Выбрать главу

La Rue Payot era una calleja estrecha y empinada, con altas cercas de piedra a ambos lados. A intervalos regulares a lo largo de las cercas, había puertas de madera. Cada puerta daba acceso a un pequeño patio al fondo del cual había una casucha de piedra de dos habitaciones, con el techo de teja y el suelo de tierra.

El número 16, que Phillip Sanger había dado como su dirección permanente, por su aspecto y por su olor daba la impresión de que había sido utilizado durante varios años como pocilga. Le faltaban la mitad de las tejas del techo y no tenía puertas. El número 14 estaba aproximadamente en las mismas condiciones. El número 18, sin embargo, estaba en manos de los obreros. Habían conectado una manguera de agua en la calle y en el patio estaban trabajando en un profundo hoyo que parecía una excavación para un tanque séptico.

Ninguno de los trabajadores había oído hablar nunca de Monsieur Sanger. La baraquette estaba siendo reconstruida como chalet, dijeron, con agua corriente, cuarto de baño, cocina, techo de tejas y terraza. Al frente de la obra estaba el arquitecto Monsieur Legrand. El representante del propietario era Monsieur Mauvis de la Agence du Golfe.

Aquel día había salido el sol y la vista que desde la baraquette abarcaba la carretera de la costa y el mar resultaba impresionante. La terraza que iban a construir sería un lugar agradable. Ahora comprendí la razón de la compra de Phillip Sanger. Monsieur Mauvis, el agente, confirmó mis deducciones.

– Ah, sí, ocurre todo a lo largo de la costa. La gente que tiene dinero para invertir compra las casas viejas de los campesinos, cualquier cosa con cuatro paredes y un trocito de tierra alrededor, y las convierte en chalets para la gente de las ciudades. Ocurre así en todas partes donde hay mar y sol. Ahora incluso en Séte. Mire, cuando Monsieur Sanger termine con esas baraquettes, valdrán diez veces más de lo que le costaron, incluida la reconstrucción. Pero se necesita imaginación y capital.

– Y Monsieur Sanger tiene ambas cosas, supongo.

– Ah, sí. Tiene propiedades en Mougins, y en Cagnes-sur-Mer, y en Roquebrune; muchas propiedades. No vende, alquila las casas amuebladas. Pero en la Costa Azul y en la Corniche hay mucha competencia ahora y los precios resultan absurdos. Ahora se dedican a este negocio los belgas, los suizos y los ingleses. Aquí, en Séte, estamos a comienzo del desarrollo. Pero hay que moverse con rapidez. La gente que posee ese tipo de casas antiguas ya empieza a darse cuenta del negocio.

Al principio de nuestra entrevista le di a entender que andaba buscando posibilidades de invertir y le dejé seguir con su charla de vendedor. Era un tipo bajito y avispado, con ojos brillantes como un terrier. Además tenía gestos de terrier. Pasó bastante rato hasta que pude llevarle de nuevo al asunto de Phillip Sanger y antes tuve que soportar una gira por las casas que tenía en venta.

Cuando al fin conseguí marcharme, regresé al hotel y llamé a Sy.

– ¿Ni siquiera pudiste conseguir la dirección a donde le envía el correo a Sanger? -me preguntó.

– Sí. Se la dirige a un banco a Marsella. Al parecer, Sanger no es muy amigo de recibir correspondencia. Todas las semanas telefonea a Mauvis o al arquitecto para que le informen de los progresos de la obra.

– ¿Desde dónde les llama? ¿Pudiste conseguir esto?

– No. Mauvis empezó a ponerse mosca. Demasiado interés por su cliente y muy poco por las casas en venta. Intenté obtener una descripción de Sanger: "Me pregunto si será el mismo Monsieur Sanger que conocí el año pasado en Cannes. ¿Es un tipo alto y rubio?" Pero no dio resultado. Sólo me dijo "quizás" y continuó tratando de venderme una casa de apartamentos.

– ¿Y qué piensas hacer ahora?

