– Tengo un asunto más importante con usted: su conexión con Martin Rochester.
– ¿Rochester? -preguntó-. ¿Qué tengo yo que ver con él?
– ¿Qué sabe de él? -pregunté, elevando la voz y dando un paso al frente.
Sarmento estaba claramente asustado.
– No sé nada de él, Weaver. Es un corredor. He oído su nombre, y nada más. No hemos tenido tratos.
Le creí. Sarmento era un hombre desagradable, pero también era un hombre transparente. No creía que pudiera mentirme en este tema y convencerme. Di varios pasos hacia atrás para que se diera cuenta de que no iba a hacerle daño.
– Vine aquí porque un hombre que conozco me dijo que le había oído hablar de mí en relación con Rochester -le dije.
Una extraña expresión de placer se extendió por el rostro de Sarmento, como si llevara toda nuestra entrevista esperando para decirme lo que ahora iba a decir.
– Creo que he podido mencionar su nombre. Había que hacer unas apuestas, acerca de si sobreviviría usted a su investigación. Un caballero me ofreció apostar que estaría usted muerto antes del final de diciembre. Yo aposté cincuenta libras a que seguiría vivo.
Esta noticia verdaderamente me asombró.
– Me complace su confianza -le dije sin expresión.
– No se complazca. No hacía más que sopesar las probabilidades como he aprendido a hacer en la calle de la Bolsa. Verá, es una apuesta perfecta, Weaver. En ambos casos, salgo ganando.
– Dígame -dije al abrir la puerta-, porque realmente quiero comprenderlo. He vivido entre cristianos durante diez años, pero nunca he sentido ganas de convertirme en uno de ellos. ¿Qué le ha llevado a usted a hacerlo?
– Usted ha vivido entre ellos -me contestó al darse la vuelta para salir de la sala-. A mí me gustaría hacer lo mismo.
Treinta y uno
Me pasé el resto de aquel día y la mayor parte del siguiente intentando decidir cuál debía ser mi próximo paso. Me di cuenta de que no podía seguir teorizando. De modo que el lunes por la noche me cambié y me puse unas ropas viejas y rotas, porque esta vez no tenía deseo de parecer un caballero. Tuve la mala fortuna de cruzarme con mi tía al salir de la casa, y me miró con tanta desesperación que sólo pude sonreír y decirle que se lo explicaría más tarde. Mi destino era el Laughing Negro de Wapping, donde no había puesto el pie desde que recuperara las cartas de Sir Owen de manos de Quilt Arnold.
Después de que Adelman hubiera intentado convencerme de que me habían engañado acerca de la Compañía de los Mares del Sur, sentí que ya no podía saber nada con certeza, y empezó a preocuparme la idea de haberme fiado demasiado de mis propias habilidades para darle sentido a informaciones que no lo tenían. Por lo tanto me desvié de mi camino para hacerle una visita a Elias, por si diera la casualidad de que estuviera en casa. Aunque era temprano, especialmente para un hombre de las costumbres de Elias, no sólo estaba en casa, sino que estaba desvestido y listo para irse a la cama. Los rigores de preparar su obra para la escena le habían dejado exhausto, pero me aseguró que estaba ansioso por saber de mis progresos. En camisón y gorro de dormir, me invitó a sus habitaciones, donde compartimos una botella de clarete.
– He leído tu comedia -le dije- y me ha parecido absolutamente deliciosa.
Su rostro resplandeció de orgullo.
– Gracias, Weaver. Tengo considerable confianza en tu opinión.
– No tengo ninguna duda de que será un éxito -dije.
Sonrió complacido, me rellenó el vaso y me preguntó qué partes me habían gustado en particular. Pasamos un rato conversando acerca de El amante confiado, y luego Elias volvió a preguntarme por la investigación. Le expliqué todo lo sucedido recientemente, incluyendo el tema de Miriam, la reunión en la Casa de los Mares del Sur, la muerte de Kate Cole e incluso mi enfrentamiento con Sarmento.
Elias escuchó cada detalle con atención.
