– No estoy en desacuerdo -dijo con cuidado-. Pero preferiría que lo hicieras en un tono menos acusatorio. ¿Qué es lo que estás intentando decirme, Benjamin? ¿Que estoy involucrado en una especie de trama con Jonathan Wild para tenderte a ti una trampa para que hagas no sé ni qué? Te exijo que recuerdes quién soy.
Me senté, controlando mis pasiones y sin deseo alguno de inflamar las de mi tío. Quizá tuviera razón. Tenía tratos desde hacía mucho tiempo con Mendes. Apenas podía pedirle que los suspendiera simplemente porque a mí no me gustasen ni él ni su jefe.
– Creo que me he precipitado -dije al fin-. Nunca quise sugerir nada acerca de su conducta, tío. Es sólo que ya no sé en quién confiar, y desconfío de casi todo el mundo, particularmente de aquellos relacionados con Jonathan Wild. Me preocupa mucho verle con Mendes. Usted puede creer que no habla más que de negocios, pero a mí me sorprendería saber que no se trae alguna otra cosa entre manos.
Mi tío también cedió. Se sentó y se dejó ablandar.
– Ya sé que sólo quieres descubrir la verdad que se esconde detrás de estas muertes -me dijo-. Admiro tu dedicación, pero no debemos olvidar que mientras tratamos de hacer justicia a los muertos, debemos permanecer entre los vivos. No puedo abandonar mis negocios por esta investigación.
– Y yo no sugeriré que lo haga -suspiré-. Pero Wild, tío. No creo que usted comprenda lo peligroso que es.
– Estoy seguro de que en asuntos de robos y demás es enormemente peligroso -dijo mi tío con complacencia-. Pero éste es un asunto de textiles. Tienes la mente puesta en conspiraciones, Benjamin. Ahora todo te parece sospechoso.
Pensé en esto por un momento. Elias había observado que el peligro de investigar una conspiración era que toda clase de faltas parecen igualmente implícitas. Era sin duda concebible que estuviese sacando de quicio los tratos de mi tío con Mendes.
– Nunca he tenido ningún asunto con Wild -continuó-. Y siempre he encontrado que el señor Mendes se comporta de manera honorable. Comprendo tu preocupación, pero yo no puedo negarme a que me pague lo que me debe porque a ti te disguste el hombre. Pero si lo prefieres, no le encargaré ningún otro negocio hasta que esto no esté resuelto.
– Lo agradecería mucho.
– Muy bien, pues -dijo con buen humor-. Me alegro de que hayamos solucionado este problema. Sé que tu intención no era la de ser excesivamente severo, pero has trabajado demasiado duro en este asunto. Ya sé que no quieres abandonar tu investigación, pero podrías dejarla a un lado durante unos días para que se te despeje la mente.
Asentí. A lo mejor tenía razón, pensé. Unos días de descanso podían venirme bien, pero bien o mal, pensé, no tenía otra elección, ya que no se me ocurría cómo proceder hasta que no descubriese lo que daba de sí mi anuncio.
Considerando que la tensión había pasado, mi tío se levantó y sirvió dos vasos de oporto, que sorbí con placer. Me había bebido ya casi la mitad cuando me di cuenta de que no le había dicho nada acerca de mi anuncio en el Daily Advertiser y de que no tenía intención de hacerlo. No era que desconfiase de la descripción que me había dado mi tío de sus negocios con Mendes, pero tampoco estaba seguro de creérmela precisamente. Él podía ser víctima de un engaño tanto como cualquiera, y su insistencia en conducir su negocio como le parecía podía cegarle frente a ciertas verdades.
Charlé alegremente con mi tío, y disfruté de su conversación, pero preferí no informarle de muchas cosas: de mis sospechas con respecto a Sarmento, del comportamiento desordenado e inexplicable de Miriam, del intento de acabar con mi vida, del anuncio que había publicado y ahora de las revelaciones de Mendes acerca de la comunicación entre mí padre y Bloathwait. No deseaba creer que el comportamiento de mi tío tuviera su origen en ninguna otra cosa que llevar toda la vida haciendo lo que le venía en gana, pero por el momento mi propio silencio me hacía sentirme tan sabio que me resultaba inquietante.
