– Si Bird no te hubiese abandonado, ¿no te habrías vuelto homosexual? -preguntó Himiko con audacia.
Incómodo, Bird eludió la mirada de Kikuhiko.
– Homosexual es alguien que ha escogido atreverse a amar a una persona de su mismo sexo -repuso Kikuhiko-. Yo tomé esa decisión por mi cuenta y riesgo. La responsabilidad es sólo mía.
– Veo que conoces la terminología existencialista francesa -dijo Himiko.
– Cuando manejas un bar de maricas tienes que enterarte de todo. -Mirando a Bird, añadió-: Estoy seguro de que desde aquella noche tú has ido hacia arriba y yo hacia abajo. ¿Qué haces ahora, Bird?
– He dado algunas clases en una academia preuniversitaria, pero resulta que me han despedido. De modo que «ir hacia arriba» no me parece la expresión adecuada. Y eso no es todo: continuamente me meto en líos de todas clases.
– Comprendo. El Bird que conocí a los veinte años no se mostraba tan deprimido… Parece como si huyeras de algo que te aterroriza.
Kikuhiko se había vuelto sagaz y observador. Ya no era el muchacho sencillo que conociera Bird. Su vida de descenso a los infiernos debía de haberle resultado muy difícil.
– Así es -reconoció Bird-. Estoy acabado. Estoy aterrorizado, intento escapar.
– A los veinte años, Bird era inmune al miedo -dijo Kikuhiko a Himiko. Y volviéndose hacia Bird-: Esta noche pareces especialmente aquejado. ¡Si tuvieras rabo echarías a correr con él entre las piernas!
– Ya no tengo veinte años.
La expresión de Kikuhiko se congeló inexpresiva.
– La vieja yegua gris ya no es lo que era -dijo, y se sentó junto a Himiko.
Después ambos comenzaron una partida de dados y Bird quedó en libertad. Aliviado, alzó su vaso de whisky. Tras siete años sin verse, apenas habían tardado siete minutos en ponerse al día. ¡Ya no tengo veinte años! Y de todo lo que tenía en aquella época sólo he conseguido conservar el apodo… Bird bebió su primer whisky de un día interminable. Enseguida sintió una convulsión interior y vomitó. Kikuhiko limpió el mostrador y le dio un vaso con agua. Bird permaneció con la mirada perdida y expresión aturdida. ¿Qué cosa intentaba defender del peligro que representaba el bebé monstruo? ¿Qué había de valioso en su propio interior para defender con tanto ahínco? La respuesta que halló lo dejó estupefacto: nada, menos que nada. Cero.
Bird se incorporó lentamente de la silla. Le dijo a Himiko:
– He decidido llevar al bebé nuevamente al hospital para que lo operen. No volveré a intentar huir por todos los resquicios.
– ¿Qué dices? -dijo Himiko con recelo-. Bird, ¿qué te sucede? Ya no hay tiempo para eso.
– Desde que nació el bebé estoy intentando huir.
– Pero ahora resulta que has encargado que acaben con el bebé. Somos cómplices, ¿no lo recuerdas? No estamos huyendo. Además, piensa en el viaje a África.
– He dejado al bebé en manos de ese carnicero abortista y he escapado. He estado huyendo todo el tiempo, huyendo y huyendo. He imaginado África como el final de toda la fuga, el punto límite… ¿Sabes?, tú también huyes. No eres más que una cabaretera que huye con un estafador.
– Yo participo. Estoy contigo en esto, soy tu cómplice. ¡No digas que estoy huyendo! -El grito de Himiko sonó histérico.
– Hoy te has metido en un bache por no atropellar a un gorrión muerto. ¿Te parece ése el comportamiento de alguien que luego participa en que le corten el cuello a un bebé?
Himiko se ruborizó y le invadió la rabia y la desesperación. Miró indignada a Bird. Quería rebatirlo pero no le salían las palabras.
