CAPITULO VII
– Pero Bird, siempre que me pides que me vaya a la cama contigo estás hecho una piltrafa -suspiró Himiko, cuando Bird interrumpió sus argumentos con el rostro pálido por la fatiga que arrastraba desde ayer-. En este momento, eres el Bird menos atractivo que he visto nunca.
Bird mantuvo un silencio obstinado.
– Está bien, dormiré contigo. Desde el suicidio de mi marido ya no soy quisquillosa en cuestiones sexuales. Además, aunque intentes las relaciones sexuales más repugnantes y aberrantes que existan, estoy segura de que descubriré algo verdaderamente genuine, sea lo que sea que hagamos.
Genuine: auténtico, genuino, verdadero, real, puro, natural, sincero. El profesor de inglés organizó las palabras dentro de su cabeza para traducir el concepto. En su estado actual, pensó, ninguno de esos significados le era aplicable a él.
– Bird, métete en la cama. Mientras, me lavaré.
Bird se fue quitando poco a poco la ropa sudada y se acostó sobre la manta desgastada. Sostuvo la cabeza entre las manos y miró de soslayo hacia la prominente barriga y el pene pálido, que no estaba lo suficientemente erecto. Himiko dejó la puerta de cristal abierta y se sentó en el water. Se lavó los genitales mientras Bird la miraba desde la cama y suponía que esa costumbre era fruto de experiencias sexuales con hombres de otros países. Luego volvió a mirar su barriga y su pene, tranquilamente, mientras esperaba.
– Bird… -gritó Himiko, secándose con una gran toalla-. Hoy existe riesgo de embarazo. ¿Has venido preparado?
– No.
¡Embarazo! Las espinas al rojo vivo de la palabra le perforaron hasta el tuétano. Dejó escapar un gemido de aflicción.
– Pues entonces tendremos que pensar en algo, Bird.
Himiko depositó la jarra en el suelo, que produjo un ruido parecido a un martillazo, y regresó junto a Bird frotándose el cuerpo con la toalla. Bird tapó con una mano su pene lánguido, avergonzado.
– Lo perdí de repente -dijo-. ¡Himiko! Ahora no sirvo para nada.
Respirando fuerte, Himiko bajó la vista y le miró sin dejar de secarse el cuerpo. Parecía especular sobre el significado oculto en las palabras de Bird. El olor de su cuerpo despertó intensos recuerdos de los veranos en la universidad, cuando estaban juntos, y Bird contuvo la respiración: el olor de la piel mojada tostándose al sol. Himiko arrugó la nariz como un cachorro de Shinainu [Un tipo de perro de lanas indígena de Japón. (N. de la T.)], y lanzó una carcajada cortante y seca. Bird se puso escarlata.
– Eso es lo que tú crees -dijo ella como al pasar y se dispuso a echarse sobre él.
Sus pequeños senos sobresalían como colmillos. Bird se sintió urgido por un instinto de autodefensa. Escondió más su pene y puso el otro brazo sobre el vientre de Himiko. Entonces, palpando la suave carne de la chica, sintió un hormigueo en la piel.
– La palabra «embarazo» tiene la culpa -dijo, intentando justificarse.
– No es para tanto -objetó Himiko.
– Me ha golpeado con mucha fuerza. ¡«Embarazo» es la única palabra que no soporto!
Himiko se cubrió los pechos y el abdomen con los brazos, tal vez porque Bird se obstinaba en ocultar el pene. Como los luchadores de otros tiempos que se enfrentaban desnudos: defendían sus partes más vulnerables con las manos y se mantenían alertas a cualquier movimiento del adversario.
– ¿Qué te ocurre, Bird?
Bird empezó a comprender la gravedad de la situación.
– Esa maldita palabra me ha afectado…
Himiko juntó las rodillas y se sentó junto al muslo de Bird, que le hizo sitio en la estrecha cama. Ella tocó suavemente la mano de Bird que ocultaba su pene.
– Bird, puedo lograr que se endurezca lo suficiente -dijo en voz baja pero con convicción-. Ha transcurrido mucho tiempo desde el depósito de madera.
