Nuestra aversión mutua era casi completa.
Capítulo 6
1
Un hombre, X, llega a un hotel y coge una habitación.
Un segundo hombre, Y, está en una casa en las afueras de la misma ciudad. X desea encontrarse con Y, e Y desea encontrarse con X. Sin embargo, deben encontrarse sin exponer a X e Y (sobre todo a Y) a las intenciones hostiles de una tercera parte, Z.
Pregunta: Descríbase adecuada y convincentemente: 1) las circunstancias en que puede tener lugar el deseado encuentro sin correr riesgos ninguna de las dos partes, y 2) cómo disimular dichas circunstancias. Dense los detalles precisos. Si es necesario, ilústrese la respuesta con diagramas, croquis, etc. La buena fortuna no puede ser utilizada como factor determinante de la solución.
Me pasé la mayor parte del domingo tratando de resolver este intrincado problema.
Las respuestas a la primera parte de la pregunta eran casi evidentes. Suponiendo, como suponía yo, que el brigadier Farisi fuera conocido por los agentes del Comité y sometido a estrecha vigilancia, dicha vigilancia tenía que ser burlada con eficiencia antes de que el encuentro tuviera lugar. Era necesario que Farisi no pudiera servirles de pista que los condujera a mí. Es más, debido a las peculiares relaciones entre yo, la policía y los periódicos que surgirían durante el período en discusión, el encuentro debería llegar sin ser visto ni identificado. Idealmente, Farisi y yo deberíamos hacernos invisibles durante una hora o dos.
En cuanto a la segunda parte, no era capaz de encontrar respuestas satisfactorias en absoluto. Yo había visto películas en las que alguien burlaba la vigilancia de sus seguidores saltando de un tren en marcha o escabullándose a través de un edificio con varias salidas; pero tenía que suponer que los hombres enviados por el Comité para encontrar y destruir los documentos eran tipos decididos a todo y con mucha experiencia. Cualquier intento rudo y evidente de burlar la vigilancia sería tanto como notificarles que estábamos a la defensiva y, más peligroso todavía, que había un trato por medio. Lo que tenía que hacer yo era un plan sin fallos para el encuentro y que se le pudiera explicar a Farisi simple y concisamente por teléfono; además, dicho plan no debía exigir al brigadier un comportamiento extraño por su parte, que pudiera llamar la atención de los posibles vigilantes.
A última hora de la tarde, había llegado a la conclusión de que el problema era virtualmente insoluble, a no ser que aceptáramos un cierto elemento de riesgo. Era relativamente sencillo imaginar modos de apartar a Farisi de la vista directa de sus seguidores durante un cierto tiempo mientras se hallaba fuera del hotel. Podía desaparecer en la sala de espera de un médico, o en los lavabos de un café, o podía hacer una visita al burdel más próximo. La verdadera dificultad estaba en concertar una cita con él sin que, al hacerlo, yo no corriese ningún peligro.
Telefoneé a Lucía, que se mostró formalmente cortés.
– ¿Ha dormido usted bien? -me preguntó.
– Bastante bien, gracias.
– ¿Está caliente la casa? Debí haberle dicho que hay leña en el armario de la escalera.
– Ya la encontré. La llamo por lo siguiente. ¿Tiene usted un buen mapa de la zona? ¿O algún tipo de guía?
– Adela me dejó un mapa en el coche, creo, ¿por qué?
– Luego se lo explicaré. Pero es importante.
– Muy bien. Estaré ahí tan pronto pueda.
Cuando llegó, traía un paquete de provisiones, una cacerola con un pollo que había preparado ella misma y dos botellas de vino. Puso la cacerola en el horno y me rogó que abriera la botella de borgoña.
– Ayer teníamos demasiado alcohol -me dijo-. Yo dije algunas necedades.
– Dijo lo que pensaba.
– Lo cual a veces es una necedad.
– ¿Ha traído el mapa?
Lo tenía en el bolsillo del abrigo. Era una combinación de mapa y guía de calles de los alrededores de Niza, con varios pliegues y listas con los nombres de las calles. Sólo se podía usar con la ayuda de una lupa. Yo lo abrí sobre el suelo y lo examiné con expresión huraña.
