No respondas a una alucinación, me digo. Sólo servirá para darle alas. Giro la cabeza y trato de prestarle atención a la pastora.
- ¿Quién eres? -La chica ha aparecido sin más delante de mí-. ¿Eres real? -dice, alzando una mano como para darme un pellizco en el hombro.
Me encojo de miedo, pero la mano se desliza a través de mi cuerpo y sale por el otro lado.
Sofoco un grito. Ella se examina la mano, sorprendida, y luego me mira.
- ¿Qué eres? -dice-. ¿Un sueño?
- ¿Yo? -me indigno-. ¡Claro que no soy un sueño! ¡El sueño lo serás tú!
- Yo no soy ningún sueño. -También ella parece indignada.
- Entonces, ¿quién eres? -le espeto.
Me arrepiento en el acto, porque mis padres se vuelven hacia mí. Si les dijera que estoy hablando con una alucinación, fliparían. Me encerrarían en un manicomio mañana mismo.
La chica alza la barbilla.
- Yo soy Sadie. Sadie Lancaster.
¿Sadie…?
No. Ni hablar.
Mis ojos pasan enloquecidos de la chica que tengo delante a la ancianita arrugada y con el pelo de algodón de azúcar de la foto, y de ésta otra vez a la chica. ¿Tengo una alucinación con mi difunta tía abuela de ciento cinco años?
Ella también parece alucinar bastante. Se da la vuelta y empieza a examinar la sala como si la viese por primera vez. Durante unos segundos mareantes, aparece y reaparece aquí y allá, inspeccionando cada rincón y cada ventana, como un insecto revoloteando por una botella.
Yo nunca he tenido un amigo imaginario. Ni he tomado drogas. ¿Qué me pasa? Me ordeno no hacerle caso, quitármela de la cabeza, concentrarme en las palabras de la pastora. Pero no sirve de nada: no puedo evitar seguirla en su ronda febril.
- ¿Qué lugar es éste? -Ahora la tengo prácticamente encima, entornando los ojos con suspicacia. Y acaba de fijarse en el féretro-. ¿Qué es aquello?
Ay, Dios.
- No, nada. ¡Nada de nada! Es sólo… O sea… Yo en tu lugar no lo miraría muy de cerca…
Demasiado tarde. Ya ha reaparecido junto al ataúd y lo observa atentamente desde arriba. Lee el rótulo en que figura su nombre. Percibo en su expresión el sobresalto que se lleva. Tras unos instantes, mira a la oficiante, que sigue perorando con voz monótona:
- Sadie disfrutó de un matrimonio feliz, lo cual nos debe servir de ejemplo…
La chica se acerca a ella, prácticamente la roza con la nariz, y le dedica una mirada desdeñosa.
- Idiota -dice.
- Fue una mujer que vivió una gran época -prosigue la pastora, sin percatarse-. Miro su fotografía… -dice, señalando la polaroid con su sonrisa comprensiva- y veo a una mujer que, pese a su dolencia, llevó una vida hermosa. Que halló consuelo en las cosas pequeñas. En las labores de punto, por ejemplo.
- ¿En las labores de punto? -repite la chica, incrédula.
- Bien. -La mujer concluye su panegírico-. Inclinemos la cabeza y guardemos silencio unos momentos antes de despedirnos. -Se aparta del atril y vuelve a resonar el órgano del hilo musical.
- ¿Qué pasa ahora? -La chica mira alrededor, prestando atención. En un abrir y cerrar de ojos está a mi lado-. ¿Qué sucede? Dime, dime.
- Bueno, se llevarán el ataúd detrás de esa cortina -murmuro-. Y entonces… eh… -Es demasiado embarazoso. ¿Cómo decirlo con tacto?-. Estamos en un crematorio, ¿entiendes? Lo cual significa… -Muevo las manos vagamente.
Ella palidece de consternación; la observo embobada mientras empieza a desvanecerse, adquiriendo una pálida y translúcida consistencia. Es como si se estuviera desmayando, pero más fuerte. Por un instante, casi llego a ver a través de ella. Luego, sin embargo, como si hubiera tomado una decisión, regresa otra vez.
- No. -Niega con la cabeza-. No puede ser. Necesito mi collar. Lo necesito.
- Lo siento. Yo no puedo hacer nada.
- Debes parar el funeral. -Levanta la vista y me clava los ojos oscuros y relucientes.
- ¿Qué? ¡No puedo!
- ¡Sí puedes! ¡Diles que paren! -Desvío la mirada, a ver si se interrumpe la conexión, pero ella se planta delante de mí-. ¡Ponte de pie! ¡Di algo!
