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Hice un poco de café y hojeé el informe que Sy me había dado.

Los primeros artículos sobre el caso Arbil habían aparecido en los diarios suizos y estaban incluidos en el dossier, pero en su mayoría eran incompletos y contradictorios. El artículo más completo había aparecido en un semanario francés ilustrado que se llama Partout.

Tenía por título, con letras dibujadas en forma de bala de revólver, MISTERIO EN ZÜRICH. Debajo había un subtítulo, incrustado en un dibujo rojo al pincel representando un coche que bajaba a todo gas una carretera de montaña con una chica desnuda al volante: Toda Europa busca a la hermosa francesita del bikini, la clave del misterio.

A Partout le gusta dramatizar. Los hombres que trabajan allí cultivan un estilo declamatorio, sensacionalista. Además, trabajan en equipo. Aunque el artículo aparecía con una sola firma, era evidente que en él habían colaborado, como mínimo, tres escritores diferentes. La introducción era obra de alguien con opiniones izquierdistas y un desafortunado gusto por el presente histórico. Se parecía a los subtítulos de una vieja película muda.

LUGAR: Zürich, Suiza.

FECHA: 10 de enero.

HORA: las 10 de la noche.

Es una fría noche de invierno. Ante el tablero de mandos de la central eléctrica está sentado el vigilante de servicio, Martín Brünner (43 años). Sus ojos pestañean sin cesar hacia los contadores e indicadores del panel de control que está ante él, mientras bebe a sorbitos su taza de chocolate.

Durante el día hubo un deshielo parcial seguido de una fuerte helada. Espera que haya problemas.

¡Pero no el tipo de problemas con los que en realidad se va a encontrar!

De pronto se enciende una luz de alarma.

¡Alarma!

Los dedos del vigilante se mueven veloces y precisos. La luz de alarma indica una interrupción del servicio en el distrito acaudalado de Zürichberg: hay un corte en la centralita de un transformador. En el espacio de unos cuantos segundos, el vigilante ha efectuado las conexiones necesarias para restablecer el servicio en la zona, a pesar del corte.

A los ricos no se les deben causar molestias.

Por lo tanto, hay que poner en movimiento a los chicos.

El vigilante Brünner sospecha que es culpa de un aislador.

Debe salir a efectuar la reparación la cuadrilla de trabajadores que está de guardia. El vigilante da la orden. Un minuto más tarde, los chicos están en camino, echando maldiciones por lo bajo, hacia el sitio del corte.

Al frente de la cuadrilla va Hans Dietz, treinta y seis años casado y con dos hijos. Va sentado junto al conductor de la furgoneta de reparaciones. Los otros dos miembros de la cuadrilla van atrás, junto a las herramientas y aparejos.

La centralita está situada bajo la cresta de una elevada colina, cerca de uno de los radares exteriores del aeropuerto internacional de Kloten-Zürich. Para coger la corta pista que los llevará allí, tienen que subir por la Waldseestrasse, una sinuosa carretera de montaña, con un precipicio hacia un lado y los muros que cierran el terreno circundante de unos cuantos viejos chalets por el otro.

La entrada del número 16, Villa Consolazione, está situada en una curva en forma de horquilla. Como medida de seguridad, el Ayuntamiento colocó un gran espejo en el lado del lago para que el tráfico de bajada pudiese ver en la curva los coches que entran o salen del chalet.

Esta noche, sin embargo, el espejo está empañado por la helada.

Al subir, los trabajadores de la central eléctrica no encuentran ningún coche en la carretera. Es bastante suerte, porque la nieve helada está amontonada a ambos lados de la calzada y sería difícil pasar. La superficie está resbaladiza y tienen que ir con mucho cuidado. La Villa Consolazione casi no se ve desde la carretera. No se han fijado si hay o no reflectores encendidos en el jardín del chalet.

¿Por qué se iban a fijar? Ellos van a su trabajo.