Viví en tensión hasta el siguiente jueves, cuando vería quién había respondido al anuncio que yo había publicado. No sabía en qué ocupar mi tiempo mientras durase esta investigación, y no deseaba aceptar nuevos encargos. De manera que me pasé el tiempo reflexionando incesantemente acerca de lo que ya sabía y observando cómo disminuía la hinchazón de mi rostro. Tomé notas y compilé listas e hice diagramas, actividades que me ayudaban a comprender mejor la complejidad de mi búsqueda, pero que, me temía, no me llevaban más cerca de ninguna solución.
Me reprendí una y otra vez por no haber leído y comprendido por entero el panfleto de mi padre mientras tuve oportunidad. Me convencí a mí mismo de que las respuestas estaban allí dentro, pero incluso si aquello no era cierto, sí lo era que contenía las palabras de mi padre, hablando, aunque fuera indirectamente, acerca de su propia muerte. Ahora lo había perdido.
Por invitación de Elias pasé una de mis mañanas libres en el teatro de Drury Lane, donde me distraje casi por completo. Aunque vi cómo ensayaban una de las escenas de la comedia de Elias unas quince veces, hasta sentir que podía haber interpretado cada papel yo mismo, me pareció ingeniosa y bien representada. Elias se paseaba por el escenario como si fuera él mismo el empresario teatral, sugiriendo a los actores distintas poses y distintas maneras de declamar. Cuando ya me iba, me dio un ejemplar de la obra, que más tarde leí y encontré extrañamente encantadora.
Pasé aquella tarde con mi tía Sophia, acompañándola a hacer visitas de cortesía y conociendo a otras importantes judías ibéricas de Dukes Place. Algunas de estas mujeres eran bastante jóvenes y solteras, y mientras pasé aquellas horas tensas intentando hacerme entender en portugués, no pude menos de preguntarme si no estaría mi tía intentando organizarme un matrimonio.
En un esfuerzo por no dejar que la investigación se enfriase en este periodo de espera, visité la casa de Perceval Bloathwait en diversas ocasiones, pero cada vez que iba su criado me negaba la entrada. Dejé varios mensajes para el director del Banco de Inglaterra, pero no recibí ninguna respuesta. Deseaba con toda mi alma saber algo más acerca del mensaje que Mendes me había contado que mi padre envió a su viejo adversario, pero Bloathwait, al parecer, había decidido no tener nada más que ver conmigo.
Rumié cómo remediar la situación mientras me ocupaba de labores más mundanas: se había corrido la voz de que me había trasladado a Dukes Place, y unos cuantos hombres llegaron a la casa a solicitar mi ayuda. Así que me distraje encontrando a unos cuantos morosos mientras aguardaba lo que esperaba, y esperaba bien, sería el fructífero resultado del anuncio.
Mis relaciones con Miriam habían seguido siendo frías, especialmente después de su inexplicable acusación en el baile. En varias ocasiones intenté hablar con ella, pero me evitaba todo el tiempo. Un día, después de desayunar en silencio con ella y con mi tía, la seguí desde la mesa hasta la sala.
– Miriam -comencé-, dígame por qué está enfadada conmigo. No entiendo en qué la he traicionado.
La única explicación que se me había ocurrido era que estuviera enfadada porque yo había descubierto su relación con Deloney, pero como no había hecho pública la información ni la había utilizado para dañarla, ese conocimiento apenas podía contar como una traición.
– No tengo nada que decirle -anunció, y se dispuso a marcharse.
La agarré por la muñeca, tan suavemente como pude.
– Tiene que hablar conmigo. He rebuscado en mis recuerdos algo que haya podido hacer que pueda haberle hecho daño, pero no he encontrado nada.
– No intente engañarme -se zafó de mí, pero no se alejó-. Sé por qué está en esta casa, y conozco la naturaleza de su investigación. ¿Merecen la pena unas pocas guineas de su tío, o acaso del señor Adelman quizá, por establecer una falsa intimidad conmigo? Pensé que había regresado con su familia por un propósito más noble que el de ponerla en evidencia.