Eric Ambler
Una Cierta Angustia
Título original en inglés – A KIND OF ANGER
Traducido del inglés por Manuel País
© 1964 by Eric Ambler
Capítulo 1
1
El semanario de noticias norteamericano World Reporter entra en prensa a las once en punto de la noche del viernes. Habitualmente, ya no queda mucho trabajo para aquella noche, excepto para los correctores de pruebas, pero el ambiente en las oficinas de Nueva York sigue siendo tenso.
Y es comprensible. Un diario se compromete durante unas cuantas horas, y siempre puede rectificar o disimular sus errores con relativa prontitud. Pero cuando un semanario tan previsor y profético como el World Reporter queda superado por los hechos, hace el ridículo durante varios días. Ahí está el ejemplo de aquella desgraciada semana en que aclamó a un general del Sudeste asiático como "nuevo hombre fuerte de Asia"; el lunes, cuando la revista llegó a los quioscos, el general había sido derrocado por un movimiento de estudiantes desarmados, y colgado. Afortunadamente, este tipo de percances son poco frecuentes. Los redactores son hombres capacitados y prudentes, y suelen estar bien informados. Se toman todas las precauciones posibles. Los grandes aparatos del servicio telegráfico son observados continuamente. En todo el mundo, en una docena de zonas con horarios diferentes, el personal de las corresponsalías exteriores del semanario comprueba los servicios regionales de noticias y los boletines de radio. Líneas privadas y circuitos de teleimpresión conectan el edificio de las oficinas centrales con las plantas de impresión en Filadelfia y Chicago. Se han instalado equipos electrónicos de composición. Se pueden limar los artículos, hacerlos más incisivos o más suaves; en una palabra, tirar la piedra y esconder la mano en el último momento. Si bien es cierto que hay tensión, también hay calma y tranquila confianza.
Por lo menos, en Nueva York. En las oficinas extranjeras, la vigilia semanal antes de la fecha clave de la noche del viernes es acompañada por una roedora ansiedad que no tiene nada que ver con el trabajo que hay a mano, sino con el director de la publicación, Mr. Cust.
A las nueve de la noche de un viernes normal (hora de Nueva York), la mayoría de los redactores más importantes se sienten bastante seguros de sí mismos y de su trabajo en el nuevo número, bajan a la planta del edificio del World Reporter y cenan en el restaurante. Pero Mr. Cust actúa de modo diferente. A menos que surja alguna emergencia extraordinaria, él ya no tiene nada que decidir hasta el lunes por la tarde cuando se reúna la redacción para tratar del próximo número. Como accionista principal y director de la revista, no tiene que informar a nadie. Podría, sin menoscabo de ninguna de sus funciones, subir al ático del edificio, cenar con su mujer y sus amistades y después jugar una partida de bridge. Él lo sabe, sabe que los negocios marchan de modo satisfactorio y que él es quien los lleva por buen camino; pero, de todos modos, no está satisfecho. Por lo tanto, en vez de subir al ático, se queda en la oficina y manda traer unos bocadillos de salmón ahumado y una botella de Blanc-de-Blanc. Entonces, con la ayuda de un archivo privado y la atención fija en un tablero operador con los nombres de las agencias de ultramar, procede a nutrir la estima que tiene de sí mismo volviendo locas a las oficinas del extranjero.
Es la única ocasión en que llama directamente a una oficina, y selecciona cuidadosamente a sus víctimas para aquella noche. Suelen ser aquellas (no más de dos o tres, por lo general) para las que ha podido esbozar lo que él llama "sugerencias de planificación".
Le dedica mucho tiempo y mucho esfuerzo mental a preparar dichas sugerencias. Según sus propias palabras, una sugerencia de planificación debe poseer tres cualidades: no debe existir ninguna posibilidad de que el director de la oficina se haya anticipado; tiene que basarse siempre en informaciones obtenidas únicamente por Mr. Cust con su clarividencia acostumbrada; y, finalmente, debe ser tan sorprendente, desconcertante y desesperante que el director de la oficina en cuestión no tenga más remedio que protestar, por lo que Mr. Cust tendrá la satisfacción de reprenderlo. En otras palabras, la sugerencia ha de ser excéntrica, ilógica y perversa.
Dicen que Mr. Cust padece un cierto tipo de perturbación en la circulación cerebral, característica de la senilidad, y que últimamente dicha perturbación se ha acentuado. Puede ser cierto. Ningún director en su sano juicio hubiera dado una orden tan estúpida y maliciosa como Mr. Cust hizo en el caso Arbil.
2
Entré en el despacho de Sy Logan, director de la oficina de París, a las 3, 15 de la madrugada (hora de Francia) de un frío sábado de febrero. Estaba en el despacho cuando sonó la llamada.
La conversación comenzó, como comenzaban siempre tales conversaciones, con unas corteses preguntas de Mr. Cust interesándose por la salud del director de la oficina, la de su mujer y la del resto de su familia. Sy le respondió con la brevedad de rigor, conectó el magnetófono y me indicó por señas que escuchase por el teléfono supletorio de su secretaria.
La voz de Mr. Cust es gruesa y monótona, parece el sonido de los altavoces de un aeropuerto. Aunque molesta un poco al oído, uno tiene que esforzarse por escuchar lo que dice. Además, tiene la costumbre de comer el bocadillo mientras habla, lo cual no favorece mucho la escucha.
– …perfectamente; gracias, jefe -decía Sy Logan.
– Estupendo. Bien, Sy, he estado pensando en el asunto Arbil del mes pasado y en lo que debíamos hacer al respecto.
Hubo una pausa; luego, en el preciso momento en que Sy abría la boca para responder, Mr. Cust continuó:
– Todavía no han descubierto a la chica del bikini, ¿verdad que no?
– No jefe.
– ¡Cristo!
Aunque lo dijo con suavidad, el tono expresaba más que interés por el asunto; sugería que, en cierto modo era culpa de Sy.
– ¿Qué hacemos nosotros al respecto, Sy?
– Bueno jefe…
– No vaya a decirme que hemos publicado el informe de Reuter sobre el asunto, porque ya lo sé. Mi pregunta es: ¿qué hacemos nosotros, Sy?
– Jefe, nosotros no podemos hacer mucho. Hace seis o siete semanas que la chica desapareció. Sus fotos se publicaron en casi todos los periódicos y revistas de Europa. Puede estar en Francia, España, Portugal o Italia. Probablemente esté en Francia, pero la policía no ha conseguido dar con ella, simplemente. Mientras que no…
– ¡Sy!
La exclamación tenía una nota de lamento.
– ¿Diga, jefe?
– Sy, no quiero que Paris Match o Der Spiegel se nos adelanten.
La frase era un típico ejemplo de la técnica de pinchar utilizada por Mr. Cust. No mencionó Time-Life o Newsweek o News and World Report. Esto daba a entender que no había la menor posibilidad de que dichas publicaciones se adelantaran al World Reporter debido a la incesante vigilancia de la oficina de Nueva York; en cambio, la oficina de París, con sus lentos movimientos, podía permitir que los competidores franceses o alemanes le sorprendieran. Como ya les habían sorprendido recientemente en dos ocasiones, la advertencia resultaba especialmente molesta. Sy dio un salto para organizar su propia defensa.
– ¿Adelantársenos en qué, jefe? -preguntó con intención-. No podemos hacer nada todavía. No hay ninguna posibilidad. Hasta que la policía descubra a la chica o ella decida entregarse, el asunto está en una vía muerta.