– No quise decir que hubiera fallado -repuse-; me llevaron al hospital una hora demasiado pronto.
– ¿Lo volvió a intentar alguna vez después?
– No. Lo que Sanger quería decir, sin embargo, era que yo podía haber descubierto otros medios de autodestrucción. Pudo haberse convertido en un hábito, ¿comprende? La gente dice: Porque una cosa le vaya mal simplemente, no es razón para hacerlo. Pero están muy equivocados. Puede ser una razón, y muy sólida.
– ¡Psiquiatría! -se cogió la nariz con los dedos como si tratara de apartar un mal olor-. ¿Cuál es el nuevo tipo de angustia?
– Me pareció que Sanger creía que tenía que ser usted.
– ¿Angustia conmigo? ¿Por qué?
– No angustia con usted, sino por usted. El fiero dragón lo abandona todo para correr en ayuda de la bella damisela en peligro.
– Pero eso sería ridículo.
– Es la explicación de Sanger, no la mía. También cree que me hallo bajo el hechizo de sus encantos personales.
Lucía puso cara de guasa.
– Oh, sí, seguro; Patrick suele pensar eso siempre. Es un romántico -luego volvió a su tono formal-. Se contó a sí mismo algunos cuentos bonitos y se los creyó. Yo no.
– Muy bien -dije yo-. Mi respuesta es diferente. La razón por la que no acepté el dinero de Sanger fue porque no podía largarme con él. Así de sencillo. La razón por la que mandé la revista al diablo, como dice usted, es porque quiero romper un contrato con ellos y quiero que me echen. Así, hice algo que, profesionalmente, es imperdonable: abandonar una misión en el peor momento posible y del peor modo posible. Mi estancia aquí en este momento no tiene nada que ver con el World Reporter ni con cualquier otra revista. Estoy aquí por interés hacia usted y por curiosidad hacia su caso, y si le he de ser franco, porque no tengo nada que hacer de momento. No me atrevo a regresar a París todavía. El lunes, cuando aparezca la entrevista, puede que la policía me busque a mí también. Tengo que esfumarme. ¿Lo comprende?
Se lo pensó un momento antes de responder.
– ¿Por qué desea romper el contrato?
– Porque me han ofrecido un empleo mejor, naturalmente. ¿Por qué iba a ser si no?
Esta última mentira la convenció. Se sonrió con expresión burlona, pero sin desaprobación.
– ¿Otro hijo-de-puta simplemente, eh? -dijo, utilizando la expresión americana.
Yo le sonreí también.
– Eso es. Y ahora permítame que le haga una pregunta. Si usted pensó realmente que mi intento de proteger a los Sanger era un farol y que lo único que buscaba era obtener más declaraciones de usted, ¿por qué dejó que Adela Sanger me diera su número de teléfono?
Mi pregunta pareció divertirla.
– Ya me extrañaba que aún no hubiera pensado en hacerme esa pregunta -me dijo.
– Entonces estoy seguro que ya tiene la respuesta.
– Por supuesto -se sentó; ya no necesitaba pensar rápidamente de momento-. Lo hice porque deseaba estar en contacto con usted después de que la entrevista apareciese en la revista. Al irse Adela, ya no podía establecer el contacto a través de ella. Por eso le di el número de teléfono.
– Y que ella le diera el mío también. ¿Lo hizo porque pensaba realmente trasladarse o por si yo no la llamaba?
– Ya se lo he dicho.
– Hace unos momentos, me acusaba usted a mí de tratar de sonsacarla más declaraciones mediante engaños. ¿He de suponer que usted desea hacer más declaraciones?
– Quizá. Me lo tengo que pensar más detenidamente.
Sus ojos tropezaron con los míos. Luego continuó lentamente y poniendo más cuidado en lo que decía:
– Pensaba, sobre todo, en que, una vez publicada la entrevista, puedo necesitar cierta ayuda para tratar con otras personas que quizás deseen hablar conmigo.
– ¿Otros reporteros, quiere decir?
– Sí, claro. Otros reporteros y -levantó la tarjeta de Skurleti- gente como esta.
– Comprendo.
