Con gran asombro descubrí que también a mí me divertía la idea. Fue Lucía la que nos hizo bajar a la tierra de nuevo. Miró su reloj y dijo:
– Se está haciendo tarde. Tenemos que decidir lo que debemos hacer. Hay que mirar lo de la avioneta.
– Creo que la mayoría de esos servicios de alquiler funcionan ininterrumpidamente durante las veinticuatro horas del día. Llamaré al aeropuerto y lo comprobaré. En realidad, incluso podría reservar la avioneta para Farisi. Luego, todo lo que tiene que hacer él es pagarla; y hacer la reserva para París, claro.
– Tú tómate otro whisky -dijo Lucía-. Yo llamaré al aeropuerto.
Cuando se dirigía hacia el teléfono, Sanger levantó los brazos en el aire.
– Esperad un momento, niños -dijo-; sólo un momento.
– Pierre tiene que llamar a Farisi cuanto antes.
– Lo sé, lo sé. Lo podrá llamar dentro de un minuto. Pero antes debemos pensárnoslo -me cogió el vaso y se fue al mueble-bar para llenarlo otra vez-. Pensemos detenidamente -añadió con parsimonia.
Lucía se encogió de hombros.
– ¿Qué es lo que hay que pensar?
– Ya dije que el plan de Pierre -¿no le importará que le llame Pierre, verdad?- era ingenioso. Lo es, pero no por eso es completamente seguro; y además tiene sus fallos. En realidad, creo que puede resultar sumamente peligroso. Os diré por qué.
Nosotros esperamos a que volviera a sentarse.
– Primero, creo que estamos infravalorando a nuestros oponentes. Por lo que tú me acabas de contar, es evidente que no estamos tratando con un grupito político que disponga de recursos limitados. Hay fuerzas poderosas que les respaldan. Pierre ha tenido mucha suerte esta noche. No podemos volver a confiar en la suerte otra vez. No podemos actuar como unos simples aficionados. Consideremos este plan detalladamente. Pierre dice que, una vez en el aire, Farisi estará fuera de su alcance. ¿Por qué? Incluso tratándose de un vuelo tan corto como el de Niza a Cannes debe haber un plan de vuelo. El destino de Farisi será conocido inmediatamente. ¿Cómo sabemos nosotros que no tienen un agente destacado en alguna parte de la costa a quien pueden telefonearle?
Yo pensé en Skurleti, que estaba en Antibes.
– Tienen agentes que usan motocicletas, dice usted -continuó Sanger-, Con los trámites de despegue y aterrizaje nocturno, más el tiempo de vuelo entre Niza y Cannes, un motorista rápido puede llegar tan pronto como la avioneta. ¿Escoger otro aeropuerto pequeño? ¿Uno más lejano? ¿El de Digne? ¿O el de Aix-en-Provence? Pierre tendría entonces que conducir cientos de kilómetros, algunos a plena luz del día quizá, para acudir a la cita, y cada kilómetro es un riesgo más cara a la policía. Esto no es razonable.
Hizo una pausa. Lucía se estaba poniendo cada vez más seria.
Sanger continuó:
– Y además, permitidme que os diga otra cosa. Si yo fuera el brigadier Farisi, no aceptaría este plan. No es lo mismo para Pierre coger el dinero, que cargar con los documentos como él. Y entregárselos a su gobierno. ¿A dónde va después de la cita? ¿A su avioneta alquilada? Nunca llegaría vivo hasta ella.
– Eso sería una locura, ciertamente -dije yo-. Pero supongo que es cosa de Farisi arreglárselas una vez que haya conseguido lo que quería.
– Tal vez. Pero no creo que considere aceptable empezar con una extraña carrera de golf como punto de partida. ¿Y quién se lo puede reprochar? Además, resulta innecesario todo eso.
– ¿Qué es lo que resulta innecesario?
Sus manos se agitaron en el aire al mismo tiempo que encogía los hombros.