Llegaron a la centralita un poco antes de las once de la noche. Les lleva unas dos horas localizar y reparar la avería. Una vez realizado el trabajo, Dietz informa al vigilante a través del radioteléfono de la furgoneta y le pide que haga una prueba. Es ahora la una y treinta y cinco minutos. Tres minutos más tarde, tras asegurarse de que todo funciona perfectamente y de que la centralita ha sido conectada de nuevo con la red de servicio, la fatigada cuadrilla empieza a cargar de nuevo la furgoneta para el viaje de vuelta. Son casi exactamente las dos de la madrugada cuando llegan de nuevo a la Waldseestrasse.

Bajan con toda la precaución posible, igual que al subir, a 10 kilómetros por hora.

¡De pronto, Dietz ve el peligro frente a él!

Un coche se dirige hacia la salida de Villa Consolazione. ¡Y sale a una velocidad de locos! Ve los reflejos de sus focos delanteros en la nieve amontonada. ¡Dios mío! lanza un grito de alarma al conductor de la furgoneta. Pie al freno. El conductor aprieta el pedal a fondo.

¡Demasiado tarde! La pesada furgoneta se desvía de costado y luego se desliza hacia adelante sobre el hielo con las cuatro ruedas trabadas. Un instante más tarde, el coche sale de la entrada del chalet, patina sobre la calzada y pasa rozando el morro de la furgoneta.

No fue más que una rozadura y al coche poco le afecta.

Pero para la camioneta que bajaba patinando es un auténtico desastre. Da un bandazo de costado, tropieza contra una de las piedras que forman el batiente del portalón del chalet, se sube al montón de nieve acumulada a lo largo del muro y avanza sobre él rozando la pared. Finalmente se para contra el otro banco de nieve, al lado del lago.

El coche que había salido del chalet sigue corriendo colina abajo. Pero en el momento del impacto, Dietz ha visto claramente el coche y el conductor a la luz de los focos de la furgoneta.

El coche es un Mercedes negro 300 S.

Lo conducía una joven.

Ni Dietz ni el conductor han sufrido heridas graves. Los obreros que iban atrás, sin embargo, han sido menos afortunados. Uno se ha roto la clavícula, el otro tiene una herida en la cabeza que sangra de mala manera y necesita puntos. Mientras el conductor presta los primeros auxilios a los heridos, Dietz se sube a la cabina y trata de utilizar la radio.

Está intacta y puede llamar al vigilante Brünner y contarle lo que ha ocurrido. Cuando el vigilante le contesta para decirle que están en camino una ambulancia y la policía, Dietz ha tenido tiempo de pensar.

No pudo coger la matrícula del Mercedes, pero como salió de Villa Consolazione, supone que aquí habrá alguien que conozca el nombre de la conductora y dónde encontrarla. Decide subir al chalet y pedir los datos.

– Mejor que espere a la policía, Hans -le sugiere el vigilante Brünner.

Pero no. Dietz empieza a sentir sus magulladuras y está enfadado. Va a conseguir el nombre de aquella loca.

Así que sube solo al chalet.

En este punto, Partout, dejándose llevar por el ulterior desarrollo de los acontecimientos, comienza a describir los pensamientos de Dietz mientras se acercaba al chalet. Además, le conceden una extraña facultad de tener presentimientos que le hacen titubear.

Según el relato de un reportero local, Dietz subió a trompicones hasta la mitad de su camino, perdió pie en la nieve helada y decidió que quizás el vigilante tuviera razón, así que se dio la vuelta.

Los que llegaron al chalet minutos más tarde fueron dos policías de tráfico procedentes de un coche patrulla.

Había una fotografía del chalet. Era un edificio de dos pisos, imitando un castillo al estilo de los años veinte, con dos pequeñas torretas. Cuando los policías llegaron junto a la casa, encontraron el lugar sumido en la más profunda obscuridad. Las puertas del garaje estaban abiertas, dejando espacio para que pasaran dos coches. Uno de los sitios estaba vacío y en la nieve exterior había huellas frescas de neumáticos; en el otro sitio había un viejo Citroën tipo 2 CV. Los policías abandonaron el garaje y se dirigieron a la entrada del chalet. La puerta estaba abierta.