Выбрать главу

– Monsieur Farisi no se puede poner en este momento. ¿De parte de quién?

– No sería prudente dar nombres por teléfono. Monsieur Farisi ha venido a Niza para discutir un asunto de negocios con una amistad de un antiguo compañero de armas, creo. Yo hablo en representación de ella.

– Yo puedo darle el recado.

– Preferiría hablar yo con él.

– Eso no es posible.

– ¿Cuándo será posible? Puedo volver a llamar.

– Monsieur Farisi no habla el francés.

– Yo hablo el inglés tan bien como él.

– Un momento.

Hubo un silencio mortal; había tapado el teléfono con la mano. Luego se oyó la misma voz otra vez.

– ¿Usted quiere concertar una entrevista para que Monsieur Farisi vea a la chica?

– No, nada de eso. Yo soy el que representará a la chica en las negociaciones.

– Un momento.

Hubo otra consulta inaudible antes de que volviera a hablar.

– ¿Puede venir al hotel esta noche?

Yo empecé a perder la paciencia.

– No, no puedo.

– ¿Por qué no? Si como usted afirma, representa a la persona en cuestión…

Yo no le dejé terminar.

– ¿Cuántas horas hace que han llegado a Niza? -le pregunté.

– ¿Por qué quiere saber eso?

– Coja un periódico de la ciudad, el de esta mañana le servirá. Léalo con atención y entonces comprenderá. Llamaré al brigadier Farisi dentro de media hora.

– ¿Cómo se llama usted?

No le respondí. Llamé a Lucía. Mis palabras no parecieron sorprenderla.

– Si creen necesario enviar un intérprete, podían haber enviado alguien con sentido común -me lamenté.

– Son militares -dijo ella con resignación-; necesitan gritar y dar taconazos.

Pero cuando volví a llamar, hubo menos gritos y menos taconazos.

– ¿Dice usted que puede hablar en inglés?

– Sí.

– Un momento.

El tono del brigadier Farisi no rezumaba buena voluntad precisamente, pero hablaba con calma y fue directamente al grano. Le tuve que volver a explicar que no iba a tratar directamente con Lucía, sino a través de mí como intermediario; pero una vez que él aceptó esto, las cosas fueron mucho mejor. Incluso pareció aliviado.

– Muy bien. Lo comprendo. Ahora, vayamos al grano -dijo-. Deduzco que es peligroso para usted atraer la atención de la policía. Por lo tanto, el plan más sencillo me parece que es el de que yo vaya a verle. Si me dice dónde, saldré inmediatamente.

– Me temo que las cosas no sean tan sencillas, brigadier. Si usted ha llegado hoy a Niza, y creo que así es, estoy seguro que también usted está vigilado ya.

– ¿Por la policía? ¿Y por qué?

– No, por la policía no. Por el Comité, la gente interesada en la operación Dagh.

– Me cuesta creerlo. ¿Cómo me iban a encontrar?

– Yo le encontré sin molestarme mucho. Ellos se habrán molestado menos todavía. Probablemente le han seguido ya desde el aeropuerto. En cualquier caso, debemos suponer que lo hicieron.

– No pudieron haber actuado con tanta rapidez.

Su tono era un tanto despectivo.

– ¿Usted cree que no? Tengo información fidedigna de que tres miembros del Comité salieron de Ginebra ayer por la tarde. Esto les da mucho tiempo de ventaja. Todos ellos saben que usted iba a venir. En Zürich llegaron hasta su amigo antes que usted. Aquí intentarán hacer lo mismo.

– Dice usted que salieron ayer. ¿Cómo ha podido obtener esa información?

Al menos, no era tonto.

– Me la dio el representante de un consorcio petrolífero italiano que está interesado como usted en conseguir la información de la Operación Dagh. También llegó ayer.

– ¿Y ya pudo hablar con él?

– Sí, como ve, Brigadier, los acontecimientos se suceden rápidamente.

Farisi soltó un juramento; por lo menos, eso pareció; a lo mejor, sólo pidió la ayuda de Alá.

