que no ha entendido aún qué significa ser un fantasma?

- Sadie.. . tú estás muerta.

- ¡Ya! -se irrita-. No hace falta que me lo recuerdes a cada momento.

- No puedes tener una cita, lo siento. Así son las cosas. -Me encojo de hombros y echo a andar.

Dos segundos después, se pone otra vez delante con la mandíbula apretada.

- Pídeselo tú.

- ¿Qué?

- No puedo hacerlo sola. Necesito una celestina. Si consigues la cita y salís juntos, yo también podré salir con él. Y si vais a bailar, también yo bailaré con él.

Habla en serio. Poco me falta para estallar en carcajadas.

- ¿Quieres que tenga una cita con un tipo al que no conozco, para que puedas bailar con él?

- Sólo quiero una última dosis de diversión con un hombre atractivo, ahora que aún puedo. -Baja la cabeza y esboza un triste mohín-. Una última vuelta por la pista de baile -añade con voz lastimera-. Es mi último deseo. Mis últimas voluntades.

- ¡De eso nada! ¡Tú ya expresaste tu último deseo! Era buscar el collar, ¿recuerdas?

Por un instante, parece atrapada.

- Pues éste es mi otro último deseo -dice por fin.

- Escucha, Sadie. -Procuro mostrarme razonable-. No puedo pedirle una cita por las buenas a un desconocido. Tendrás que olvidarte de este capricho. Lo lamento.

Me mira con una expresión tan herida y temblorosa que me pregunto si la he ofendido.

- Me estás diciendo que no -balbucea-. Me estás rechazando.. . Un último deseo inocente. Una petición insignificante.

- Escucha.. .

- Me he pasado años en la residencia. Sin visitas, sin diversiones, sin vida de ninguna clase. Sólo vejez, soledad y tristeza.. .

Ay, Dios. No puede hacerme esto. No es justo.

- Cada Navidad, sola. Sin recibir ninguna visita, sin un regalo.. .

- No fue culpa mía -aduzco débilmente, pero ella no parece escucharme.

- Y ahora que vislumbro una rodajita de felicidad, un bocado de placer, mi propia sobrina nieta, insensible y egoísta.. .

- ¡Vale! -exclamo, rascándome la frente-. ¡Vale! ¡Lo que tú digas! ¡Está bien! Lo haré.

Al fin y al cabo, todos los que me conocen ya están convencidos de que estoy como una cabra. Pedirle una cita a un desconocido no cambiará las cosas. De hecho, a mi padre le encantará la idea.

- ¡Eres un ángel! -dice con súbito entusiasmo. Se pone a dar vueltas en la acera y los tules de su vestido ondean-. Te enseñaré dónde está. ¡Vamos!

La sigo por la escalinata y entro en un amplio vestíbulo de dos niveles. Si voy a hacerlo, será mejor que sea enseguida, antes de que me arrepienta.

- Bueno, ¿dónde está? -Abarco con la mirada el vestíbulo cubierto de mármol.

- ¡Arriba! ¡Vamos! -Es como un cachorro tirando de la correa.

- ¡No puedo entrar así como así en un edificio de oficinas! -susurro-. Necesito un plan, una excusa.. . Ajá.

Veo en una esquina un panel con el rótulo: «Seminario de Estrategia Global.» Dos chicas de aire aburrido se hallan tras una mesa con las placas de identificación. Creo que servirá.

- Hola. -Me acerco con paso enérgico-. Perdón. Llego tarde.

- No hay problema. Acaban de empezar. -Una de las chicas se pone en pie con la lista en la mano; la otra se dedica a mirar las musarañas-. ¿Tu nombre es.. . ?

- Sarah Connoy -digo, tomando una placa al azar-. Gracias. Será mejor que me apresure.. .

