– Gracias.
Me mostró los dientes por un momento.
– Es costumbre de muchas personas cuando quieren hacer un trato rebajar el valor de la cosa que desea comprar. En Transmonde no creemos en esos métodos trasnochados. Si esos informes están completos y son tal como usted dice, tendrían un incuestionable interés para mis representados y estarían dispuestos a pagar una fuerte suma por ellos. Todo esto se puede admitir. La cuestión consiste ahora en saber cuál es esa fuerte suma.
– Ya se lo dije por teléfono.
– Sí, me lo dijo. Sin embargo, nuestros clientes piensan que la suma que usted mencionó está totalmente desorbitada.
– Entonces, me temo que…
Su mano se elevó en el aire hacia mí.
– No, por favor. Aguarde. Examinemos estas cuestiones. Primero, la cuestión de otras posibles partes interesadas a las que usted se refirió. Una de ellas sería el Gobierno del Irak.
– Evidentemente.
– No le pagarían la mitad de lo que usted pide.
– Me parece que se equivoca. Estoy casi seguro que pagarían más. Si dependiera de mí, yo esperaría y veríamos. Pero Miss Bernardi opina de modo diferente. Está cansada de tanta inseguridad. Quiere coger el dinero y olvidarse del asunto lo antes posible. Pero tampoco lo está tanto como para dejarlos por nada. Si usted no quiere pagar y los iraquíes tampoco, entonces quizá los turcos lo hagan..
Skurleti se sonrió burlonamente y yo comprendí que había cometido un error.
– Ahora, Mr. Maas, el que se equivoca es usted -dijo-. Los turcos no harán ninguna oferta contra los iraquíes. ¿Para qué lo iban a hacer? El petróleo está en el Irak. El problema está en el Irak. Los turcos recibirían gratis toda la información que necesitasen de los iraquíes. Si hubiera mencionado el Comité, puede que yo le hubiera dicho "quizás". Estos podían ser compradores, si tuvieran dinero, o si pudieran convencer a sus amigos rusos para que se lo prestasen. Pero creo que tiene usted demasiado sentido común para negociar con ellos desde una posición tan débil como la suya. Tiene que guardar el secreto. Por lo tanto, es usted vulnerable. Le hablarán de dinero, pero usted no lo recibirá nunca. Su método de pago será una cuchillada en el vientre. Conmigo, por otra parte, todo se hace de un modo civilizado. Nosotros somos hombres honrados.
– El brigadier Farisi, representante del Gobierno iraquí, también es un hombre honrado.
El nombre de Farisi le borró la sonrisa de los labios. Sus dedos agarraron el volante.
– Comprendo. Está usted bien informado. Pero Farisi no puede haber llegado.
– Pero lo hará.
– ¿Entonces aún no está en contacto con él?
– Todavía no.
Volvió a cogerse la ceja.
– No veo ninguna razón por la que no podamos seguir negociando.
– Yo tampoco… siempre y cuando esté usted dispuesto a hacer una oferta ahora.
– Antes dijo que el precio andaría por los doscientos mil, Mr. Maas. ¿Qué significaba "andar por"? Que la suma es una cantidad negociable, supongo.
Súbitamente sentí gran confianza en mí mismo. Meneé la cabeza y le dije:
– Oh, no. Lo que quise decir fue simplemente esto. Si el precio se ha de pagar en francos franceses, entonces es esa cantidad. Si el pago se efectúa en monedas fuertes (dólares americanos o francos suizos, pongamos por caso), entonces podría aceptar el equivalente de ciento setenta y cinco mil francos. La moneda se ha de entregar en metálico, naturalmente, y toda la transacción debe ser efectuada mañana por la noche.
Skurleti suspiró y luego levantó las manos.
– No estoy autorizado para hacer una elección de ese tipo -dijo-; puede que no sea posible conseguir una transferencia de semejante cantidad de francos suizos para mañana por la noche. Hay que seguir ciertos trámites para estas transferencias. Tengo que consultar con mis clientes.
– ¿Puede hacerlo esta noche?
– Sí.
