- ¿Y qué.. . qué te decía?
- Decía: «¡Todo irá bien, deja de preocuparte!» Sólo eso, una y otra vez. Durante horas. Acabé irritada y al final le respondí: «Vale ya, señorita de la voz. ¡Mensaje recibido!» Y entonces se detuvo como por arte de magia.
- ¡Hala! -finjo asombrarme, con un nudo en la garganta-. Increíble.
- Y desde ese día, las cosas no me preocupan tanto como antes. -Consulta su reloj-. Será mejor que me vaya, papá ha ido a buscar el coche. ¿Quieres que te llevemos?
- No, todavía no. Nos vemos allí.
Mamá asiente, comprensiva, y se aleja. Mientras el charlestón deja paso a otra melodía de los años veinte, me arrellano en el banco y contemplo las preciosas molduras del techo. Todavía estoy medio anonadada por la revelación de mamá. Me imagino a Sadie persiguiéndola y dándole la vara incansablemente.
Me da la sensación de que incluso ahora ignoro la mitad de lo que Sadie hizo y llegó a conseguir.
La iglesia se ha despejado. Aparece una mujer con túnica y empieza a apagar las velas. Me despabilo por fin, recojo el bolso y me pongo en pie. Ya no queda nadie en el recinto.
Al salir al patio de la iglesia, un rayo de sol me da en la cara y parpadeo. Aún hay bastante gente charlando en la acera, pero no tengo a nadie cerca y me sorprendo levantando la vista al cielo. Como me ocurre con frecuencia. Todavía.
- ¿Sadie? -digo en voz baja, por la fuerza de la costumbre-. ¿Sadie? -Pero, naturalmente, no hay respuesta.
- ¡Felicidades! -Ed se planta delante de mí, como salido de la nada, y me estampa un beso en los labios, sobresaltándome. ¿Dónde estaba?, ¿escondido detrás de una columna?-. No podría haber salido mejor. Me he sentido orgulloso de ti.
- Gracias. -Me sonrojo de satisfacción-. Ha estado bien, ¿no? ¡Ha venido muchísima gente!
- Ha sido increíble. Y todo gracias a ti. -Me acaricia la mejilla suavemente y me pregunta, bajando la voz-: ¿Lista para ir a la galería? Les he dicho a tus padres que se adelantaran.
- Sí. -Sonrío-. Gracias por esperarme. Necesitaba estar a solas un momento.
- Claro.
Echamos a andar hacia la verja que da a la calle. Me coge del brazo y yo aprieto el suyo. Ayer, sin previo aviso, mientras nos dirigíamos al ensayo del oficio, comentó que piensa prolongar seis meses su estancia en Londres, porque así podrá agotar el seguro del coche. Me lanzó una mirada significativa y me preguntó qué me parecía.
Fingí que lo pensaba detenidamente, disimulando mi euforia, y le dije que sí, que desde luego debía agotar el seguro del coche. Él me dedicó una sonrisa de complicidad, yo hice otro tanto y nos cogimos de la mano con los dedos firmemente entrelazados.
- ¿Con quién hablabas ahora? -añade como sin darle importancia.
- ¿Yo? Con nadie. Eh.. . ¿tenemos el coche cerca?
- Porque me pareció que decías «Sadie».
Se hace un breve silencio mientras procuro adoptar una expresión perpleja.
- ¿Eso te ha parecido? -Suelto una risita como si la idea me resultara estrafalaria-. ¿Para qué iba a decir su nombre?
- Eso mismo he pensado yo: «¿Para qué va a decir su nombre?»
No cejará, ya lo veo.
- Quizá sea por mi acento británico -respondo con súbita inspiración-. Quizá me has oído decir «Sidecar». O sea: «Necesitaría tomarme otro Sidecar.»
- Sidecar. -Ed se detiene y me clava una mirada inquisitiva.
Hago un esfuerzo y se la devuelvo, poniendo ojos inocentes. Él no puede leerme el pensamiento, me digo. No puede.
- Hay algo.. . -dice al fin, meneando la cabeza-. No sé qué es, pero hay algo.
Noto una punzada en el corazón. Ed sabe todo lo demás sobre mí: las cosas importantes y las triviales. También debería saber esto. Al fin y al cabo, fue parte de ello. Parte interesada.
- Sí -asiento-. Hay algo. Y algún día te lo contaré.
Esboza una sonrisa. Da un repaso a mi vestido de época, mis cimbreantes cuentas de azabache, mi pelo cortado a lo garçon, las plumas que oscilan sobre mi frente, y su expresión se relaja.
- Vamos, chica años veinte. -Me coge la mano con esa firmeza a la que ya me he acostumbrado-. Has estado fantástica con tu tía. Lástima que ella no pudiese verte.
- Sí. Una lástima.
Pero, mientras nos alejamos, me permito una miradita más hacia el cielo.
Espero que sí, que haya podido verlo.
* * *
RESEÑA BIBLIOGRÁFICA
Sophie Kinsella
Sophie Kinsella es el seudónimo con el que Madelaine Wickham, autora de varias novelas, ha pretendido ocultar sus huellas.
Madeleine Wickham nació en Londres. Estudió en Oxford. Publicó su primera novela, The Tennis Party, mientras trabajaba como periodista financiero. Está casada con un profesor y tiene dos hijos. Actualmente vive en Surrey y está escribiendo su próxima novela.
Kinsella es la autora de la popular serie protagonizada por Becky Bloomwood, la famosa «loca por las compras», uno de los personajes más simpáticos y peligrosos que ha dado la literatura. Sus libros, un auténtico éxito de ventas, han sido traducidos a más de 30 idiomas. De ¿Te acuerdas de mí?, su última novela, se han vendido más de un millón de ejemplares solamente en inglés y más de 250 mil en alemán. Asimismo, ha sido número uno en Inglaterra, Estados Unidos e Italia.
Sophie confiesa que le encanta ir de compras y le vuelven loca las rebajas, pero asegura que siempre paga sus facturas, sólo viaja a Nueva York por razones culturales y mantiene una excelente relación con el director de su banco.
Una chica años veinte
No hace falta ser un lince para darse cuenta de que Lara Lington no atraviesa un buen momento: su novio le ha dado esquinazo, su mejor amiga se ha largado a Goa y la empresa de cazatalentos que ha montado con ella se va al garete. Ya es hora de que algo le salga bien. Pues no. En plena tormenta existencial, aparece nada menos que el fantasma de su tía abuela Sadie, recientemente fallecida a la edad de 105 años.
Con el aspecto y la marcha de una joven de los años veinte, Sadie la apremia para que recupere un misterioso collar desaparecido en extrañas circunstancias, sin el cual nunca podrá disfrutar en paz de su eterno descanso. Y aunque Lara intenta tomárselo con calma, la impulsiva Sadie la empujará a través de un alucinante y laberíntico enredo en el que se verán envueltos personajes como su repelente prima Diamanté, un estirado ejecutivo norteamericano y hasta la misma policía, que se pondrá a husmear ante la sospecha de un improbable asesinato. Así, a lo largo de este hilarante laberinto, Lara acabará convencida de que, si cuentas con la ayuda de un fantasma, al final las cosas siempre se arreglan.
«Una comedia deliciosa (.. . ) Una ráfaga de aire fresco.» Publishers Weekly
«Agradable y alegre, como todo lo que escribe Kinsella.» Time Magazine
«La cara más original e inspirada de Kinsella.» Daily Telegraph
«De lectura imprescindible para quien busque una dosis de escapismo este verano.» Sunday Express.
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01/03/2011