– Puedo tratar de conseguir la dirección en el banco de Marsella.

– No te la darán. Te dirán que escribas una carta y que ellos se la mandarán. Tienes que pensar en algo mejor.

– No he tenido tiempo de ver al arquitecto aún. Pero probablemente no sabe más que Mauvis. Podría pedirle que me hiciera una descripción de Sanger.

– ¿Y eso de qué nos vale?

– La podrías cablegrafiar a Nueva York y demostrar así que nos estamos tomando las cosas en serio.

Hubo unos segundos de silencio hostil y luego Sy continuó con demasiada parsimonia.

– Piet, si Sanger tiene todas esas casas a lo largo de la costa, es seguro que vive en una de ellas. Queremos saber en cuál. Eso quiere decir que tienes que hacer mucho trabajo a pie y no mucho tiempo para hacerlo. Me gustaría que empezaras esta noche.

Yo empezaba a estar harto de Sy.

– Oye -le dije-. ¿Por qué no le dices al imbécil del viejo que he fracasado? Eso es lo que él desea realmente.

– Pero no es lo que yo deseo, muchacho. El viejo quiere resultados. Mi misión consiste en obtenérselos, por muy difícil que parezca. No puedo decirle que has fracasado porque no has fracasado, de momento. Te lo temes simplemente. Y no digo que yo lo desee porque esto te haría saltar de alegría -de pronto se puso en plan genial-. Ahora un poco de acción, ¿eh, Piet?, y a pensar con la cabeza.

– Lo único que yo necesito en este momento es un emético.

Colgó antes de que lo hiciera yo.

Pasé la noche en Arles y por la mañana me fui a Cannes por Aix-en-Provence. Mougins está a una milla o dos de Cannes en la carretera de Grasse. Llegué allí a primera hora de la tarde.

Mougins es un pueblecito encantador, colgado en la falda de una colina. Abajo está Cannes, y el mar, y al fondo las islas de Lérins. En otro tiempo fue un simple centro mercantil para los granjeros de los alrededores. Pero en los últimos años se puso de moda. En Mougins son accesibles las descocadas diversiones de Cannes, sin ser ineludibles; y durante la temporada, aquí hace bastante más fresco que en Cannes. Y además resulta más tranquilo. Picasso tenía aquí una casa.

Aparqué el coche frente a la alcaldía y entré en un café. Al fondo tenía un viejo mostrador de cinc. Junto a él, dos hombres de traje negro se hallaban de pie bebiendo vino tinto. Otro hombre, evidentemente el patrón, estaba detrás del mostrador. No había nadie sentado en las mesas.

Yo me acerqué al mostrador y pedí un marc.

Los hombres del traje negro discutían acerca de un accidente automovilístico en el que se había visto envuelto uno de ellos. Le pedían consejo al patrón sobre los aspectos legales.

El patrón era un hombre regordete con barriga. Sus ademanes eran desenvueltos y tenía unos ojos muy vivarachos. El consejo legal que dio al hombre que se consideraba la parte perjudicada, y que no tenía seguro a todo riesgo, no fue muy ortodoxo, pero resultó sensible. Le dijo que se olvidase de las leyes y abogados y en vez de pensar tanto en el accidente se dedicase al "couche-couche panier" con su mujer por la noche y que estuviese con ella en una postura nueva.

Yo también participé en la risa consiguiente.

Tras el mostrador apareció Madame, la mujer del patrón.

Era una mujer robusta y rechoncha, con algunos dientes de oro y una fácil sonrisa. Quería saber a qué venía tanta risa. El hombre del accidente le dio la versión ligeramente rebajada de la sugerencia de su marido, y hubo más risas, en las que ella participó cordialmente hasta que notó mi presencia. Entonces pretendió regañar a su marido.

– Eres malo -le dijo-. ¿Qué va a decir la gente?

– Madame -le dije yo-, también yo iba a pedirle consejo a su marido. Tal vez será mejor que se lo pida usted.

Esto me proporcionó una sonrisa burlona y la atención de los presentes.