– Cuando llegue a Antibes serán las diez cuarenta y cinco. Si yo le telefoneo a las once y media, ¿Tendrá usted la respuesta?
– Creo que podré saber algo.
Puso en marcha el coche y encendió las luces.
– Un momento -dije yo abriendo la puerta-. Yo tengo el coche en el café. Puedo regresar a pie. Es poca distancia.
Skurleti no dijo nada al bajarme del coche.
Yo le observé mientras se dirigía a Niza y, una vez que se perdió de vista, me di la vuelta y comencé a caminar hacia el café.
5
Lucía había oído el coche al detenerse al pie de la rampa y me estaba esperando en la oscuridad del patio.
– ¿Pierre?
– Sí.
– ¿Está usted bien?
– Sí.
Extendió sus brazos en un movimiento espontáneo y nos abrazamos por un momento. Luego entramos en la casa. No me preguntó nada sobre el dinero ni sobre otra cosa. Al contrario, me sirvió una copa y se quedó de pie observándome.
Yo me tomé casi toda la copa de un trago y me desembaracé del sombrero, el impermeable, el revólver y el sobre. Luego me acerqué al fuego. La situación debió resultar muy tensa para ella, pero yo era presa de una especie de reacción y no sabía por dónde empezar.
Al fin dije:
– Dentro de una hora lo sabremos.
– ¿Si compran o no?
– Cuánto han de pagar. Doscientos mil francos franceses o el equivalente a ciento sesenta y cinco mil en dólares o en francos suizos. Lo uno o lo otro. El pago, mañana por la noche.
Se me quedó mirando fijamente por un segundo y luego se dejó caer en una silla de golpe. Yo me acerqué, volví a llenar la copa y le serví una a ella. Luego le conté cómo había sido la entrevista.
Cuando terminé, todavía parecía confundida.
– Deben tener muchas… -empezó.
Pero no terminó la frase.
Yo la terminé por ella.
– Sí deben tener muchas ganas de esos informes. Aunque se trate de un consorcio petrolífero, es una suma muy fuerte a cambio de una simple información. Hay una cosa que me llamó la atención, sin embargo. Insistió mucho en que debía ser la única copia, que no debía haber ninguna fotocopia. Yo le aseguré que así era.
– ¿Y le creyó?
– Creo que sí. Puesto que le decía la verdad en que no había ninguna fotocopia, probablemente mis palabras resultaron convincentes. En cualquier caso, no le queda otro remedio que creerme, más o menos. Aun cuando no tenga la absoluta seguridad de que lo que le digo es cierto, no puede hacer nada.
Pero en esto me equivocaba.
El número de teléfono del Motel Cote d'Azur de Antibes venía en la guía. Hice la llamada exactamente a las once y media. El conserje nocturno me dijo que Monsieur Kostas estaba hablando por teléfono en aquel momento. Esperé cinco minutos y volví a llamar. Esta vez me pusieron con él.
– ¿Monsieur Kostas?
– Ah, sí -reconoció mi voz inmediatamente-. La decisión es efectuar el pago en moneda francesa. El otro sistema no sería conveniente.
– Serán doscientos mil, entonces.
– Sí. ¿Qué planes tiene para cerrar el negocio?
– Mañana se lo diré. ¿Qué le parece si le telefoneo a las seis?
– ¿De la tarde?
– Sí.
– Es una hora prudente. Hay una cosa importante que debe conocer.
Hubo una pausa.
– ¿Sí?
– Me han autorizado a decirle que, según información de mis superiores, tres representantes del Comité han salido de Ginebra por avión esta tarde con destino a Niza.
– Comprendo. Gracias.
– No crea que se trata sólo de un gesto de buena voluntad. A mis clientes les interesa que nosotros (usted y yo) tomemos todo tipo de precauciones para conseguir que nuestro trato se cierre sin novedad. ¿Quiere que le dé un consejo?
– Adelante.
– El plan utilizado para nuestra entrevista de esta noche era sencillo pero funcionó perfectamente. Gracias. Le llamaré mañana a las seis.