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Logró alcanzar y atravesar con destreza el portal de la escuela. Primero fue la calle, luego el andén, por último el tren. Lo peor fue el tren, pero pese a su garganta reseca Bird sobrevivió a las vibraciones y al olor de los otros cuerpos. Bird era el único pasajero que sudaba, como si todo el calor del verano se hubiese aglutinado a su alrededor. Todas las personas que lo rozaban se giraban para observarlo con extrañeza. Bird sólo podía encogerse y, como un cerdo que se hubiese hartado a comer limones, exhalar aliento cítrico. Su mirada vagaba sin descanso por el vagón, buscando un sitio donde refugiarse en caso de que tuviera urgencia por vomitar.

Cuando finalmente llegó al portal de la escuela sin sentir náuseas, se sintió como un viejo soldado, agotado tras una larga retirada del frente. Pero todavía no había pasado lo peor. El enemigo había dado un rodeo y lo esperaba en la retaguardia.

Bird cogió un libro de lectura y una caja de tizas de su armario. Le echó un vistazo al Concise Oxford Dictionary que estaba en la parte superior de la estantería, pero hoy parecía demasiado pesado para llevarlo hasta la clase. Entre sus alumnos había varios que dominaban muy bien la dicción y la gramática, mejor incluso que él. Si tropezaba con alguna palabra desconocida o una frase difícil, tendría que recurrir a uno de ellos. Las cabezas de sus alumnos estaban tan llenas de conocimientos detallados y minuciosos que resultaban como almejas superdesarrolladas; en cuanto intentaban percibir un problema en su totalidad, el mecanismo se enredaba y atascaba. Por consiguiente, la tarea de Bird consistía en integrar y resumir el significado de todo un pasaje. Sin embargo, siempre le quedaba la duda de si sus clases servirían para algo en los exámenes de ingreso a la universidad.

Esperando evitar al jefe de su departamento -un licenciado por la Universidad de Michigan, bien parecido y de mirada aguda, surgido del selecto grupo de jóvenes que estudió en el extranjero-, Bird salió por una salita posterior, evitando el ascensor de la sala de profesores. Comenzó a subir por la escalera de caracol, pegada como la hiedra a la pared exterior. Sin atreverse a mirar hacia abajo, a la perspectiva de la ciudad que se extendía a sus pies; soportando apenas la vibración de la escalera, como el balanceo de un barco, producida por los estudiantes que pasaban a su lado; pálido, sudoroso, jadeante, eructando cada poco. Bird subía tan despacio que los alumnos, sorprendidos por su propia rapidez, se detenían en seco y lo miraban a la cara, dudaban, y después proseguían su carrera, sacudiendo la escalera de hierro. Bird suspiró, la cabeza le flotaba, y se aferró a la barandilla metálica…

Finalmente llegó a lo alto de la escalera y sintió alivio. Entonces, un amigo que lo esperaba allí le llamó. Bird volvió a ponerse tenso. Se trataba de un colaborador en la organización de un grupo de estudio de lenguas eslavas, que Bird había formado junto a otros intérpretes. Pero como en ese momento ya tenía suficiente, jugando al gato y el ratón con su resaca, encontrarse con alguien imprevisto le resultaba un contratiempo insoluble. Se encerró en sí mismo como un molusco atacado.

– ¡Hola, Bird! -exclamó su amigo. El apodo seguía vigente en cualquier situación, para amigos de todas clases-. Estoy llamándote desde anoche, pero no he podido localizarte. Así que se me ocurrió venir…

– ¿Ah, sí? -dijo Bird con un tono poco sociable.

– ¿Te has enterado del rumor sobre el señor Delchef?

– ¿Rumor? -preguntó, con una vaga aprensión.

El señor Delchef era agregado en la legación diplomática de un pequeño país socialista de los Balcanes, y profesor del grupo de estudio.

– Parece que se ha ido a vivir con una muchacha japonesa y que no quiere volver a la legación. Dicen que ocurrió hace una semana. La legación quiere que todo quede en familia y ocuparse ellos mismos de que Delchef regrese, pero no conocen mucho de por aquí. La muchacha vive en el barrio más bajo de Shinjuku, una especie de laberinto. Nadie en la legación conoce el lugar como para encontrar allí a Delchef. Aquí entramos nosotros: han pedido ayuda al grupo de estudio. Desde luego, nosotros somos responsables en cierta forma…

– ¿Responsables?

