– ¿Pero qué tiene usted que temer?
– Todo. No soy menos honrado que cualquier comerciante inglés. Traigo algunas telas de contrabando de Francia, a veces las vendo a través de canales dudosos. Es lo que se ve obligado a hacer un hombre, pero cualquier exposición pública de mis asuntos se convertiría en un peligro para mi familia y para nuestra comunidad aquí -suspiró-. No te dije nada de Bloathwait porque temí su ira.
No podía mirarme de frente completamente. Yo apenas sabía cómo responder.
– Pero -dije por fin- usted me dijo que deseaba que yo averiguara la verdad acerca de la muerte de mi padre.
– Y era cierto -dijo ansioso-. Es cierto. Benjamin, el señor Bloathwait no ordenó la muerte de tu padre, pero yo sé la clase de hombre que es: vengativo, obstinado. Sólo deseaba que te mantuvieses alejado de él, que descubrieses quién hizo esto sin cruzarte en su camino.
– ¿Y qué hay de Adelman? ¿No habla mal de él porque también le teme?
– Tengo que tener cuidado con estos hombres. De eso tienes que darte cuenta. Pero debo hacerle justicia a Samuel también. Sé que debes de considerarme un cobarde, pero me mantengo en equilibrio como un funambulista. Sólo quiero hacer lo correcto, y haré todo cuanto pueda para ver castigados a los asesinos de Samuel. Si a tus ojos y a los ojos del mundo aparezco como un cobarde, que así sea. No conozco otra manera de hacer las cosas.
Había en su cobardía una extraña dignidad que era imposible de negar. Mi tío no era alguien a quien yo pudiese emular, pero creía entenderle.
– Entre nosotros -le dije-, porque creo que sabe que puede confiar en mí, ¿qué opinión le merece Adelman? ¿Y qué opinión le merece la Compañía de los Mares del Sur?
Sacudió la cabeza.
– Ya no lo sé. Hubo un tiempo en que pensaba que Adelman era un hombre de honor, pero estas tramas suyas parecen negar todo honor. Dime qué opinas tú.
– ¿Lo que opino yo? Creo que Adelman desea hacerme creer que toda esta vileza es un engaño perpetrado por Bloathwait. Creo que Bloathwait sólo me cuenta lo que desea que yo sepa, para que siga investigando a la Mares del Sur.
– ¿Porque la investigación en sí, aunque no necesariamente la verdad, perjudica a la Compañía?
– Efectivamente. Bloathwait lo ha estado organizando para que obtenga sólo la información necesaria para mantenerme interesado. No me sorprendería que el panfleto que usted me dio fuera una falsificación.
– No era una falsificación -me aseguró mi tío-. Conozco la letra de Samuel.
– Déjeme que le pregunte otra cosa -insistí, esperando que involucrándole se sintiera más tranquilo-. Ese Sarmento, ¿sabía que anda en tratos con Bloathwait?
Mi tío se rió.
– Por supuesto. Todo el mundo lo sabe. Bloathwait le ha contratado para espiar a Adelman, pero a Sarmento se le da muy mal la sutileza, uno tendría que ser un necio para no darse cuenta.
– ¿Entonces por qué le mantiene Bloathwait a su servicio?
– Porque -respondió con una amplia sonrisa-, si Adelman está observando cómo Sarmento le observa a él, entonces quizá no esté mirando para otro lado. Aunque Bloathwait no tenga a nadie más, Sarmento, con toda su ineptitud, le recuerda su presencia.
Los dos sorbimos nuestro vino y permanecimos sin decir nada durante unos largos minutos. No podía adivinar los sentimientos de mi tío. Supongo que apenas podía adivinar los míos propios.
– ¿Cómo te sentirás si no sacas nada en claro de esta investigación? -me preguntó-. ¿Si no descubres nunca quién hizo estas cosas, o ni siquiera si efectivamente fueron hechas?
– Un hombre debe fracasar alguna que otra vez -repuse-. Y mis enemigos son muy poderosos. Preferiría no fracasar, pero si ocurre, no debo desesperarme.
– ¿Has vuelto a pensar acerca de mi oferta? -me preguntó con delicadeza.