Bird se sumergió en un desamparo oscuro y lúgubre y soportó el cosquilleo que los dedos de Himiko le producían en la mano. ¿Sería capaz de presentar convincentemente su propio caso? Lo dudaba. Pero tenía que explicarse, saltar la barrera de esa situación difícil.
– No es cuestión de técnica -dijo, apartando la mirada de los pechos de Himiko-. El problema es el miedo.
– ¿El miedo?
La chica pareció darle vueltas a la palabra, intentando descubrir el meollo de una broma.
– Le temo a las cavidades oscuras donde fue engendrado mi monstruoso bebé -intentó explicarse Bird-. Cuando le vi con la cabeza envuelta en vendas, pensé en Apollinaire. Suena cursi, pero sentí que al bebé lo habían herido en el campo de batalla. A él le alcanzaron en una batalla solitaria, dentro de un agujero oscuro y sellado que nunca he visto…
Mientras hablaba, recordó las lágrimas dulces y salvadoras que habla derramado en la ambulancia,… Pero las lágrimas de vergüenza derramadas en el corredor del hospital, ésas sí que eran imperdonables.
– … No puedo mandar mi pene enfermizo a ese campo de batalla.
– Pero ¿no es algo entre tú y tu mujer? Quiero decir, ¿no es un miedo que experimentarías sólo con ella?
– Suponiendo que alguna vez volvamos a hacerlo… -titubeó Bird, que ya se sentía angustiado por la consternación que experimentaría cuando se presentase el momento-. Sé que cuando ocurra, aparte del miedo, sentiré como si estuviera manteniendo una relación incestuosa con mi bebé. ¿No basta eso para aflojar el pene más vigoroso?
– Pobre Bird. Si te diera la oportunidad, enumerarías un centenar de complejos con tal de justificar tu propia impotencia.
Satisfecha tras su ironía, Himiko se acostó boca abajo junto a Bird. Él aguardaba aterrado. Si ella ya había conectado la clavija del deseo, se vería obligado a hacer algo…, cualquier cosa menos hundir su pene ciego y frágil en esa alcantarilla oscura y cerrada. El lóbulo de la oreja de Himiko rozó, ardiente, su sien. El cuerpo de la chica, pese a su silencio, parecía atacado por un millón de insectos de deseo. Bird consideró la posibilidad de aliviarla con los dedos, con los labios, con la lengua. Pero la noche anterior ella había mencionado que esas prácticas no le interesaban por su semejanza con la masturbación. Luego se le ocurrió que podrían hacer algo, siempre que Himiko fuera algo sádica. Estaba dispuesto a intentarlo todo, menos el agujero del que había salido la tragedia. Ella podía golpearlo, patearlo o pisotearlo; él lo soportaría sin rechistar. Incluso estaba dispuesto a beberse la orina de Himiko. Por primera vez en su vida, Bird descubrió al masoquista que llevaba dentro. Pero como ocurría después de hundirse en un pantano de vergüenza infinita, tales aberraciones frívolas le atrajeron en cierta medida.
Supuso que en circunstancias semejantes a las suyas la gente se inclinaba al masoquismo. Pero ¿por qué no reconocerlo y aceptarlo? Dentro de algunos años, cuando fuera un masoquista consumado y cuarentón, Bird podría celebrar este día como el aniversario de su conversión al culto.
– ¿Bird?
– ¿Sí? -contestó resignado. El ataque había comenzado.
– Tienes que destruir los tabúes sexuales que te has creado. De lo contrario, tu vida sexual se pervertirá.
– Ya lo sé. Justamente estaba pensando en el masoquismo.
Esperaba que Himiko picara el anzuelo y que aceptara que ella también pensaba con frecuencia en el sadismo. Pero a Bird le faltaba la honestidad temeraria del aspirante a pervertido. Resultaba claro que sólo el veneno de la vergüenza le arrastraba a esa extrema degeneración. Sin embargo, cuando tras un silencio perplejo Himiko habló no fue para continuar con el acertijo de Bird.