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Bird acechó a Himiko con los ojos palpitantes, acalorado de whisky. Su cabeza se infló como un globo de sangre cálida. El humo del tabaco circulaba en la habitación como un cardumen de sardinas atrapadas. Himiko parecía ir a la deriva sobre un mar de niebla. Observaba a Bird con una sonrisa arrobada, simple, pero sus ojos no percibían nada. Se encontraba perdida en un sueño de whisky, y todo su cuerpo parecía más suave y redondeado, en especial su cara roja y ardiente. Apesadumbrado, Bird pensó: Si al menos pudiera repetir con Himiko la escena invernal de la violación nocturna. Pero sabía que no había posibilidad alguna. Si en alguna ocasión llegaban a repetirlo, el coito le recordaría el pene con aspecto de gorrión aplastado que había visto esa mañana mientras se vestía, y también los genitales distendidos de su esposa contrayéndose lentamente tras la agonía del parto. El sexo, para Bird e Himiko, estaría vinculado a todas las miserias humanas, a las desgracias de la humanidad, tan terribles que quienes no las sufrían actuaban como si no existieran, comportamiento que se denominaba humanismo. ¿La sublimación del deseo? Todo lo contrario, significaría aniquilarlo por completo. Bird tragó el whisky y sus entrañas se estremecieron. Si quería recrear en su maravillosa tensión el momento sexual arruinado aquella noche invernal, probablemente no le quedaba más alternativa que estrangular a la muchacha. Matarla. Una profunda voz interior aleteó desde el deseo que anidaba en su cuerpo: ¡Mátala y copula con su cadáver! Pero Bird sabía que, tal como se encontraba, jamás emprendería una cosa así. Me lamento porque acabo de enterarme de que aquella noche Himiko era virgen, pensó. Bird sintió desdén hacia su propia confusión e intentó sosegarse. Pero el deseo ardiente, lleno de espinas como un erizo de mar, se negó a desaparecer. Si no puedes asesinarla y violar el cadáver, ¡busca algo que te permita experimentar una situación similar! Pero Bird permanecía indefenso, ignoraba todo lo referido a los peligros de la perversión. Bird bebió de su vaso como bebe agua el jugador de baloncesto que ha salido del campo por sus repetidos errores: malhumorado, desdeñoso y disgustado. Ahora el whisky había perdido su aroma y ardor, ni siquiera era amargo como al principio.

– Bird…, ¿siempre bebes el whisky así, como si fuera té? Yo ni siquiera podría hacerlo tan aprisa con té de verdad.

– Siempre lo hago así -masculló Bird.

– ¿Incluso cuando estás con una mujer?

– ¿Por qué lo preguntas?

– No creo que puedas satisfacer a una mujer después de beber de ese modo. Incluso a ti te costaría mucho alcanzar el orgasmo. Terminarías con el corazón agotado, como un nadador de fondo extenuado… Y dejando una nube de alcohol junto a la cabeza de la mujer.

– ¿Estás pensando en irte a la cama conmigo?

– Has bebido demasiado. No tendría sentido para ninguno de los dos.

Bird se metió el dedo por un agujero en el bolsillo del pantalón y exploró algo tibio y suave: una cobaya tonta, adormecida. Y marchita. Totalmente opuesta al erizo de mar que llameaba en su pecho.

– Seguro que no puedes hacer nada, Bird.

– Tal vez no llegue a correrme, ¡pero sin duda podré comportarme como el Song Goku y empujarte por encima del muro!

– No es tan fácil, ¿sabes?…, que tenga un orgasmo. Bird, me parece que no recuerdas muy bien lo ocurrido en el suelo del depósito de madera. No tienes por qué recordarlo. Pero para mí representó un rito de iniciación. Un rito frío y sórdido, además de ridículo y patético. Desde entonces estoy corriendo una carrera de fondo, y todo ha sido una gran batalla, Bird.

– ¿Te hice frígida?

– Si te refieres al orgasmo común, lo descubrí muy pronto con la colaboración de algunos compañeros de clase, casi antes de que se secara por completo el barro del depósito de madera que me quedó bajo las uñas. Pero desde entonces busco un orgasmo mejor, y luego otro mejor aún… ¡Como si estuviera subiendo una escalera!

– ¿Eso es todo lo que has hecho desde que acabaste la universidad?

– Desde antes de graduarme. Ahora comprendo que ése ha sido mi verdadero trabajo desde mi época de estudiante.

– Deberás de estar harta de él.

– No, no es así, Bird. Cualquier día te lo demostraré… a menos que el único recuerdo sexual que prefieras conservar de mí sea lo del depósito de madera.

– Y yo te enseñaré lo que he aprendido en mi propia carrera de fondo -dijo Bird-. Dejemos de picotearnos como un par de polluelos frustrados. ¡Vámonos a la cama!

– Has bebido demasiado, Bird.

– ¿Crees que el pene es el único órgano relacionado con el sexo? Una exploradora que busca el orgasmo supremo debería saber que no es así.

– ¿Utilizarás los dedos, entonces? ¿O los labios? ¿O tal vez algún miembro extravagante…? Lo siento, pero no me sirve. Se parecería demasiado a la masturbación.

– Sí que eres sincera -dijo Bird, sorprendido.

– En realidad, Bird, hoy no buscas nada sexual. Presiento que el sexo te daría asco. Supongamos que fuésemos a la cama; todo lo que lograrías sería arrodillarte entre mis piernas y vomitar. Tu repugnancia te abrumaría y embadurnarías mi vientre con whisky y bilis. En cierta ocasión me ocurrió, y fue espantoso.

– Supongo que a veces se aprende por experiencia. Tus observaciones son correctas -dijo Bird, abatido.

– No hay prisa -lo consoló Himiko.

– No, ninguna prisa. Me parece que ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez que tuve que darme prisa. De joven siempre tenía prisa. Me pregunto por qué.

– Quizá porque se es niño durante muy poco tiempo. Quiero decir que crecemos tan rápido…

– Crecí muy rápido, es cierto. Y ahora tengo edad suficiente como para ser padre. Pero no la preparación; y no pude procrear un hijo normal. ¿Crees que alguna vez seré padre de un niño normal? No estoy seguro -dijo Bird con tono sentimental.

– Nadie está seguro de ese tipo de cosas, Bird. Cuando tu próximo bebé resulte totalmente sano, tendrás la certeza de ser un padre normal. Y sentirás seguridad también hacia el pasado.

– Te has vuelto sabia en las cosas de la vida. -Bird se sentía animado-. Himiko, quiero preguntarte…

La anémona del sueño lo envolvía en oleadas. Bird se dio cuenta de que no resistiría más de un minuto. Le echó un vistazo al vaso vacío que fluctuaba en su campo visual y sacudió la cabeza. Se preguntó si todavía podría beber, y decidió que no toleraría ni una gota más de whisky. El vaso se le escurrió entre los dedos y cayó al suelo.

– Himiko, quiero preguntarte algo -dijo Bird, mientras intentaba ponerse en pie-. ¿A qué tipo de mundo van los bebés cuando mueren?

– Quizá un mundo muy sencillo, Bird. Pero ¿por qué no aceptas mi universo pluralista? ¡Tu bebé vivirá hasta la madurez de los noventa en su último universo!

– Hum, hum -masculló Bird-. Bien. ¡Me voy a dormir, Himiko! ¿Ya es de noche? Compruébalo por la ventana, por favor.