– Si quiero enfrentar mi responsabilidad, sólo tengo dos caminos: o le estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío. Lo sé desde el principio, pero no he tenido valor para aceptarlo…
– Bird -lo interrumpió Himiko-, ¡el bebé ha cogido pulmonía! Si intentaras llevarlo al hospital se moriría a medio camino. Entonces sería mucho peor…
– Eso significaría que lo he matado con mis propias manos. Y merecería el castigo que me impusieran. Lo asumiré.
Habló con calma. Sentía que se estaba liberando de la última trampa del engaño. Eso le daba confianza en sí mismo. Himiko le miró encolerizada, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Se le ocurrió una nueva estrategia:
– Supongamos que lo operan y le salvan la vida, ¿Qué tendrías, entonces? Sólo un vegetal. No sólo fomentarás tu propia desgracia sino que alimentarás una vida inservible. ¿Crees que es justo? Dímelo.
– Es por mi propio bien. Para dejar de huir de una vez.
Himiko se negaba a comprender. Le miraba desconfiada. Por fin pudo sobreponerse a su abatimiento y dijo con sorna:
– De manera que forzarás a un bebé vegetal a seguir viviendo para tranquilizar tu propia conciencia… ¿Es parte de tu reciente humanismo?
– Lo único que deseo es dejar de ser alguien que huye de todas sus responsabilidades.
– Pero, Bird… -sollozó Himiko-. ¿Y nuestro viaje a África? ¿Qué hay de nuestra promesa?
– ¡Por Dios, Himi! Contrólate. Una vez que Bird empieza a preocuparse por sí mismo ya no oye a nadie más -dijo Kikuhiko.
Bird atisbo en los ojos de Kikuhiko algo similar a un odio reconcentrado. Pero Himiko se repuso y volvió a ser la misma que días antes acogiera a Bird con su botella de Johnny Walker, una chica ya no tan joven pero sí infinitamente generosa: la tierna y plácida Himiko.
– De acuerdo, Bird. Aun sin ti, me iré a África. Lo venderé todo y me llevaré como compañía al joven que robó el neumático. Ahora que lo pienso, lo he hecho sufrir bastante.
– La señorita Himi se pondrá bien enseguida -distendió la atmósfera Kikuhiko.
– Gracias -dijo Bird sinceramente, dirigiéndose a ambos.
– Bird, tendrás que soportar muchos sufrimientos -dijo Himiko con la intención de alentarlo-. Adiós, Bird. Cuídate.
Bird hizo un gesto afirmativo con la cabeza y salió del bar.
El taxi se precipitaba por las calles húmedas a toda velocidad. Si muriera ahora en un accidente, antes de salvar al bebé, mis veintisiete años de vida no habrían servido de nada. Bird sintió el terror más profundo que jamas había experimentado.
CAPÍTULO XIV
Era el final del otoño. Cuando Bird descendió las escaleras tras despedirse del cirujano, sus suegros le recibieron con una sonrisa frente a la unidad de cuidados intensivos. Su esposa estaba de pie en medio de ellos, con el bebé en brazos.
– ¡Enhorabuena, Bird! -exclamó su suegro-. Se parece a ti, ¿sabes?
– En cierto modo -dijo Bird con reserva.
Una semana después de la operación, el bebé había adquirido un aspecto casi humano. Y a la semana siguiente había comenzado a parecerse a Bird.
– La anomalía en el cráneo no tenía más que unos centímetros hacia dentro. Ahora parece estar cerrando definitivamente. Se lo enseñaré cuando lleguemos a casa; me han dejado las radiografías. Resultó que el cerebro no sobresalía de la cavidad craneal, así que, a fin de cuentas, no era una hernia cerebral sino un tumor benigno. En la protuberancia que extirparon había dos granos duros y blancos como pelotas de ping pong.
– Realmente hay que agradecer el éxito de la operación.
El profesor había esperado a que se produjera una pausa en la charla de Bird.
– Bird, has dado tanta sangre para las transfusiones que pareces una doncella tras encontrarse con Drácula -intervino la suegra, con buen humor-. En serio, Bird. Has estado tan valiente e incansable como un león joven.