Reflexioné sobre cómo responder durante un tiempo. Mi tío, hasta donde podía yo comprobar, se había exculpado a sí mismo de todo mal en el asunto de la conspiración en torno a la muerte de mi padre. No se había exculpado del todo en el asunto de la fortuna de Miriam, así que le presioné.
– Pongamos que acepto su oferta, tío, y que me caso con Miriam. ¿Qué ocurriría si algo me sucediese? ¿Qué sería de Miriam?
Mi tío reunió fuerzas para responder. No era más que una pregunta, pero le hizo acordarse de la pérdida de su hijo. Quizá había sido un error por mi parte siquiera sugerir tal cosa.
– Comprendo por qué puede preocuparte eso. Es perfectamente lógico que pienses en esas cosas, pero Miriam siempre ha sido bienvenida en mi casa.
– ¿No debiera ella ser independiente? ¿Y qué hay de usted? Si usted perdiera un barco cargado de mercancía, eso sería sin duda desastroso para sus finanzas.
– Sería desastroso en muchos aspectos, pero no para mis finanzas. Siempre aseguro mis barcos contra posibles daños, de modo que en caso de producirse una tragedia, por mucho que uno sufra, no sufre la ruina.
Puso el vaso de vino sobre la mesa.
– Quieres saber lo que le ocurrió a la fortuna de Miriam -había una frialdad en su voz que yo no había oído desde que él y yo comenzamos esta investigación-. Quieres saber cuántas monedas podrás meterte en el bolsillo en caso de casarte con ella.
– No -repuse deprisa-. No me ha comprendido. Disculpe que no haya tenido para con usted la cortesía de ser más directo. Deseo saber qué le ocurrió al dinero de Miriam por ella, no por mí.
– ¿Por ella? -preguntó-. Pues lo tengo yo. Será suyo de nuevo en cuanto vuelva a casarse.
– ¿Y en caso de que no lo haga?
Él se rió.
– Entonces, se lo guardaré mientras viva en mi casa. Si sigue soltera en el momento de mi muerte, lo he dispuesto para que se constituya un fideicomiso.
– ¿Pero por qué no se lo da a ella? -le pregunté.
Sacudió la cabeza.
– El dinero ya no es realmente suyo, excepto en espíritu. Aaron lo invirtió en el comercio, y cuando su barco se perdió, recibí el pago de la aseguradora. Se hace tan difícil saber qué dinero pertenece a quién. Pero a Miriam nunca le faltará de nada mientras permanezca bajo mi protección o se case con un hombre a quien yo apruebe.
– ¿Y qué sucede si ella no desea su protección -continué- o desea casarse con un hombre a quien usted no aprueba?
– ¿Piensas que he sido siniestro, Benjamin? ¿Que he estafado a la mujer de mi propio hijo por unos pocos miles de libras?
Para mi alivio no había indignación alguna en su voz. Se creía tan libre de motivos malvados que no podía tomar en serio la sospecha.
Yo sí la tomaba en serio, sin embargo. Porque era culpable, aunque no de malicia.
– No creo que se haya apropiado de nada con mala intención -dije-. Creo que se ha atrevido a hablar por boca de Miriam.
– ¿Y ahora lo haces tú? -su voz se volvía enérgica de nuevo.
Había tocado algo.
– Nunca haría tal cosa -dije-, pero me temía que usted no escucharía sus palabras. Pensé que quizá escuchara las mías.
– Es una tontería por su parte desear eso -me dijo mi tío-. Miriam ha vivido en mi casa mucho tiempo. Si he hecho algo que no le haya gustado, ha sido por su propio bien.
– ¿Cómo puede usted decidir eso por Miriam? -pregunté-. ¿Lo ha consultado con ella alguna vez?
– Consultar estos asuntos con las mujeres es de necios -respondió-. ¿Viste que retenía el dinero de Miriam y pensaste que lo hacía por avaricia? Me escandalizas, Benjamin. A lo mejor ahora me acusarás de ser poco liberal, pero he visto a las mujeres llevar sus fortunas a la ruina demasiadas veces, y sólo deseo preservar para Miriam una fortuna que debe ser suya y de sus hijos. Si le dejo hacer lo que le plazca, malgastará el dinero en vestidos y carruajes y entretenimientos caros. A las mujeres no se les pueden confiar estas cosas.