– Naturalmente.
Había un vestíbulo, unas escaleras que subían a los dormitorios y un pasaje abovedado que daba a la sala de estar. Dos puertas correderas acristaladas separaban la sala de estar de una terraza contigua.
Al entrar yo, venía por el pasaje abovedado una mujer con pantalones anchos y una camisa de seda.
Tendría unos treinta y cinco años, un magnífico porte y el pelo gris, casi blanco. En las muñecas llevaba unas gruesas pulseras de oro, y en la mano un ejemplar de Realites.
Al hacerme a un lado para dejarla pasar, levantó la vista hacia mí. Las líneas de su cara eran las de una persona que tiene una sonrisa fácil y atractiva, sólo que ahora no sonreía. Trataba de dar la impresión de que no le interesara lo más mínimo el por qué de mi estancia allí.
Yo murmuré:
– Buenas noches, Madame.
Estaba justamente a mi altura casi. El tono de su respuesta me decía que ya se había olvidado de mi presencia.
Subió las escaleras. El perro, que venía detrás de ella, hizo una pausa para husmearme con desconfianza y luego echó una carrerilla detrás de ella.
– Por aquí, Monsieur.
Seguí a la criada a través de la sala de estar -suavemente alfombrada en parte con una Aubusson, muebles cómodos, un gran Braque en una pared- hasta un rincón cubierto de libros con una chimenea de piedra tallada en la que ardían varios troncos. En un sillón, un hombre dejó el libro que tenía en las manos, se quitó las gafas y se puso de pie para salir a mi encuentro.
Phillip Sanger, alias Patrick Chase, era un hombre de aspecto agradable, alto y delgado, de sonrisa fácil y encantadora. Tenía puestos unos pantalones flojos de franela y un jersey de casimir con un pañuelo de seda anudado descuidadamente en torno al cuello. Su tez era pálida, pero sana, y su pelo negro y rizado sin una cana. Los ojos eran vivos y expresivos; los rasgos de su boca indicaban firmeza y sentido del humor.
Echó un vistazo a la tarjeta y me alargó la mano.
– Monsieur Maas, encantado de conocerlo, aunque estoy un poco desconcertado. Por la razón que usted da para nuestro encuentro, quiero decir. Siéntese, por favor.
Hablaba el francés con un tono ligeramente cantarino, lo cual producía el efecto de que cada frase pareciese una pregunta.
– Gracias. Es usted muy amable al recibirme.
Mientras yo me sentaba, él continuó:
– Mougins está muy lejos de París. Tengo curiosidad por saber por qué una importante revista americana cree que yo puedo conocer algo de interés para sus lectores.
Yo le dije en inglés:
– Todo lo relacionado con Lucía Bernardi es noticia en este momento, Mr. Sanger.
Él hizo como si no hubiera oído el nombre de la chica. Se sonrió cortésmente y dijo:
– Ah, habla usted inglés. Sin embargo, su nombre…
– Soy holandés, Mr. Sanger. ¿Qué prefiere hablar, inglés o francés?
Su sonrisa se desdibujó ligeramente.
– Me da igual, Mr. Maas. Francés o inglés, es lo mismo. Siempre y cuando usted me diga cuál va a ser el objeto de nuestra conversación.
– Lucía Bernardi.
Consiguió dar la impresión de hallarse levemente interesado y confuso al mismo tiempo. Estaba haciendo una estupenda escena; si es que era una escena. La información de que Patrick Chase y Phillip Sanger eran la misma persona podía estar equivocada.
– ¿Lucía Bernardi? -dijo-¿No es esa chica que anda buscando la policía? Creo haber leído algo sobre el caso.
– Estoy seguro que así es, Mr. Sanger. El asunto ocupó las páginas de los periódicos durante varias semanas.
Sanger se encogió de hombros.
– Aquí llevamos una vida muy tranquila. De todos modos, no acabo de comprender qué tiene que ver eso conmigo.