Me dirijo deprisa al mostrador de seguridad, le muestro al guardia la placa sin detenerme y enfilo un amplio corredor con las paredes cubiertas de cuadros de aspecto carísimo. No tengo ni idea de dónde estoy. El edificio alberga veinte empresas distintas y la única que he visitado es Macrosant, que ocupa de la planta 11 a la 17.

- ¿En qué planta está el tipo? -le susurro a Sadie.

- En la veinte.

Llego a los ascensores y saludo con toda seriedad a las personas que aguardan. Cuando me bajo en la planta 20, me encuentro en otra zona de recepción grandiosa. A cinco metros hay un mostrador de granito atendido por una mujer de traje chaqueta gris y aire intimidante. Una placa en la pared reza: «Turner Murray Consulting.»

¡Vaya! Estos tipos de Turner Murray son los genios que se dedican a asesorar a las grandes empresas. No conozco al jefe, pero debe de ser un pez muy gordo.

- ¡Vamos! -Sadie se acerca bailoteando alegremente a una puerta con panel de seguridad. Un par de hombres trajeados pasan por mi lado y uno de ellos me mira con curiosidad. Saco el móvil, me lo pongo en la oreja para evitar cualquier conversación y los sigo. Al llegar a la puerta, uno de ellos introduce un código en el panel.

- Gracias. -Le hago un gesto muy serio y entro tras ellos-. Gavin, ya te dije que las cifras de Europa que me habías pasado no cuadran -digo al teléfono.

El tipo más alto vacila, como si fuera a darme el alto. Mierda. Acelero, paso por su lado y los dejo atrás.

- Tengo una reunión en dos minutos, Gavin -digo-. Quiero ya esas cifras revisadas en mi BlackBerry. Ahora tengo que dejarte. He de analizar.. . los porcentajes.

Hay un servicio de señoras a mano izquierda. Me apresuro a entrar y me encierro en un cubículo de mármol.

- ¿Qué haces? -dice Sadie, materializándose a mi lado.

Dios, ¿es que no sabe respetar la intimidad más elemental?

- ¿Qué crees que hago? -susurro-. Hay que esperar un poco.

Aguanto sentada tres minutos y luego salgo. Los dos tipos ya no están. El pasillo permanece vacío y silencioso. Es un largo trecho de moqueta gris con algún que otro dispensador de agua y puertas a cada lado. Oigo un murmullo amortiguado de conversaciones y algún que otro sonido de ordenadores.

- Bueno, ¿dónde es?

- Humm. -Sadie mira indecisa alrededor-. Una de estas puertas.. .

Avanza por el pasillo y la sigo con cautela. Esto es surrealista. ¿Se puede saber qué hago, colándome en unas oficinas en busca de un desconocido?

- Sí. ¡Aquí! -Sadie reaparece a mi lado, sonrojada de emoción-. Tiene los ojos más penetrantes que he visto. De puro escalofrío. -Me señala una puerta de madera maciza.

«Oficina 2012», pone el rótulo. No hay ventanas ni paneles de cristal, así que no veo el interior.

- ¿Estás segura?

- ¡Acabo de entrar! ¡Está ahí! ¡Pídeselo! -Trata de empujarme con las manos.

- ¡Espera! -digo, retrocediendo unos pasos. Necesito pensar. No puedo entrar a lo loco. He de preparar un plan.

1. Llamar y entrar en el despacho de un desconocido.

2. Decirle hola de un modo natural y agradable.

3. Pedirle una cita.

4. Morirme de vergüenza mientras él llama a Seguridad.

5. Largarme a toda prisa.

6. No dar mi nombre en ninguna circunstancia. Así podré huir y borrarlo todo de mi mente y nadie se enterará nunca de que era yo. Quizá él mismo llegue a creer que ha sido una alucinación transitoria.

Todo el proceso durará treinta segundos como máximo y luego Sadie dejará de darme la lata. Vale, vamos allá.

Me acerco a la puerta. Mi corazón se ha puesto al galope, pero no hago caso. Inspiro hondo, alzo la mano y llamo suavemente.