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Habíamos estado hablando en inglés, lengua que Lucía no entendía muy bien. Aun así, había mantenido su cabeza pegada a la mía tratando de entender el sentido de la conversación.

– ¿Qué dice? ¿Pagará?

– Sí. Los doscientos mil.

Me echó los brazos al cuello y me besó.

Yo también la besé.

Al cabo de un rato, me dijo:

– ¿Qué más decía?

– Oh, era acerca de la entrevista de mañana. Tengo que llamarle a las seis.

No me hizo más preguntas. Súbitamente, los dos habíamos perdido el interés por Mr. Skurleti e incluso, creo, por los doscientos mil francos. Nuestros cuerpos empezaban a descubrir un interés más inmediato.

Al cabo de una hora aproximadamente, en la gran cama de matrimonio, sentí que Lucía se iba. Al abrir los ojos, vi que se estaba vistiendo.

Empecé a levantarme, pero ella me detuvo.

– No. No tienes nada que ponerte. Vas a coger un resfriado. Me arreglaré sola. Te telefonearé mañana, cuando se haya ido la mujer.

A pesar de sus protestas, me enrollé una manta por los hombros y bajé las escaleras con ella. No me hacía gracia que volviera sola a Cagnes, pero no podía hacer nada.

Pareció haberme adivinado el pensamiento. Me puso las manos en la cara y me dijo:

– Ya has hecho bastante por una noche, Chéri.

Capítulo 7

1

Radio Mónaco dio las noticias cuando yo estaba desayunando. Informó que yo había sido visto la noche anterior en St. Raphael conduciendo un Simca Etoile en compañía de una mujer cuya descripción correspondía a la de Lucía.

– Tras el desayuno, estuve pensando en la entrevista con Skurleti que iba a tener lugar aquella noche.

Skurleti me había invitado a que confiara en él; y yo le haría caso hasta cierto punto, pero sólo hasta cierto punto. La perspectiva de dar aquel largo paseo para volver al Relais a coger el Citroën con doscientos mil francos encima no me hacía ninguna gracia. Por otra parte, si utilizaba el Citroën y él me lo veía, y que luego fuera él quien diera el paseo, seguro que se fijaría en la matrícula. Aun cuando hubiéramos cerrado el trato en la entrevista, y aun cuando él ya no tuviera ningún interés en Lucía y en mí, no me gustaba la idea de que supiera sobre nosotros más de lo necesario. Algo podría ir mal.

Y entonces tuve lo que me pareció una especie de inspiración. Skurleti me había dicho que el primer plan era "sencillo y había funcionado perfectamente". Pues, bien, había un modo de hacerlo todavía más sencillo y al mismo tiempo más seguro para mí. Consistiría en tapar la matrícula del Citroën durante cierto tiempo, pero no mientras el coche estuviera en la carretera.

Cogí las llaves que Lucía me había dejado, me dirigí sigilosamente al garaje y abrí la puerta.

Dentro había la consabida acumulación de chatarra: un paraguas roto, una vieja cámara de neumático, botes de pintura seca. Lo que yo buscaba era una grasa o algo así, oscuro y pegajoso. Mi idea era extenderlo sobre los números y luego borrarlo con facilidad.

No había grasa. Lo que encontré fue un par de placas de una matrícula turística inservible. Su fecha de validez había expirado el año anterior, pero para Skurleti valdrían. Aunque notase que estaban caducadas, este dato no le serviría de nada.

También encontré un trozo de alambre del utilizado para amarrar plantas. Cogí las placas TT y el trozo de alambre y regresé a casa.

Lucía telefoneó a las doce y cuarto.

– ¿Has dormido bien?

– Sí.

– ¿Sin Luminal?

– Sí. ¿Y tú?

Se echó a reír.

– Yo aún estoy en cama. ¿Quieres saber lo que dice el periódico?

– ¿Es interesante?

– Dice que tú eres un hombre misterioso.

– Eso quiere decir que todavía no tienen nada de nuevo. Hablemos de esta noche. ¿Es muy grande el paquete que vas a traer?

