Atemorizado por el cambio repentino de ambiente, el bebé permanecía en silencio e inmóvil, observando a los adultos con unos ojos que seguramente apenas distinguían las formas. Bird y el profesor se fueron adelantando a las dos mujeres que se retrasaban haciéndole gracias al bebé.
– Esta vez sí que hiciste frente a los problemas -dijo el profesor.
– En realidad intenté zafarme varias veces. Y casi lo logro. Pero parecía que la realidad lo obligara a uno a vivir adecuadamente cuando se es parte del mundo real. Quiero decir que, aunque uno intente permanecer en la red del engaño, al final descubre que la única alternativa es salirse de ella. -Bird se sorprendió de la amargura contenida en su tono de voz-. Al menos, eso es lo que he aprendido.
– Hay personas que toda la vida van saltando de un engaño a otro, e igualmente viven en el mundo real.
Bird volvió a rememorar el carguero que unos días antes había partido con destino a Zanzíbar, con Himiko a bordo. Se imaginó a sí mismo, después de matar al bebé, de pie a su lado en lugar de aquel hombre de aspecto juvenil,… Una perspectiva del Infierno bastante tentadora. Tal vez esa posibilidad se cumpliera en alguno de los universos de Himiko. Abrió los ojos y regresó al universo en el que había escogido permanecer.
– Existen probabilidades de que crezca con normalidad -dijo-, pero existe un alto riesgo de que su coeficiente intelectual sea muy bajo. Eso significa que tendré que ahorrar todo lo que pueda para su futuro. Desde luego que no le pediré que me ayude a encontrar un trabajo, después de lo sucedido con el anterior. He decidido abandonar mi carrera docente… He pensado en trabajar como guía de turistas extranjeros. Siempre soñé con viajar a África y contratar un guía, de modo que sólo invertiré la fantasía: yo seré el guía local para quienes visiten Japón.
El profesor iba a replicarle pero tuvieron que hacerse a un lado para dejar paso a una pandilla de chicos. Todos llevaban chaquetas con un dragón bordado en la espalda. Bird se dio cuenta de quiénes eran: los gamberros con los que había peleado la noche en que nació el bebé.
– Conozco a esos muchachos pero ellos no me han reconocido.
– En pocas semanas te has convertido en otra persona. Tal vez se deba a ello.
– ¿De verdad lo cree así?
– Has cambiado mucho. -La voz del profesor sonaba cálida y afectuosa-. Un apodo infantil como Bird ya no te va.
Se detuvieron a esperar a las mujeres y entonces Bird miró a su hijo, acunado en brazos de su esposa. Intentó reflejar su imagen en las pupilas del bebé, pero fue tan minúscula que Bird no pudo confirmar su nuevo rostro. En cuanto llegara a casa se echaría un vistazo en el espejo. Y luego estrenaría el diccionario que le regalara Delchef, en cuya solapa interior había escrito una palabra que significaba «esperanza». La primera palabra que Bird quería buscar en el diccionario de aquel pequeño país balcánico era «perseverancia».