- Pero ¡yo quería hacerlo! ¡Es divertido! ¿Habéis tomado ya el champán?
«No -escribo, aguantándome la risa-. Sadie, eres el mejor ángel de la guarda que ha existido.»
- Me precio de serlo -se ufana-. Bueno, ¿y dónde me siento?
Cruza la mesa flotando y ocupa una silla libre, justo cuando aparece Kate, roja de excitación.
- ¡Lara! -exclama-. ¡El tipo de la licorería de la esquina nos ha enviado una botella de champán! ¡Dice que es para darnos la bienvenida! Y has recibido un montón de llamadas; he anotado todos los números.. . Y ha llegado el correo, reenviado desde tu apartamento. No lo he traído todo, pero había algo que me ha parecido importante. Viene de París.. . -Me entrega un sobre acolchado, se sienta y sonríe a todo el mundo-. ¿Ya habéis pedido? ¡Me muero de hambre! Hola, creo que no nos conocemos.. .
Mientras Kate y Tonya se presentan y papá sirve más vino, me quedo mirando el sobre con una aprensión repentina. De París. La dirección está escrita con una letra aniñada. Al palparlo noto algo duro y desigual. ¿Un collar?
Levanto la vista lentamente. Sadie me mira desde el otro extremo de la mesa. Está pensando lo mismo.
- Venga -me dice, asintiendo.
Lo abro con manos temblorosas. Atisbo una masa de papel de seda. La aparto y vislumbro un destello amarillo iridiscente. Miro otra vez a Sadie.
- Está ahí, ¿verdad? -Se ha puesto lívida-. Lo has conseguido.
Asiento y, sin saber muy bien lo que hago, echo la silla atrás.
- He de.. . hacer una llamada -digo con voz ronca-. Salgo un momento. Enseguida vuelvo.. .
Sorteo las mesas hasta el fondo del restaurante, que da a un patio pequeño y aislado. Salgo por la puerta de incendios y voy a un rincón. Abro otra vez el sobre, saco el envoltorio de papel de seda y lo desenvuelvo.
Después de todo este tiempo, al fin en mis manos.
Tiene un tacto más cálido de lo que esperaba. Más sólido, en cierto sentido. Los diamantes de imitación destellan al sol y las cuentas de cristal relucen con un brillo trémulo. Es tan impresionante que siento el impulso de ponérmelo. Pero me contengo y miro a Sadie, que me observa en silencio.
- Aquí lo tienes. Es tuyo. -Intento colocárselo alrededor del cuello, como si fuese una medalla olímpica. Pero mis manos se hunden en su cuerpo y lo atraviesan. Pruebo otra vez, y otra, en vano-. ¡Maldición! -Tengo ganas de reír y llorar-. ¡Es tuyo! ¡Deberías llevarlo tú! ¡Nos haría falta la versión fantasmal!
- ¡Para! -Sadie alza la voz, súbitamente en tensión-. ¡No di.. . ! -Se le corta la voz y se aleja unos pasos, con los ojos fijos en las losas del patio-. Ya sabes lo que debes hacer.
Se produce un silencio. Sólo se oye el rumor del tráfico, que nos llega amortiguado desde la avenida principal. No puedo mirarla. Permanezco aferrada al collar. Soy consciente de que esto es lo que buscábamos, perseguíamos y deseábamos desesperadamente. Pero ahora que lo tenemos.. . Ojalá no hubiera llegado este momento. Todavía no. El collar es el motivo de que Sadie se me haya aparecido. Una vez que lo recupere.. .
Mi pensamiento se desvía bruscamente. No quiero pensar en eso. No quiero.
Una ráfaga de viento remueve las hojas caídas en el suelo. Sadie levanta la vista, pálida y decidida.
- Dame un poco de tiempo.
- De acuerdo. -Trago saliva. Guardo el collar en el sobre y vuelvo al restaurante. Sadie ya ha desaparecido.
No puedo tragar la pizza. Ni seguir la conversación. Tampoco logro concentrarme cuando vuelvo al despacho, aunque recibo seis llamadas de jefes de recursos humanos de primera línea que quieren concertar citas conmigo. Tengo el sobre en el regazo y la mano metida dentro, aferrando el collar. No puedo soltarlo.