– Hay otras cincuenta páginas como las que tú tienes, todas colocadas en orden. Sólo tenemos que colocar en su sitio las que están ahí y todo está completo. Llevaré también la otra copia.

– Bien. Creo que esta tarde puedo empezar a llamar a los hoteles. Nuestro segundo cliente ya tuvo tiempo de haber llegado.

– Estuve buscando en la Guía de Hoteles. Hay un gran número de hoteles con nombres suizos. Ayer hice una lista. Podríamos partírnosla entre los dos para ahorrar tiempo.

Me dio una lista con dieciocho nombres y sus números respectivos; en ella venían varias pensiones que decidí dejar para el final. Tenía la impresión de que el brigadier Farisi probablemente habría elegido un hotel de los que vienen en las guías populares, la Michelín o la Europa Touring por ejemplo, y que, aun cuando su elección estaría en función de un nombre, su nivel de vida era constante. Era poco probable que al Hotel Schweizerhof de Zürich siguiese la pensión Edelweiss de Niza.

Lucía tenía sus dudas, pero coincidía conmigo en que debíamos dedicarnos a los hoteles primero.

A las tres de la tarde comparamos resultados. Ninguno de los dos tenía ninguna novedad que comunicar. Lucía empezó a perder confianza en la idea del nombre suizo.

– Es demasiado pronto para saberlo -dije yo-. No ha podido hacer una reserva por adelantado. Habrá llegado hace muy poco. Debemos tener paciencia y seguir intentándolo.

– De todos modos, puede que yo esté equivocada. Tal vez él ha pensado de otro modo. Tengo que pensar.

No le dije que yo había empezado a pensar en otra dirección. Ella estaba tan segura de que Farisi respondería a la publicación de la entrevista, que yo, automáticamente había aceptado su punto de vista. Ahora me empezaban a asaltar las dudas. Cierto que Skurleti también esperaba que Farisi llegase a Niza. Pero podían estar equivocados los dos; el Gobierno iraquí podía haber decidido enfrentarse al problema de otro modo, hacer las cosas a alto nivel, a través de los cauces diplomáticos con el Gobierno francés, pongamos por caso, o pidiendo a El Cairo que hablase con los rusos.

Seguí haciendo llamadas telefónicas, pero mi corazón ya no estaba en lo que hacía. Me preguntaba cuánto tardaría en compartir mis dudas con Lucía; quizá mañana, cuando ella tuviera el dinero de Skurleti en las manos y se podía permitir el lujo de ser más filosófica.

Al cabo de catorce minutos, volvió a llamarme.

– Está aquí -me dijo.

Jadeaba con la emoción.

Tuve la suficiente presencia de ánimo para no preguntarle qué quería decir y cambié la pregunta.

– ¿Dónde? -le contesté.

– Déjame que te explique. Volví a pensar en cómo podía haber razonado él. Schweizerhof significaba castillo o casa grande en Suiza. Así que busqué un hotel que pudiera tener la misma asociación en Niza. Y encontré el Hotel Windsor. En Inglaterra existe el castillo de Windsor, ¿no? Así que llamé al Hotel Windsor.

– ¿Y está allí?

– No. Quedé muy desilusionada, y volví a pensar otra vez.

– ¿Y? El suspense me mata.

Ella se echó a reír.

– Pensé que tal vez Farisi tuviera una mente muy literal. El nombre del hotel de Zürich es Grand Hotel Schweizerhof. ¿Cuáles son los Grandes Hoteles de Niza?

– ¿El Ruhl? ¿El Negresco?

– No. Uno dice Hotel Ruhl, Hotel Negresco. Sólo hay un Gran Hotel en Niza, el Gran Hotel de la Paix. Es interesante que la palabra "Grand" signifique tanto para él. Está aquí.

– ¿Hablaste con él?

– Por supuesto que no. Corté tan pronto me conectaron. ¿Me contarás lo que te diga?

– Al instante. Eres una chica inteligente.

– Estoy de acuerdo.

El individuo que atendió mi llamada era un tipo que parecía enfadado y receloso al mismo tiempo. Hablaba un francés correcto, con un fuerte acento extranjero, y un tono de voz agudo y monótono.