– Éste ha llegado demasiado temprano. ¿Qué piensa decirle?
– ¿Qué quiere usted que le diga?
– El dinero que le ofrece es serio -se sonrió ligeramente-. Puede venderle la lista que desea pero con la ausencia de algunas direcciones… esta casa, y la de Beaulieu, quizás.
– Esto le retrasaría ciertamente. ¿Qué le gustaría que hiciera yo después?
– Podría quedar con él para darle otras cuantas direcciones después del lunes.
– Después que aparezca el semanario con la entrevista. ¿No es eso?
– Sería interesante saber si está buscando realmente a Patrick o a mí. Interesante para usted también -añadió en tono persuasivo.
Yo me puse de pie.
– Creo que es hora de irme.
– ¿No quiere tomar algo, por ejemplo, un vaso de Oporto, antes de irse?
– No, gracias. Creo que es mejor que regrese a Niza.
Ella se puso de pie también. Ahora su sonrisa era un poco forzada. Tenía miedo de haber demostrado con demasiada claridad que intentaba utilizarme, sin darme a entender con el mismo énfasis que yo debía esperar que habría compensaciones.
Me cogió por un brazo y me dijo con cierta ansiedad:
– Tendrá usted mucho cuidado, ¿verdad?
– ¿Con Skurleti?
– Consigo mismo -sus ojos se clavaron en los míos-. Se olvida usted que ahora los dos somos fugitivos.
– Supongo que así es.
Mi tono era intencionadamente evasivo. Tuvo que intentarlo de nuevo.
– Por eso es por lo que ha de tener cuidado. Ha de tomar ciertas precauciones.
– Me temo que mi aspecto resultaría un poco sospechoso con una peluca postiza.
– Estoy hablando en serio.
– Yo también.
Ella se encogió de hombros, luego se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta de la salida. Allí hizo un esfuerzo final.
– Si desea telefonearme, es mejor que lo haga por la tarde o por la noche. Por la mañana está aquí la mujer de la limpieza.
– Lo tendré en cuenta.
– Me encuentro muy sola aquí -me dijo-; y ahora que Adela se ha ido, aún me encontraré más. Tal vez pueda volver mañana, si no corre ningún riesgo.
– Me gustaría -le dije con una sonrisa forzada-. Así le contaría lo que he podido sacarle a Skurleti. ¿Qué le parece?
Ella soltó una carcajada. Evidentemente le parecía estupendo. Al fin y al cabo, no había por qué preocuparse; me tenía donde quería.
3
Al llegar a Niza me dirigí antes de nada al hotel y preparé la lista de las direcciones de Sanger.
No era muy larga. Pensé en omitir La Sourisette además de las dos casas que Lucía me había sugerido. Casi con toda seguridad, Sy tendría a alguien vigilando la casa de Sanger a estas horas, tal vez utilizaría al corresponsal de Marsella. Si Skurleti empezaba a meter la nariz por allí, posiblemente habría un fondo común de recursos e información. A Sy sólo le costaría una décima de segundo adivinar quién era "Pierre Mathis". Por otra parte, a no ser que omitiera todas las direcciones de Mougins, era seguro que Skurleti oiría hablar de La Sourisette tan pronto empezase sus pesquisas allí. Además, ¿podía yo omitirlas todas? Skurleti había hecho ya algunas pesquisas y era muy posible que supiese de la existencia de las casas de Mougins. En realidad, yo mismo había estado comprobándolas mientras él discutía con el archivero. Desde aquel momento, Skurleti había tenido tiempo para hacer su propia lista, aunque fuera incompleta. Si yo quería que confiara en lo que le iba a dar, y en mí, tendría que correr el riesgo de que encontrara a Sy.
Pensé en una posibilidad de reducir el riesgo, sin embargo, y puse un asterisco junto a La Sourisette.
Skurleti ya estaba en el café cuando llegué. Yo lo hice con diez minutos de retraso y él estaba mirando su reloj. Asintió con la cabeza mientras me sentaba y esperó impasible mientras yo llamaba a un camarero y pedía algo de beber. Cuando el camarero se fue, Skurleti se inclinó hacia adelante.