– Todo eso… todas esas complicaciones.
– ¿Tiene usted un plan más sencillo?
– Sí, claro, por supuesto -puso cara de ligera sorpresa-. Pensé que ya lo habría adivinado.
– Pues no.
– El único inconveniente estriba -sus ojos se dirigieron deferentemente hacia Lucía- en que lo encontréis aceptable o no.
Lucía frunció el ceño.
– Primero tendremos que escucharlo, Patrick.
Se quedó pensativo un instante y luego empezó, señalando los puntos sucesivos con los dedos como si estuviese contando.
– Pierre ha corrido riesgos terribles -dijo-. Tú, mi querida Lucía, también te has arriesgado bastante. Sin duda, la suerte pronto os abandonará. Por otra parte, habéis adquirido un socio que, de momento, no ha corrido ningún riesgo.
Hizo una pausa. La boca de Lucía se estaba poniendo cada vez más tensa.
Sanger le dirigió una cálida sonrisa.
Lucía se volvió hacia él, con la cara roja de rabia.
– ¡Dije que protegería a Adela y lo haré!
– Y supongo que a mí también.
Sanger me dirigió una mirada irónica y dijo:
– ¡Estas mujeres!
– Escuchemos lo que tiene que decirnos -dije yo secamente.
– Muy bien -dijo Sanger acomodándose en el asiento-. Al asunto, pues. Lucía me contó lo que pensaban decirle a la policía. Eso me parece magnífico. Creo que eso es lo primero que deberían hacer mañana por la mañana.
Simultáneamente, Lucía y yo empezamos a protestar. Sanger nos detuvo con un gesto.
– ¡Un momento, chicos! ¿Me vais a escuchar o no?
De pronto, adoptó el aire del hombre incomprendido, cansado de soportar injusticias.
Los tres guardamos silencio por un momento.
Luego, Sanger continuó lentamente:
– En el momento en que ustedes se vayan a la policía, ocurrirán varias cosas. Primero, los agentes del Comité quedarán desconcertados. Se preguntarán la razón de este paso y se alarmarán. Si ustedes han entregado esos documentos a la policía francesa, muy pronto ésta se los enviará a la policía iraquí, con terribles consecuencias para los conspiradores del Plan Dagh y sus compinches. En vez de atacar, estarán a la defensiva. Si, al mismo tiempo, el brigadier Farisi hace una reserva para el primer vuelo que enlace Ankara, Aleppo y Bagdad, sus temores se verán confirmados. Sacarán la consecuencia de que ha recibido órdenes de regresar. Cierto que mantendrán la vigilancia sobre él, pero probablemente con menos hombres y ciertamente con menos convicción. ¿No estarán de acuerdo conmigo?
– Continúe.
– A ustedes les interrogará la policía. El brigadier Farisi tiene reservado su pasaje aéreo para volver a su país. ¿Qué ocurre, pues? Todo parece haber terminado. ¿Quién notará que un tal Monsieur Sanger ha cogido una suite en el mismo hotel que el brigadier Farisi y en el mismo piso? ¿Quién sabrá si el brigadier Farisi al dirigirse al ascensor, da una pequeña vuelta y pierde cinco minutos con Monsieur Sanger? Nadie -Sanger extendió las manos-. La transacción ha sido efectuada.
Yo miré a Lucía. Ella me miró y suspiró profundamente.
– Es bastante razonable, Chéri.
– Hay una cosa en la que no ha pensado -dije yo-. Farisi tendrá que haber ido al banco a buscar el dinero. Eso les alertará, ¿no?
Sanger se sonrió forzadamente.
– Apostaría -dijo- a que Farisi ya fue al banco hoy y arregló las cosas para que le fuera entregado el dinero mañana a través de un intermediario. Eso es lo que yo hubiera hecho en su caso. Sería una precaución obvia. Naturalmente, no puedo estar seguro. Hay un cierto riesgo de todos modos. Lo cual me lleva al último punto.
– ¿Su parte?