– Estoy anonadado -me dijo, una vez que hube terminado mi narración-. Esta historia revela la vileza engañosa de las nuevas finanzas. Cada paso que das te hace dudar del anterior.
– Hay muy pocas cosas que sepa con certeza ahora. La Compañía de los Mares del Sur puede que sea mi enemiga, o puede que Bloathwait me haya estado manipulando desde el principio. Wild podría estar planeando asesinarme, o puede sencillamente estar buscando la manera de beneficiarse de mi investigación. Puede que Rochester sea su socio, pero puede también que sea su enemigo. Y con Kate muerta, no se me ocurre la forma de acercarme a Rochester.
– ¿Y qué es lo que vas a hacer ahora? -Elias estudiaba mi rostro con especial atención. Por el modo en que me miraba pensé que deseaba descubrir algún dato médico sobre mi persona.
– Regresaré al Laughing Negro -dije-. Voy a localizar al hombre de Wild a ver qué le puedo sonsacar.
– ¿Por qué buscas al hombre de Wild? ¿No estamos convencidos de que nuestro villano es Rochester?
– No creo que Wild sea un jugador principal en esta partida, pero ha mostrado más interés de lo común en mis asuntos, y me sorprendería que no estuviera ocultándome información útil, no porque tenga que ver con estos asesinatos, sino porque a él le resulta beneficioso que continúe con la investigación.
Elias se frotó la nariz pensativamente.
– ¿Cómo puedes estar seguro de que Wild no tuviera parte en los asesinatos? En realidad, ya que sabemos que su nombre es falso, ¿por qué no considerar que Rochester podría ser Wild? Después de todo, ¿quién puede estar mejor equipado para involucrarse en algo tan peligroso como la venta de acciones falsas de la Mares del Sur?
Asentí.
– Ya había pensado en eso, desde luego, pero no creo que lo que sugieres sea probable. Wild me animó a que continuara la investigación. Me recomendó que fuera contra la Compañía de los Mares del Sur. Incluso si asumimos que me dio información errónea o incompleta, no podemos pasar por alto el simple hecho de que no intentara detenerme. Estamos hablando de Jonathan Wild, no lo olvides. Para él no sería en absoluto difícil hacer que me arrestaran, o incluso lograr que me matasen.
– No -observó Elias-, se limitó a hacer que te dieran una paliza en la calle.
Yo ya había meditado mucho acerca de esta observación de Elias.
– ¿Por qué querría Wild que me dieran una paliza en público para luego intentar encandilarme en privado? -pregunté, mitad a mí mismo, mitad a mi amigo-. Me dijo que sus hombres le desobedecieron, pero sus hombres conocen perfectamente las consecuencias de disgustar a su amo.
– Te comprendo -murmuró Elias-. Él quería que el mundo viera a sus hombres asaltarte.
– Eso creo -convine-. ¿Y por qué? A lo mejor porque teme a Rochester. Desea que prosiga, pero desea que el mundo crea que estamos enfrentados.
– Si teme decirte lo que sabe, si el hecho de que esa información estuviera en tu poder dejase claro a Rochester que la habías obtenido de Wild, debemos suponer que Wild sabe cosas que nadie más sabe.
– Y por eso -anuncié- es por lo que voy a buscar al hombre de Wild, Quilt Arnold: el hombre que me espiaba en el Kent's Coffeehouse, mientras yo esperaba una respuesta a nuestro anuncio. Si puedo saber por qué Wild envió allí a Arnold, podré estar más cerca de averiguar de qué modo está Wild involucrado, y eso puede llevarme más cerca de Rochester.
Elias sonrió.
– Realmente has aprendido a pensar como un filósofo.
Agité el vino en la copa.
– Quizá. Te prometo que no se me olvidará pensar como un púgil cuando encuentre a Arnold. Me estoy cansando de este asunto, Elias. Debo resolverlo pronto.
– Comparto tus sentimientos de todo corazón -me dijo, frotándose la rodilla herida.
– Sólo espero poder resolverlo. Tu filosofía me ha permitido llegar hasta aquí, pero no sé cómo va a poder llevarme más lejos. Quizá si fuera mejor filósofo habría terminado con este desagradable asunto hace mucho tiempo.