– ¿Para qué necesita eso?
Le expliqué el problema en el que había estado enfrascado.
Pareció agradarle esta prueba de que yo estaba adoptando una actitud de negocios. Se sentó en el suelo junto a mí y escuchó con atención.
– Una cosa es segura -dijo cuando yo terminé mi explicación-. No tenemos que preocuparnos por Skurleti. Este ya está aquí. Con él podremos terminar el trato antes de que la gente del Comité tenga tiempo de ponernos dificultades.
– Creí que su idea era hacerle creer que tenía competidores para hacerle pagar más. No podemos acelerar las cosas demasiado sin debilitar nuestra posición. Puedo llamarle mañana y abrir el fuego de las buenas noticias para él. Incluso puedo concertar la primera entrevista con él para mañana por la noche. Pero hasta el martes por la noche, como mínimo, no podemos esperar cerrar la venta. Tendrá que consultar al grupo para el que trabaja. Tendrá que reunir el dinero en metálico. Porque supongo que lo queremos en metálico, ¿no?.
– Oh, sí. Francos franceses o suizos, o dólares. Eso no me importa demasiado. Pero debe ser en metálico.
– Puedo quedar de acuerdo con él respecto a ciertos detalles en la primera entrevista, lo cual hará que la segunda resulte completamente segura. Si abandonara Niza inmediatamente, por ejemplo, el Comité no tendría ninguna posibilidad de cogerle. Pero esto no valdrá con el brigadier Farisi. Le pueden estar esperando en el aeropuerto.
– Tal vez no sean tan rápidos ni tan listos.
– Yo prefiero suponer que lo serán. Si Farisi tiene que volar desde el Irak, tendrán doce horas de adelanto.
– Si está en la embajada de Ankara, no tardará tanto. De allí es de donde iba a venir la primera vez.
– No podemos correr ningún riesgo. No importa de donde venga -dije yo-. El World Reporter puede comprarse en Ginebra el lunes por la mañana. El Comité puede tener gente en Niza mañana por la noche. Debemos elaborar un plan para las entrevistas con Farisi que sea bastante seguro para todos nosotros. Tiene que haber algún edificio en Niza donde Farisi, pueda entrar sin levantar sospechas ni ser seguido, y donde yo pueda entrar sin que nadie me vea ni dentro ni fuera. Es así de sencillo, y así de difícil.
Lucía guardó silencio, pensativa. Al cabo de un minuto o dos, se levantó y entró en la cocina para ver si la cacerola estaba lista. Cuando salió, dijo:
– La clínica Prophylax.
– Eso ¿qué es?
– Recuerdo que mi padre solía ir allí a veces. Cuando tenía dificultades con el hígado, el médico solía enviarlo allí para que le hicieran irrigaciones de colon. Solía hacerle gracia.
– ¿Las irrigaciones?
Ella se rió.
– La clínica. Allí daban diversos tratamientos para hombres de cierta edad, usted ya me entiende, algunos de ellos se referían a dificultades de funcionamiento de ciertas glándulas. A un hombre no suele hacerle gracia que se sepa que va a esos sitios, ni le gusta encontrarse con nadie conocido allí si puede evitarlo. Por eso estaba dispuesto de tal modo que fuera lo más discreto posible. Se entraba a través de una farmacia y se subía a la clínica por unas escaleras. Al salir, se bajaba por una escalera diferente que daba a un patio situado en la parte trasera de una casa de pisos.
– ¿Cuánto tiempo hace de eso?
– Unos nueve años quizás.
– ¿Aún está allí la clínica?
– Eso es fácil de saber.
Echó la mano de la guía telefónica y buscó el nombre de la clínica.
– Sí, aún está.
Miró la fecha de la guía y añadió:
– Por lo menos estaba hace dos años. Mañana por la mañana podemos telefonear.
– Dice usted que el patio estaba por la parte de atrás. ¿Era un patio cerrado o se podía entrar en coche?