Le envío un mensaje a Ed diciéndole que me duele la cabeza y que necesito estar sola. Cuando llego a casa, Sadie no está, lo cual no me sorprende. Preparo algo de cena y al final no la tomo. Me echo en la cama, con el collar alrededor del cuello, y me dedico a retorcer sus cuentas mientras veo una película tras otra en el canal de cine clásico, sin hacer siquiera el intento de dormirme. Finalmente, hacia las cinco y media, me levanto, me visto de cualquier manera y salgo a la calle. La suave luz grisácea del alba empieza a teñirse de un rosa vivo cuando asoma el sol. Me quedo inmóvil, contemplando las vetas rosadas del cielo, lo que me reconforta un poco el ánimo. Compro un café para llevar, subo al autobús que va a Waterloo y paso el rato mirando absorta por la ventanilla las calles silenciosas. Al llegar, ya son casi las seis y media. Empieza a aparecer gente por el puente y las calles aledañas. La London Portrait Gallery está cerrada todavía. Cerrada y vacía. No hay un alma ahí dentro. O eso es lo que uno diría.
Me siento en un murete y bebo el café, que ya está tibio pero me resulta delicioso, con el estómago vacío. Estoy dispuesta a quedarme aquí sentada todo el día, pero cuando suenan las ocho en un campanario cercano, la veo aparecer en la escalinata, de nuevo con la mirada abstraída. Lleva otro vestido asombroso, esta vez gris perla, con una falda de tul cortada en forma de pétalos. Va tocada con un sombrero gris y tiene los ojos fijos en el suelo. No quiero alarmarla, así que espero hasta que repara en mí.
- Lara.
- Hola. -Alzo una mano-. He pensado que andarías por aquí.
- ¿Dónde está el collar? -dice, asustada-. ¿Lo has perdido?
- ¡No! No te preocupes, lo tengo. Mira.
No hay nadie a la vista, pero vigilo a uno y otro lado antes de sacar el collar. A la clara luz de la mañana resulta aún más espectacular. Lo deslizo entre mis dedos y las cuentas tintinean suavemente. Ella lo contempla con ternura; tiende las manos como si quisiera cogerlo y luego las retira.
- Ojalá pudiera tocarlo -murmura.
- Ya. -Se lo acerco como si estuviese haciendo una ofrenda. Ojalá pudiera colocárselo alrededor del cuello, lograr que volviera a reunirse con ella.
- Quiero recuperarlo -dice en voz baja-. Quiero que me lo devuelvas.
- ¿Ahora?
Me mira a los ojos.
- Ahora.
Siento un nudo en la garganta. No consigo decir nada de lo que quería decirle, pero creo que ella ya lo sabe.
- Quiero recuperarlo -repite, suave pero firmemente-. He pasado demasiado tiempo sin él.
- Está bien. -Asiento con la cabeza varias veces, agarrando las cuentas con tanta fuerza que temo magullarme los dedos-. Entonces debes recuperarlo.
El trayecto me resulta muy corto. El taxi se desliza con fluidez por las calles. Me gustaría decirle al taxista que reduzca la velocidad. Me gustaría que se detuviera el tiempo. Me gustaría que quedáramos atrapadas seis horas en un atasco.. . Pero, de pronto, nos detenemos en una calleja. Hemos llegado.
- Qué rápido, ¿no? -Sadie suena alegre y decidida.
- Ya -digo con una sonrisa forzada-. Increíblemente rápido.
Mientras bajamos, siento la garra del miedo en el pecho. Sigo aferrando el collar, me va a dar un calambre en los dedos. Sin embargo, no me atrevo a aflojarlos, ni siquiera mientras hago malabarismos para pagar con una sola mano.
El taxi se aleja. Sadie y yo nos miramos. Estamos delante de varios locales; uno de ellos es una funeraria.
- Es ahí. -Señalo un rótulo que reza «Capilla de Reposo»-. Parece cerrado.
Se desliza hasta la puerta y atisba el interior.
- Será mejor que esperemos. -Se encoge de hombros y vuelve a mi lado-. Sentémonos por aquí.
Nos acomodamos en un banco de madera y guardamos silencio. Miro el reloj. Nueve menos cinco. Abren a las nueve. La sola idea me da pánico, así que mejor no pensarlo. Aún no. Mejor concentrarse en el aquí y el ahora. Aquí estoy, sentada con Sadie.
- Bonito vestido, por cierto. -Creo que ha sonado casi normal-. ¿A quién se lo has birlado?
- A nadie -dice, ofendida-. Era mío. -Me echa un vistazo y comenta de mala gana-: Esos zapatos también son bonitos.
- Gracias. -Querría sonreír, pero mis labios no ceden del todo-. Los compré el otro día. Ed me ayudó a elegirlos. Fuimos de compras a medianoche al centro comercial Whiteleys. Tenían cantidad de ofertas especiales.. .