– Lucía Bernardi conoció al coronel Arbil en Suiza, en St. Moritz. En aquel tiempo, la chica estaba en compañía de un americano llamado Patrick Chase. Yo tengo entendido que Patrick Chase es amigo de usted, Mr. Sanger. Me gustaría hablar con Mr. Chase sobre la chica.
Me miró con ademán de suave impotencia.
– Bueno, sí, supongo que si él la conocía bien, usted querrá entrevistarlo, pero me temo que usted y su revista se han tomado muchas molestias para nada. Yo conozco a un hombre llamado Patrick Chase, sí. Estaba ligeramente relacionado con un asunto de unas propiedades en que yo trabajé durante cierto tiempo. Al final no saqué nada limpio, a decir verdad. Pero Chase no era exactamente un amigo, sino simplemente conocido. Deben haberle informado mal. Creo que no puedo ayudarle.
– ¿No podría decirme cómo entrar en contacto con él, Mr. Sanger?
Meneó la cabeza como sintiéndolo mucho.
– Yo actuaba como agente para una cadena de hoteles italiana. Tal vez escribiendo a dicha cadena… -se interrumpió-. Lo que no comprendo es por qué decidió venir usted a mí. ¿Quién le dio mi nombre… y esta dirección?
Su representación seguía siendo tan buena como siempre, pero súbitamente tuve la sensación de que la información de Nueva York tal vez no fuera un error al fin y al cabo. "¿Quién le dio mi nombre?" podía ser una pregunta muy natural. Pero las otras tres palabras "¿y esta dirección?", no eran tan naturales, si él no era más que Phillip Sanger. Porque si también era Patrick Chase, ahora estaría preocupado por la tapadera. En este caso, tenía que descubrir dónde estaba el agujero y qué magnitud tenía; y tenía que descubrirlo por mí.
Yo puse cara de circunstancias.
– Lo siento, Mr. Sanger, usted ya sabe que nosotros nunca divulgamos nuestras fuentes de información.
– Ah, sí. La llamada ética profesional.
Por un momento su aspecto fue cualquier cosa menos agradable. Luego, como si quisiera alejar los pensamientos molestos, se puso de pie inesperadamente.
– Todo esto ha resultado tan sorprendente -dijo- que olvidé preguntarle qué quería beber. ¿Qué será, Mr. Maas: whisky, ginebra, aguardiente?
– Whisky, si es tan amable, gracias.
– ¿Soda, agua, hielo?
– Soda y hielo, por favor.
Le observé mientras me servía el whisky. Parecía que sólo fuera a preparar uno: el mío. Todos sus movimientos eran muy sencillos y económicos. Sus manos nunca daban la sensación de inseguridad. Todo estaba perfectamente controlado. Decidí apretarle un poco.
– Gracias -le dije cogiendo el vaso-. ¿Qué tipo de hombre es Patrick Chase, Mr. Sanger?
– ¿Cuál es su apariencia exterior, quiere decir?
– Bueno, ¿cómo le describiría usted? No me refiero a su aspecto físico necesariamente, sino a la impresión en general.
– Oh, el típico hombre de negocios americano, supongo.
– ¿Mucho dinero?
– Eso es difícil de decir. Estaba interesado en inversiones en Europa, pero más bien como intermediario, diría yo.
– ¿Un corredor de bolsa?
– Posiblemente.
– Creo que usted no es ciudadano americano, ¿verdad, Mr. Sanger?
– No. Me eduqué en América durante la guerra -se sonrió-. Estoy seguro de que sus fuentes de información también le dijeron esto. ¿A qué viene realmente esta pregunta?
– Simple medida de precaución, Mr. Sanger -dije dejando el vaso-. Comprenda, me dijeron que entre usted y Patrick Chase existía una íntima conexión. Ahora, usted me dice que no es cierto. Naturalmente, me gustaría saber hasta qué punto el resto de mi información sobre usted es falsa también.
La presión pareció empezar a dar resultado; Sanger se dirigió de nuevo al mueble-bar y se puso un Campari con soda para él. Luego se volvió y dirigió su vista hacia mí.