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Podía ser una coincidencia que la lista fuera la misma, pero yo sabía que era poco probable. Decidí que sería mejor examinar al individuo antes de que él se diera cuenta de lo que pasaba y empezase a fijarse en mí.

El mostrador del público del archivo del registro estaba inclinado como un enorme facistol, de tal modo que los gruesos volúmenes podían entregarse sin forzar las ataduras, y dividido en una serie de casillas mediante delgadas divisiones. En consecuencia, no se podía ver todo a lo largo del mostrador. Sin embargo, junto a la entrada de la estancia había una mesa donde se pagaban las tasas de consulta y se cogían las fichas para pedir los volúmenes.

Tan pronto como terminé con el volumen de la zona correspondiente a La Turbie (donde no había ninguna casa a nombre de Sanger), pedí el volumen correspondiente a Eze y volví junto a la mesa a comprar otras cuantas papeletas. Desde allí pude ver la casilla donde estaba el hombre.

Estaba de espaldas a mí. Lo único que yo podía ver era que se trataba de un tipo alto y delgado, de cabeza estrecha y con mechones de pelo gris peinados sobre una gran calva. Tenía gafas y un traje gris oscuro. El traje no parecía francés; no había ningún detalle por el que pudiera adivinarse su nacionalidad.

Volví a mi casilla y esperé el volumen de Eze. Ya era casi mediodía y las oficinas del Ayuntamiento pronto cerrarían para el período de dos horas de la comida. En el otro extremo del mostrador, el archivero se había hecho entender al fin y en la estancia reinaba un silencio total. Yo me preguntaba quién podía ser aquel hombre. Si hubiera sido de la localidad, hubiera pensado que se trataba de alguien enviado apresuradamente por Sy. Al no ser así, la explicación más razonable parecía ser la de que se trataba de otro periodista extranjero que, sin saber cómo, había seguido la misma pista que yo.

Cuando el ayudante volvió con el volumen de Eze y lo dejó frente a mí, al hacerlo miró inquisitivamente por encima de mi hombro. Yo volví la cabeza. El extranjero estaba de pie detrás de mí.

Se sonrió, mostrando una hilera de dientes largos y amarillos. Los ojos de detrás de las gafas eran castaños, con grandes bolsas arrugadas debajo de ellos. La sonrisa, aunque pretendía evidentemente ser afable, quedaba estropeada por los dientes, que le daban una apariencia rapaz.

Me dijo con extrañísimo francés:

– Por favor, excúseme, Monsieur. Me han dicho que nuestras respectivas pesquisas siguen caminos similares o paralelos. Sin duda los objetivos son totalmente diferentes, pero me pregunto si, hasta que nuestros caminos se separen, no podríamos, para ahorrar tiempo, colaborar en nuestros empeños respectivos.

Y al concluir, me enseñó sus dientes de nuevo y enarcó las cejas interrogadoramente.

Me había cogido por sorpresa y me sentía estúpido. Por lo demás, parecía aconsejable, mientras me tomaba tiempo para pensar, aparentar cierta estupidez. Yo me quedé mirando inexpresivamente. El ayudante que estaba al otro lado del mostrador también colaboró, pues se lo quedó mirando igualmente.

Al cabo de unos segundos, me encogí de hombros y dije:

– Posiblemente.

Sus labios se cerraron sobre los dientes.

– Bien. Ya tenemos una base para la negociación. Podríamos continuar junto a un vaso de vino, si le parece.

No pasaría nada, pensé, por descubrir quién era y qué deseaba. Asentí con la cabeza y dije:

– Muy bien.

Me llamo Skurleti.

– Mathis -dije yo.

Me hizo una pequeña reverencia.

– ¿Nos vamos, pues, Monsieur Mathis?

– De acuerdo.

Recogí todas las notas que había tomado y las metí en el bolsillo interior de la chaqueta.

Teníamos que pasar a través de una serie de puertas para salir del Ayuntamiento, y Skurleti demostró ser uno de esos hombres supercorteses y temerosos de que alguien les ataque por la espalda, que nunca atraviesan una puerta delante de la persona con la que van, aun cuando es mucho más sencillo hacerlo así. Nuestro avance hacia la calle fue una especie de estúpido minueto de "usted-primero-no-usted-primero" que terminó por darme la sensación de que estaba abandonando el lugar escoltado.

El Ayuntamiento está a sólo unas yardas de la Plaza Massena y nos fuimos al primer café de la esquina. Nos sentamos y Skurleti pidió un vermut.

– ¿No cree que deberíamos presentarnos? -me preguntó volviéndose hacia mí con otra exhibición de dientes.

– Creo que sí.

Sacó del bolsillo una cartera de piel de cocodrilo y me pasó una tarjeta que decía:

MR. KOSTAS POLITIS-SKURLETI

Agente Autorizado

Transmonde Information Agency,

Miembro de la Asociación Apartado 1065. Muski Road

Internacional de Detectives El Cairo, R.A.U.

– Supongo que habrá oído hablar de la Transmonde -dijo.

– Sospecho que no.

Pareció sorprenderse.

– Es una de las mayores y más conocidas agencias de información internacionales.

Esperé que se fuera el camarero antes de responder.

– Yo siento no tener tarjeta para darle, pero mi trabajo también es ampliamente confidencial. Hago investigaciones sobre bases crediticias para una organización financiera. Si no le importa, preferiría no darle el nombre. En cuestiones de crédito, compréndalo, hay que ser discreto.

– Lo comprendo. Nosotros también tenemos un departamento que hace ese trabajo… a escala internacional, por supuesto. Mi trabajo personal, sin embargo, se refiere más bien a negociaciones. Quiero decir, negociaciones confidenciales en las que, por varias razones, las partes interesadas prefieren tratar a través de intermediarios.

– Comprendo.

– Es más -continuó-, le diré que, en este momento, estoy tratando de establecer cierto contacto y sospecho que la persona sobre cuyas bases crediticias está usted investigando y las personas con las que yo deseo establecer contacto posiblemente pueden estar relacionadas.

En su rostro apareció de nuevo la sonrisa, pero con una mirada de expectación, como si acabase de contar un chiste y esperase la carcajada.

Yo puse toda la cara de escepticismo que pude.

– Una posibilidad bastante remota, ¿no cree?

– El hombre de esa persona es Phillip Sanger, Monsieur Mathis, y tiene una serie de casas a lo largo de la costa. ¿Estoy en lo cierto? Sí, veo que sí. Bien, pues adelante. Usted ya me ha dicho su objetivo. No hay ningún conflicto de intereses entre nosotros. Por lo tanto, como colegas en cierto sentido, tal vez podamos ser francos el uno con el otro, ¿no cree? Yo puedo conseguir la información que deseo sin gran dificultad, naturalmente, pero me llevará tiempo, y el tiempo es un factor importante para nuestros clientes en este caso. Para ahorrar tiempo, estoy dispuesto a pagar lo que sea.

– ¿Por la dirección de la casa de Monsieur Sanger?

– Monsieur Sanger no tiene una sola dirección. Tiene muchas. Las necesito todas y pronto.

– Dice usted que no hay ningún conflicto de intereses entre nosotros. ¿Cómo puedo estar seguro de eso? ¿Quiénes son esos clientes suyos y qué quieren?

Skurleti levantó la mano protestando.

– ¿No esperará en serio que yo le vaya a decir eso? Un grupo de hombres de negocios que desean hacer una negociación con urgencia. Eso es todo lo que puedo decir. Pero no tiene nada que ver con préstamos ni créditos, eso puedo asegurárselo.