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– ¿De verdad?

– Sí. Oye, tengo que ir al baño. ¿Quieres que te traiga algo cuando vuelva? Bueno, ¿qué respondes? Recuerda, no hay nada para picar. ¿Cómo es eso?

– Tengo palomitas de maíz Orville Redenbacher. Las de colores. Son muy festivas.

– ¡Vaya! Te estás convirtiendo en un baúl de sorpresas, Marcus Bishop. Cuando llegué eras una persona autoritaria. ¡Y mírate ahora! Estás como una cuba, has comido una pata de pavo y ahora dices que tienes palomitas de maíz. Volveré enseguida. Quizá deberíamos tomar café con las palomitas. Dios, estoy impaciente porque acabe este día.

– Murphy, síguela. Si se marea, ven a avisarme -dijo Marcus. El perro obedeció.

Pocos minutos después ella volvió al comedor.

– ¡Hagamos las palomitas en la chimenea! -exclamó. -Traeré la cafetera y la pondremos en el fuego. Así no tendremos que subir y bajar.

– Es una buena idea. Son las diez y media.

– Queda una hora y media. A las doce en punto te daré un beso. Bueno, quizá un minuto después. ¡Cuando te haya besado se te caerán los calcetines! ¡Ya verás!

– No me gustaría acostumbrarme.

– A mí tampoco. Te besaré porque quiero hacerlo. I ¡Así que atente a las consecuencias!

– ¿Y qué pensará Keith?

– ¿Qué Keith? -repuso Mo, y soltó una carcajada palmeándose los muslos antes de perder el equilibrio y caer en el sofá.

Murphy ladró. Marcus se echó a reír. Al levantarse, ella dijo:

– Me gustas, eres guapo. Tienes una sonrisa muy bonita. Hace mucho que no me divertía tanto. La vida es demasiado abrumadora. A veces es necesario pararse y mirárselo… con cierta perspectiva. Me gustan los parques de atracciones. A veces me gusta comportarme como una niña. Hay un parque acuático al que me gustaría ir, y me encanta el Gran Aventura. Keith jamás iría, así que yo fui con mis amigos. No fue lo mismo que compartirlo con alguien que se quiere. ¿Te gustaría ir? Si quisieras podría llevarte. -Quizá.

– Odio esa palabra. Keith siempre la decía. Es otra forma de decir que no. Todos los hombres sois iguales.

– Te equivocas, Morgan. No hay dos personas iguales. Si juzgas a todos los hombres en relación a Keith te perderás muchas cosas. Ya te lo he dicho, es un tonto.

– Bien. Palomitas y café, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

CAPÍTULO 07

Marcus acarició las orejas de Murphy mientras escuchaba el ruido de cazuelas y cacharros que hacía su invitada en su pulcra cocina. Puertas de armarios se abrían y cerraban. Más ruidos de cazos y cacharros chocando. Olió a café y se preguntó si se le habría caído al suelo. Miró el reloj. Dentro de poco ella se marcharía. ¿Cómo era posible sentirse tan próximo a alguien que acababa de conocer? No quería que se marchara. Aborrecía al anónimo Keith.

– Creo que tendrás que volverte para ver cómo se hacen las palomitas -dijo ella. -Yo pensaba que todo el mundo tenía un recipiente especial para hacer palomitas. Improvisaré con este cazo. Se quedará negro, pero lo limpiaré por la mañana. Puede que tengas que tirarlo. A mí me gusta el café cargado. ¿Y a ti?

– A mí también.

– Bien. Por las mañanas te despierta de golpe. -No creo que ésa sea la tapa para ese cazo -dijo Marcus.

– Irá bien. Ya te he dicho que estoy improvisando.

– Explícame cómo lo vas a improvisar con eso -repuso él en cuanto las palomitas comenzaron a golpetear contra la tapa y salirse del cazo. Murphy dio un salto para coger los granos, mientras Mo miraba impotente lo que ocurría. El maíz siguió haciéndose y las palomitas volando por la habitación. -Yo no pienso limpiarlo. Pero no te preocupes, Murphy se las comerá. Le encantan las palomitas. ¿Cuántas has puesto? El café ya está hecho.

– He puesto una taza llena. Es demasiado, ¿eh? Pensaba que serían de colores. ¡Qué decepción!

– Yo también estoy decepcionado -dijo Marcus con expresión solemne.

