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De tipo delgado y fuerte, con el aspecto aquilino característico de la raza, siempre había causado gran atracción a las mujeres. Por su parte, Arbil sentía predilección por las rubias solteras, atléticas, bien formadas y de unos veintitantos años. Una serie de informes de la "police des moeurs" aseguraban que durante los primeros dos años y medio de su residencia en Suiza había podido satisfacer sus predilecciones con notable frecuencia. Las mujeres nunca eran prostitutas. De todos modos, puesto que ninguna de ellas se había quejado, dado que el asunto se había llevado siempre con discreción y, sobre todo, como se trataba de un extranjero, no se había tomado ninguna medida oficial contra estas faltas morales.

Después, con la entrada de Lucía Bernardi en su vida, sus gustos, así como la situación del chalet, cambiaron súbitamente.

Según el informe de la policía, un resumen del cual se nos permitió consultar, Arbil la conoció en St. Moritz durante la temporada de los deportes de invierno.

Su solicitud pidiendo permiso de residencia en Suiza dice que nació en Niza hace veinticuatro años, que mide un metro cincuenta y cinco centímetros de estatura y que tiene los ojos azules y el pelo castaño. Ocupación: "modiste". Ninguna señal que la distinga.

Un gran número de fotografías suyas, tomadas por el orgulloso Arbil, se han encontrado en el chalet. En la mayoría de ellas está en bikini, aunque hay algunas en las que aparece practicando deportes de invierno también. Con ropa o sin ella, es muy bonita, pero su tipo es delgado, gracioso, de formas muy poco acusadas. Da la impresión de que el hombre que le tomaba las fotos le gustaba, que se sentía muy satisfecha de ser su amante.

De todos modos, la postura del comisario Mülder mostrándose reacio a aceptar que una chica sonriente, con su magnífico aspecto en bikini, pudiese al mismo tiempo confabularse con otros para cometer un crimen, era una simple formalidad. Sus reticencias respecto a la culpabilidad de la joven se basan en las pruebas que acumuló sobre el caso.

Ulteriores interrogatorios de los Bazzoli han revelado hechos sugestivos. Semanas antes, Arbil había tomado una serie de precauciones, extrañas e injustificadas, en opinión de los Bazzoli, contra posibles ladrones. Había instalado reflectores en los jardines del chalet y los mantenía encendidos desde el atardecer hasta el alba mediante un cronointerruptor fotoeléctrico. Había colocado cerraduras especiales en las puertas y en las ventanas de la planta baja. También había pedido a un contratista de obras de Zürich que le hiciera un presupuesto para la instalación de portones accionados eléctricamente.

Cada vez más, parecía que se tratara de un asesinato político y que la víctima hubiera recibido algún aviso previniéndole de que se pusiera en guardia.

¿Quiénes fueron los asesinos, entonces?

Hay pruebas de que utilizaron guantes. Una mancha de aceite en la nieve, cerca de los portones de la entrada de coches, sugiere que vinieron en coche. No han dejado ninguna otra pista. Una investigación entre otras personas de nacionalidad iraquí residentes en el cantón resultó improductiva. El "Chargé d'Affaires" iraquí en Berna se comprometió a averiguar si Arbil tenía algún familiar en Irak que deseara hacerse cargo del cadáver para enterrarlo en su país y arreglar los papeles para la disposición de sus bienes, pero respecto al asesinato guardó silencio. Esto, dijo, era asunto de la policía.

El comisario Mülder hizo todo lo que pudo, pero hay demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.

¿Qué papel desempeñó Lucía Bernardi en el asunto? ¿Fue cómplice de los asesinos? Parece poco probable. Con un cómplice así no hubieran tenido necesidad de forzar una claraboya del techo para entrar en el chalet. También tuvieron que provocar un cortocircuito en los reflectores para apagarlos. Ella podía apagarlos desde dentro si hubiera formado parte de la conspiración.

Pero, si no es cómplice, ¿por qué ha huido después que se fueron los asesinos? ¿Qué ha ocurrido realmente en Villa Consolazione aquella fría noche de invierno?

Sólo había, y hay una persona que pueda responder a todas estas preguntas: la propia Lucía Bernardi.

Esto nadie lo sabe mejor que el comisario Mülder. El día 11 de enero por la tarde, veinticuatro horas después del cometerse el asesinato, hizo un ruego a nuestras autoridades policíacas, a través de la Interpol, para que buscaran a Lucía Bernardi y le pidieran que hiciese una declaración.

También invocó la ayuda de la prensa.

¿Resultados hasta la fecha? ¡Nada!

Lucía Bernardi ha desaparecido sin dejar rastro.

A continuación, Partout describía la búsqueda con cierto detalle. La prensa se había puesto a trabajar con empeño, y no sólo en Francia. También había reproducciones de artículos de primera página procedentes de los diarios italianos, españoles y alemanes. La policía francesa parecía haber colaborado bastante. Junto a las fotografías aportadas por Zürich, habían entregado a los medios informativos todo un informe sobre la chica y los resultados de sus últimas investigaciones en torno a ella.

Su padre había sido contratista de electricidad en Niza hasta 1958, fecha en que murió en un accidente de automóvil en compañía de su mujer, en Corniche. Era hija única y heredó los bienes de sus padres, que subían, una vez que el albacea vendió el negocio de contratación, a unos dos millones de francos (viejos), es decir, unos seis mil dólares; dicha cantidad no se le entregó hasta que tuvo veintiún años. Durante cierto tiempo vivió con una tía suya, hermana de su madre, en Menton, y trabajó para un diseñador de sombreros de señora como aprendiza. Cuando cumplió los veintiún años y pasó a su poder el dinero de la herencia, formó sociedad con una mujer de más edad que ella, llamada Henriette Colin. Juntas abrieron una tienda de modas especializada en ropa de playa, en Antibes. Al cabo de dos temporadas resultó que el negocio no pagaba los gastos y lo vendieron. Henriette Colin se fue a trabajar a unos grandes almacenes a Niza. Lucía decidió irse a París. Le quedaba entonces un cuarto de la herencia aproximadamente.

Durante los dos años siguientes, las únicas noticias que se tuvieron de ella son las felicitaciones de Navidad en las que aparece su nombre. Tanto la tía en Menton como Henriette recibieron la misma postal. El primer año procedía de St. Moritz y el segundo de Zürich. Ninguna de las dos mujeres habían intentado entrar en contacto con ella. La tía, pensaba la policía, tenía la sospecha de que su sobrina estaba llevando una vida inmoral y temía que sus sospechas se vieran confirmadas. Henriette Colin (en el relato de Partout había una velada insinuación de lesbianismo) estaba herida porque Lucía la había abandonado súbitamente tras la íntima amistad personal y de negocios. Se habían encontrado otros amigos suyos franceses y su interrogatorio arrojó resultados similares. Las indagaciones en Alemania, Italia y España habían sido totalmente infructuosas.

La conclusión inevitable era que si Lucía Bernardi seguía en Francia, vivía disfrazada, con un nombre supuesto y documentos falsos.

Tal como resumía enfáticamente Partout: en alguna parte (en una cabaña en medio del campo, divirtiéndose en casa de algún hombre rico, o desapercibida entre los millones hormigueantes de una gran ciudad) Lucía Bernardi tal vez lea estas líneas y se sonría. Ella tiene la clave de un misterio. La pregunta es: ¿se presentará para descifrarnos el enigma?