– Supongo que se habrá negado a discutir el asunto con él, por supuesto -dijo en inglés.

– Al contrario, hemos discutido el asunto extensamente. Y él hizo una oferta en metálico muy sustanciosa.

– Ese material es propiedad de mi gobierno -estalló-, y yo he venido para reclamarlo. Si es necesario, recabaré la ayuda de las autoridades francesas.

– En este caso, brigadier, nunca lo verá delante. Mañana mismo estará en Italia.

Farisi hizo un ruido de mal genio, pero yo continué:

– Es más, no es propiedad de su gobierno. Era una propiedad de su amigo muerto en Suiza. Su gobierno se lo iba a comprar a él. Ahora ha pasado a otras manos. Su gobierno todavía puede comprarlo si quiere. Vamos, brigadier, para eso es para lo que ha venido, ¿verdad? ¿O no?

Farisi suspiró profundamente.

– Estoy autorizado a dar ciertas compensaciones a la persona a quien usted representa -dijo en tono altanero-. Dichas compensaciones son a cambio de las dificultades, problemas y gastos que esa persona ha padecido por preservar el material de ciertos enemigos del Estado.

– Muy bien. Pero he de decirle que esas dificultades, problemas y gastos han sido, en conjunto muy grandes. Además, esa persona ha estado, y lo está todavía, en considerable peligro. Evidentemente, la compensación ha de ser sustancial.

Hubo una pausa y luego preguntó:

– ¿Como cuánto?

– La oferta inicial de los italianos ha sido de doscientos cincuenta mil.

– ¿Liras italianas?

– Nuevos francos franceses.

Celebró una consulta con el intérprete para ver cuánto era en dinares iraquíes. Eran casi dieciocho mil.

Cuando tuvo la cifra, hubo ecos de risas burlonas. Yo continué rápidamente:

– Naturalmente, se trata solamente de una oferta inicial. Mi impresión es que estarían dispuestos a pagar el doble de esa cantidad.

– ¡Tonterías! Para ellos no vale ni la mitad.

– Mi impresión es diferente. Sin embargo, he de tener una entrevista con su representante esta noche. Después de ella decidiremos si aceptamos o no su oferta.

– ¿Esta noche?

– Cada hora de retraso aumenta el peligro. Si las cosas se ponen difíciles, puede que tengamos que pedir la protección de la policía. De todos modos, al fin tendremos que presentarnos a ella, pero a la chica le gustaría deshacerse del material primero, a cambio de todo lo que pueda obtener por él. De no ser así, todo sería simplemente confiscado por la policía francesa. Me imagino que sus compañías petrolíferas también estarían interesadas.

– Pero yo estoy dispuesto a entrevistarme con usted esta noche. Ya se lo he dicho.

Le empezaba a cansar todo aquello.

– Brigadier, no tengo intención de presentarme voluntariamente para que me maten, y supongo que usted tampoco. Cualquier entrevista entre nosotros debe ser minuciosamente planeada. Y aun así, resultará peligrosa. A menos que sea con un objetivo concreto, no pienso correr el riesgo. ¿Para qué?

– Ya le dije que estoy dispuesto a pagar.

– Pero los italianos pagarán más.

– Yo pagaré veinticinco mil dinares. Espere un momento -lo calculó para mí-. Unos trescientos cincuenta mil francos a catorce francos el dinar.

– Estoy seguro de que los italianos pagarán más. Todo lo que yo sugiero, brigadier, es un posible compromiso.

– ¿Un compromiso?

Pronunció la palabra como si le hubieran ofrecido un vaso de quinina.

– Le diré con franqueza que la chica preferiría que fueran ustedes los que adquirieran el material.

– ¡Ah!

– Por razones sentimentales, usted ya comprende. Porque su amigo de usted y de ella era un patriota y ella querría vengar su muerte. Es comprensible.

– Sí, existen otras compensaciones aparte del dinero.

El tono de su voz indicaba que le hubiera gustado seguir esta línea de razonamiento. Pero ya era hora de volver a hablar de negocios.