Mo sirvió el café en dos tazas.

– Sabe a… jarabe.

– Sí, ¿verdad?

– Puedo afirmar que nunca he tomado un café como éste -dijo Marcus.

Mo se sentó cerca de él.

– ¿Qué hora es?

– Es tarde. Estoy seguro de que mañana las carreteras ya estarán despejadas. El teléfono ya funcionará y podrás llamar a casa. Encontraré a alguien que te lleve en coche. Tengo un buen mecánico que podrá arreglar tu todoterreno. ¿Cuánto tiempo pensabas pasar con tus padres?

– Bueno, dependía de… no lo sé. ¿Y tú qué harás?

– Trabajar. En la oficina hay mucho trabajo. Estaré muy ocupado.

– Yo también. Me gusta tu olor-dijo Mo. -¿Dónde compraste el champú de la botella negra?

– Alguien me lo regaló junto a otros productos por mi cumpleaños.

– ¿Cuándo es tu cumpleaños?

– El 10 de abril. ¿Y el tuyo?

– El 9 de abril. ¿Qué te parece? Los dos somos Aries.

– Vaya -dijo Marcus mientras le rodeaba los hombros.

– Qué sorpresa -suspiró ella. -Soy una persona casera y me gustan los lugares acogedores y cálidos con montones de plantas. Tengo muchos tesoros que he ido acumulando con el tiempo y a los que intento buscar su lugar. Eso revela quién soy a los que me visitan. Apuesto a que por eso me gusta esta casita. Es acogedora, cálida y cómoda. Una casa grande también puede serlo, pero una casa grande necesita niños, perros y un montón de cachivaches.

Ahora vaciló en decirle que la casa grande de la colina era de su propiedad. Podría hablarle de Marcey y de su próxima operación. Se mordió el labio. Ahora no; no quería estropear el momento. Le gustaba estar sentado con ella, sentirla a su lado. Miró de reojo el reloj. Las doce menos cuarto. Miró fijamente la taza de café que acababa de terminarse.

– Marcus, ¿crees que Keith se habrá presentado? -preguntó ella.

Él no lo creía, pero no podía decirlo.

– Si no lo ha hecho es un idiota.

– Su madre le dijo a la mía que no iría a casa por Navidad.

– Ah. Bien, quizá quería darle una sorpresa. Quizá cambió de planes. Todo es posible, Morgan.

– No, no lo es. Estás haciendo de abogado del diablo. Cambiaré al Plan B y seguiré con mi vida.

Él deseó estar incluido en esa vida. Estuvo a punto de decirlo, pero ella le interrumpió cogiéndole el brazo y señalando el reloj.

– Prepárate. Recuerda, he dicho que te daría un beso que no olvidarías.

– Estoy preparado.

– Así me gusta. Estaría bien que demostraras cierto entusiasmo.

– No me gustaría que me subiera la presión -dijo Marcus con una mueca. -Y si…

– Nada de y si… Sólo es un beso.

– Hay besos y besos. A veces…

– Esta vez no. Lo sé todo acerca de besos. Jackie Bristol me lo contó todo cuando tenía seis años. Él tenía diez y lo sabía todo. Le gustaba jugar a médicos. Aprendió todo eso observando a su hermana mayor y su novio.

Ella estaba muy cerca de él. Podía verle una ligera peca en el tabique de la nariz. Sabía que él recelaba de su entusiasmo. Bueno, le demostraría que no era fingido, y también a Keith. Un beso era… pues… lo que era.

No fue uno de esos besos largos y apasionados, pero tampoco de esos ligeros como plumas. Fue un beso imprudente. Ella sintió un hormigueo por todo el cuerpo. Quizá se debiera a tanto vino. Decidió que no le importaba mientras presionaba no sólo la lengua sino todo su cuerpo contra él. Él respondió, introduciéndole la lengua en la boca. Ella percibió el sabor del vino y se le formó un ligero gemido en el estómago que fue ascendiendo hasta la garganta. Mo se excitó más de lo que esperaba.

Aquí era donde se suponía que debía decir: «De acuerdo, he cumplido mi promesa, te he besado tal como he dicho.» Para luego levantarse e ir a la cama. Pero no quería ir a la cama. Quería… necesitaba…

– Aún sigo con los calcetines puestos -dijo Marcus. -Quizá debas intentarlo de nuevo. ¿O esta vez intento yo dejarte sin calcetines?