– El señor Delchef la conoció en aquel bar al que le llevamos después de una reunión, ¿lo recuerdas?, La Silla. -El amigo de Bird rió con disimulo-. ¿No te acuerdas de aquella chica menuda, extraña y pálida?

La recordó de inmediato: una chica menuda, extraña y pálida.

– Pero ella no hablaba inglés ni ninguna lengua eslava, y los conocimientos de japonés del señor Delchef son bastante precarios… ¿Cómo se entienden?

– Eso es lo peor de todo. ¿Cómo imaginas que han pasado una semana juntos? ¿Sin hablarse y cruzados de brazos?

El amigo pareció incómodo ante su propia insinuación.

– ¿Qué sucederá si el señor Delchef no regresa a la legación? ¿Lo considerarán desertor o algo así?

– ¡Puedes estar seguro de que sí!

– Realmente se está buscando problemas… -dijo Bird con displicencia.

– Pensamos convocar una reunión del grupo de estudio y analizar la situación. ¿Tienes algo que hacer esta noche?

– ¿Esta noche? -Bird quedó desconcertado-. Yo… esta noche no puedo.

– De todos nosotros, tú eres el que mejor se entendía con el señor Delchef. Si decidimos que un representante del grupo vaya a verlo, esperábamos que fueras tú…

– Un representante… En cualquier caso, esta noche me es imposible -dijo Bird. Y se sintió obligado a agregar-: Hemos tenido un bebé, pero tiene algo mal. Se está muriendo…

– ¡Dios mío! -exclamó el amigo, estremecido.

Por encima de sus cabezas comenzó a sonar una campana.

– Es espantoso, realmente espantoso. Mira, esta noche nos arreglaremos sin ti. Y procura que no se lleve lo mejor de ti… ¿Tu esposa está bien?

– Sí, gracias.

– Cuando decidamos qué hacer con lo del señor Delchef, te avisaré. ¡Dios! Pareces agotado… ¡Cuídate!…

– Gracias.

Mientras observaba a su amigo bajar la escalera de caracol moviendo los hombros precipitadamente, como si estuviera escapando de algo, Bird sintió remordimiento por no haber mencionado su resaca. Luego entró en su clase y se enfrentó a cien caras tan grotescas como cabezas de moscas. Automáticamente bajó la cabeza. Enfiló hacia el atril, decidido a no mirar la cara de sus alumnos y sujetando el libro y las tizas contra el pecho, como si fueran armas para defenderse. ¡Ya era hora de iniciar la clase! Bird abrió el libro por la marca, en el pasaje donde quedaran la semana anterior. No tenía idea de lo que trataba. Comenzó a leer en voz alta y enseguida advirtió que era un texto de Hemingway. El libro de lectura incluía una extensa serie de pasajes breves de autores norteamericanos contemporáneos. Al jefe de departamento le gustaban y por eso lo había elegido, además de por las trampas gramaticales que contenía. ¡Hemingway! Bird se alegró. Le gustaba Hemingway, en especial Las verdes colinas de África, una de sus lecturas preferidas. El pasaje que ahora leía pertenecía a Fiesta, una escena próxima al final, en la que el héroe va a nadar al mar. Lo hace hasta más allá de la rompiente, zambulléndose de tanto en tanto, y cuando llega a mar abierto, donde el agua es serena, se pone de espaldas y flota. No ve más que cielo y no siente más que el movimiento de las olas que suben y bajan…

Bird sintió que en las profundidades de su cuerpo comenzaba una crisis irreprimible. La garganta se le secó y la lengua se le hinchó como si fuera un cuerpo extraño dentro de la boca. El líquido amniótico del temor lo empapó. Pero siguió leyendo, mientras atisbaba astuta y débilmente hacia la puerta, como una comadreja enferma. ¿Llegaría a tiempo si corría en esa dirección? Cuánto mejor sería poder superar la crisis sin necesidad de ello. Ansioso por apartar la mente del estómago, Bird intentó situar el párrafo que leía dentro de su contexto. El héroe permanece acostado en la playa y luego se da otro baño. Cuando regresa al hotel, hay un telegrama de su amante: se ha ido con un joven torero. Bird trató de recordar el telegrama: could you come hotel montana MADRID AM RATHER IN TROUBLE BRETT. [En inglés en el original japonés. VEN POR FAVOR HOTEL MONTANA MADRID TENGO PROBLEMAS BRETT. (N. de la T.)]