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Apenas la conocía lo suficiente como para especular acerca de cómo se desarrollaría nuestra entrevista: no sabía si pelearía o si se acobardaría. Se sentó silenciosamente sobre la cama y miró al suelo, sin pedirme nada ni esperar nada de mí.

– Bueno, Kate -dije, forzando una sonrisa irónica-. Parece que te has metido en un buen lío, ¿verdad?

– No me ahorcarán por algo que no he hecho -se afanaba tanto en controlar el tono de su voz que creí que se le quebrantaría la mandíbula por la presión. Me miró a la cara. No podía ignorar que quería retarme-. Oh, Dios -murmuró-, oh, Jemmy.

– Siento lo que le ocurrió a Jemmy -le dije suavemente.

Sacudió la cabeza.

– Jemmy -murmuró. Hundió la cabeza hasta casi apoyarla en el regazo-. Bueno, por lo menos ya no me pegará más. Ni me obligará a esconder lo que no le podemos vender a nadie sin que se entere Wild. Creo que él tiene la culpa de todo esto -levantó la mirada de pronto y encontró la mía-. Y usted también la tiene. Y no me van a ahorcar por algo que no he hecho.

– No -le dije-. No te ahorcarán, Kate, si hacemos un trato. Yo me encargo de eso. No puedo garantizar que no te deporten, pero puede que siete años en las colonias te ayuden a recuperarte de las desgracias de tu vida, además de escapar de las garras de un benefactor tan poco piadoso como el señor Wild -ella se sobresaltó al oír aquel nombre-. He aquí lo que voy a hacer por ti, Kate. Te voy a dar el suficiente dinero como para que te mantengas alejada de la chusma mientras estés aquí. Además, utilizaré mi influencia con la magistratura para asegurarme de que si te condenan no te sentencien a la horca. Haré lo que pueda para verte absuelta, ya que no quiero que Wild gane dinero por tu desgracia, pero sólo puedo prometerte que no te ahorcarán. ¿Me entiendes?

– Sí -respondió, mientras a sus labios se asomaba un atisbo de sonrisa irónica-. Entiendo que tiene miedo de que les hable de usted.

Usó las puntas del cabello para limpiarse la sangre y la mugre de la frente.

– No, no tengo miedo, Kate. Porque tú no sabes cómo me llamo ni sabes quién soy. Además, en caso de ser llamado a declarar, estaría obligado a contarle la verdad al tribunaclass="underline" que maté a Jemmy cuando él intentaba robarme, cuando intentaba robarme con tu ayuda. Puedo mantenerte con vida si cooperas conmigo, pero si me la juegas te ahorcarán. Estás enfadada: es normal. Wild te ha traicionado; eso lo entiendo. Pero si deseas seguir con vida, será mejor que escuches lo que tengo que decir. Ya sé que no te gusto, que me ves como la razón por la que estás aquí, pero tienes que comprender que soy la única persona que puede ayudarte ahora mismo.

– ¿Por qué habría de ayudarme? -no alzó la vista, pero su voz era firme y exigente.

– No por bondad, te lo aseguro. Lo haría porque es lo que más me conviene -mantuve la voz tranquila mientras le hablaba.

Vio que yo tenía cierto poder, el suficiente como para sobornar al guardián. Para una mujer en la posición de Kate, entre llevar unas pocas libras en la billetera y una sensacional peluca en la cabeza, y tener influencia ante los tribunales no mediaba gran distancia. Era todo mentira, por supuesto. No tenía influencia alguna, pero tenía que hacer todo cuanto estuviera en mi mano para mantenerla callada. A cambio intentaría ayudarla como mejor pudiera, y le haría creer que bastaba con mi influencia.

– No pienses que puedes perjudicarme, Kate. Puedes complicarme la vida: nada más. A cambio de prometerme que me evitarás estas complicaciones, prometo que te mantendré con vida y, si puedo, haré que te declaren inocente de asesinato.

El gesto de su rostro no varió, pero había captado su atención. Me miró fijamente unos momentos antes de hablar.

– ¿Qué quiere de mí?

Había conseguido algo, porque ahora mostraba al menos que estaba dispuesta a escucharme.