Su tono es tan insistente y desgarrador como el de un crío. Muevo la cabeza en todas direcciones, tratando de evitarla.
- ¡Detén el funeral! ¡Detenlo! He de recuperar mi collar.
La tengo a dos centímetros y me golpea el pecho con los puños. No los siento, pero aun así me echo atrás. Desesperada, me pongo de pie y retrocedo una fila, derribando una silla con estrépito.
- Lara, ¿te encuentras bien? -Mamá me mira alarmada.
- Sí -acierto a decir, mientras procuro abstraerme de los alaridos que resuenan en mis oídos y me siento en otra silla.
- Voy a llamar al chófer -le está diciendo el tío Bill a su mujer-. Esto debería terminar en cinco minutos.
- ¡Páralo! ¡Páralo-páralo-páralo! -Sus gritos se elevan hasta convertirse en un chillido penetrante, como si se hubiese acoplado un altavoz a mi oído. Me estoy volviendo esquizofrénica. Ahora entiendo por qué la gente va y asesina a un presidente, así por las buenas. No hay modo de evitarla. Es como un alma en pena. No lo soporto más. Me sujeto la cabeza, tratando de cerrarle el paso, pero no sirve-. ¡Páralo! ¡Páralo! ¡Tienes que pararlo!
- ¡Vale, vale, pero cierra el pico! -Me pongo de pie, desquiciada-. ¡Un momento! -grito-. ¡Paradlo todo! ¡Hay que parar el funeral! ¡¡¡Parad el funeral!!!
Para mi alivio, la chica deja de chillar.
Lo malo es que todos se han vuelto y me miran boquiabiertos, como si estuviera loca. La pastora aprieta un botón de un panel en la pared y el hilo musical se corta bruscamente.
- ¿Parar el funeral? -farfulla mamá.
Afirmo con la cabeza. No me siento del todo dueña de mis facultades, para ser sincera.
- Pero ¿por qué?
- Yo… eh… -Carraspeo-. No creo que sea el momento adecuado… para que ella se vaya.
- Lara -papá suelta un suspiro-, sé que has estado sometida a una gran tensión, pero la verdad… -Se vuelve hacia la pastora-. Disculpe. Mi hija últimamente no es la de siempre… -«Problemas con el novio», añade moviendo los labios.
- ¡Eso no tiene nada que ver! -protesto.
- Ah, ya entiendo. -La mujer asiente, compasiva-. Lara, ahora vamos a terminar el funeral -dice como si yo tuviera tres años-. Y luego quizá tú y yo podríamos tomar una taza de té y charlar un poco. ¿Qué te parece?
Pulsa el botón otra vez y vuelve sonar el órgano enlatado. Un momento más tarde, el ataúd se mueve rechinando sobre su plataforma y empieza a desaparecer tras la cortina. Oigo a mi espalda un grito agudo.
- ¡Noooo! -Es un auténtico alarido de angustia-. ¡Noooo! ¡Parad! ¡Tenéis que parar!
Para mi espanto, la chica corre hasta la plataforma y trata de retener el féretro. Pero sus brazos no funcionan: se hunden en la madera y la atraviesan.
- ¡Por favor! -Me mira desesperada-. ¡No dejes que lo hagan!
Empiezo a sentir auténtico pánico. No sé por qué sufro esta alucinación ni qué significa, pero parece muy real. Su tormento parece real. No puedo quedarme sentada de brazos cruzados.
- ¡Alto! -vuelvo a gritar-. ¡Parad!
- Lara… -empieza mamá.
- ¡Hablo en serio! Hay una causa justa, un impedimento por el cual no pueden… freír ese ataúd. ¡Detenedlo! ¡Ahora mismo! -Cruzo el pasillo corriendo-. ¡Apriete el botón o lo haré yo misma!
Atónita, la pastora obedece y el féretro se detiene.
- Tal vez deberías esperar fuera, querida -musita.
- Está haciéndose la interesante, como siempre -salta Tonya-. «Una causa justa, un impedimento…» Venga ya, ¡qué impedimento ni qué ocho cuartos! Usted continúe -le ordena a la oficiante, que parece ofenderse.
- Lara. -Sin mirarla siquiera, la mujer se vuelve resueltamente hacia mí-. ¿Tienes un motivo justificado para querer detener el funeral de tu tía abuela?
- ¡Sí!
- ¿Y ese motivo es…? -Me mira inquisitiva.
Ay, Dios. ¿Qué digo? ¿Porque me lo ha pedido una alucinación?