– Dos cosas solamente. Primero, que no me menciones en absoluto. No me importa lo que le cuentes al tribunal, pero no debes mencionar que fue un caballero quien lo hizo. Jemmy era un hombre peligroso con muchos enemigos mucho más proclives que tú a dispararle. Por lo que a mí respecta puedes incluso insinuar que existía una rivalidad entre Jemmy y Wild: eso sería una justa recompensa por su traición. Pero no debes mencionarme a mí, ni lo que sabes acerca de este incidente. ¿Me has entendido, Kate? No tienen pruebas en las cuales basar tu condena. Dile a los tribunales que no sabes nada, y las pruebas actuarán en tu favor: los hechos se pondrán a tu servicio mucho más de lo que pueden hacerlo tus palabras.

– ¿Por qué habría de fiarme de usted o de los tribunales? -preguntó-. Cuelgan a los que les da la gana y absuelven a los que les da la gana. Si Wild dice que lo hice yo, no llego ni a Navidad como no pida amparo por la tripa.

Me pregunté si efectivamente estaría embarazada, o si simplemente pretendía pedir amparo por la tripa, como hacían tantas mujeres, para que les concediesen unos cuantos meses más de vida.

– Estás sobrestimando la influencia de Wild -le dije, al no encontrar más alternativa que la mentira descarada- y no estimas la mía lo suficiente. Puedes ver que soy un caballero y que tengo amigos poderosos que también son caballeros. ¿Entiendes lo que estoy diciendo? Si admites haber estado allí, haber visto lo que viste, estarás admitiendo que cometiste un crimen capital, aunque no sea el crimen por el que estás aquí encerrada. Si permaneces callada, no podrán condenarte. ¿Quieres vivir?

– Pues claro que quiero vivir -dijo amargamente-. No me haga preguntas estúpidas.

– Entonces vas a hacer lo que yo te diga.

Me miró fijamente.

– Deme cualquier razón para dudar de usted, la que sea, y diré todo lo que sé, y al diablo las consecuencias. Así que creo que debería decirme su nombre.

– Mi nombre -repetí.

– Sí. Deme su nombre o no haré lo que me pide.

– Mi nombre -dije, intentando inventarme alguna mentira que pudiera recordar fácilmente-. Mi nombre es William Balfour.

Quizá debiera haber elegido un nombre aún más distanciado de mi persona, pero fue lo primero que se me ocurrió. Además, pensé, cualquier confusión que pudiera echarle encima a Balfour la tenía merecida, por pomposo.

Kate me observó.

– Conozco a un William Balfour, y usted no es él. Un caballero tacaño que solía venir a verme. Pero supongo que puede haber más de uno con el mismo nombre.

Efectivamente podía haberlos, convine para mis adentros, preguntándome si el Balfour que ella conocía era el mismo Balfour que había contratado mis servicios. Pero no podía ocuparme de a qué putas visitaba un hombre como Balfour.

– Tenemos otro asunto más importante al que atender. Como sabes, fui a verte para recuperar los bienes de un amigo. Había una cosa en particular que él creía tener en la cartera, pero no estaba. ¿Cogiste alguna cosa de esa cartera, Kate?

Se encogió de hombros.

– No me acuerdo de él. Un bobo borracho no se distingue de otro.

Suspiré.

– ¿Dónde guardas los objetos que robas?

– Algunos los tiene Wild, pero escondí la mayoría de las cosas antes de ir a contarle lo de Jemmy.

– ¿Qué tienes escondido ahora?

– Pelucas, relojes… -su voz se fue apagando, como si se olvidase de lo que estaba diciendo.

Suspiré de nuevo. Si Wild tenía las cartas entonces tendría que decirle a Sir Owen que precisamente lo que él pretendía evitar había sucedido.

– ¿No sabes nada de unos papeles? ¿Un paquete de cartas, atadas con un lazo amarillo, selladas con cera?

– Ah, sí, los papeles -asintió, extrañamente orgullosa de sí misma-. Los tiene Quilt Arnold, sí señor. Se cree que valen algo. Los vio y dijo que tenían que ser las cartas de amor de algún caballero, porque olían muy bien y estaban perfumadas, y que el caballero querría que se las devolviesen, eso dijo.