– Todo va bien -dijo el doctor del ojo de vidrio, dándose la vuelta para mirar a Bird. Daba la impresión de poseer una autoridad serena pero incontestable, y, bajo sus efectos, Bird comenzó a derretirse como manteca.
– Gracias -musitó. Su pasividad, propia de un perro derrotado, borró los vestigios de duda del ojo bueno del doctor, que a continuación utilizó toda su autoridad.
– Es un caso muy raro, sin duda. También para mí es la primera vez. -Reafirmó sus palabras con un movimiento de cabeza y luego se sentó junto a Bird, sin preocuparse de que la banqueta fuera incómoda e inestable.
– ¿Es usted especialista en enfermedades cerebrales? -preguntó Bird.
– Soy obstetra. En nuestro hospital no hay especialistas en cerebro. Pero los síntomas son clarísimos: una hernia cerebral, sin la menor duda. Desde luego, sabríamos algo más si hubiésemos extraído un poco de líquido espinal de la protuberancia craneal. Pero hay riesgo de perforar el cráneo y entonces sí que habría problemas. Por eso le llevamos al hospital universitario sin tocarlo. Soy obstetra, pero me considero afortunado de haber encontrado un caso así… Espero poder presenciar la autopsia. Dará su consentimiento para la autopsia, ¿no? Probablemente en este momento le apene hablar de autopsia, pero, en fin, mírelo desde este punto de vista: el progreso de la medicina es acumulativo. La autopsia de su hijo puede permitirnos saber lo necesario para salvar al próximo bebé con hernia cerebral. Además, si me permite ser sincero, creo que el bebé estará mejor muerto, y lo mismo le ocurrirá a usted y a su mujer. Algunas personas son extrañamente optimistas en este tipo de casos, pero créame, cuanto antes muera el niño mejor para todos. No lo sé, quizá sea la diferencia de generaciones. Yo nací en 1935. ¿Y usted?
– Más o menos por la misma época -respondió Bird, incapaz de convertir con rapidez al calendario occidental [En Japón, es habitual contabilizar los años según el tiempo de reinado de cada emperador. Por ejemplo, 1987 es el año Showa (era del emperador actual) 62, ya que este reinado comenzó en 1925. (N. de la T.)] -. Me pregunto si sufrirá.
– ¿Quién? ¿Nuestra generación?
– El bebé.
– Depende de lo que usted entienda por sufrimiento. Quiero decir que el bebé no ve ni oye ni huele. Y apuesto a que los nervios del dolor tampoco le funcionan. Es como dijo el director, ¿lo recuerda?, una especie de vegetal. ¿Usted cree que los vegetales sufren?
¿Creo que los vegetales sufren? Bird se interrogó en silencio. ¿Alguna vez pensé que una col podía sentir dolor mientras una cabra la masticaba?
– ¿Usted cree que un bebé vegetal puede sufrir? -insistió el doctor confianzudamente.
Bird sacudió la cabeza en actitud sumisa, como significando que el problema superaba la capacidad de su cerebro aletargado, pese a que él no hubiera cedido jamás ante un recién conocido sin intentar cierta resistencia…
– El oxígeno no va bien -informó el anestesista.
El doctor se puso de pie y se dio la vuelta para controlar el tubo de goma. Bird vio por primera vez a su hijo.
Un bebé feo, de cara apretada, colorada, llena de arrugas y residuos de grasa. Tenía los ojos completamente cerrados, como las conchas de un bivalvo, y unos tubos de goma penetraban por las fosas nasales; la boca permanecía abierta en un grito mudo, y podía verse la mucosa interior, color perla rosáceo. Bird se levantó a medias de la banqueta y logró ver la cabeza vendada. Bajo el vendaje, el cráneo estaba recubierto de algodón ensangrentado. Pero no había manera de ocultar que allí había algo anormal.
Bird apartó la mirada y se sentó. Apretó la cara contra el cristal de la ventanilla y vio cómo se alejaban de la ciudad. Los peatones, alarmados por la sirena, se quedaban mirando con curiosidad y expectación la ambulancia, tal como habían hecho los ángeles embarazados. Daban la impresión de haberse detenido en medio de un movimiento, como un fotograma inmóviclass="underline" vislumbraban un fallo infinitesimal en la superficie plana de la vida cotidiana y eso les inspiraba un candido respeto.
Mi hijo tiene la cabeza vendada como Apollinaire cuando fue herido en el campo de batalla. Mi hijo fue herido en un campo de batalla oscuro y silencioso que nunca he visto, como Apollinaire, y ahora grita sin sonidos…
De pronto, Bird comenzó a llorar. La cabeza vendada, como Apollinaire: la imagen simplificó y orientó sus sentimientos. Se dio cuenta de que estaba convirtiéndose en una gelatina sentimental; pero al mismo tiempo se sentía justificado: incluso descubrió cierta dulzura en las lágrimas.
Como Apollinaire, mi hijo fue herido en un campo de batalla oscuro y silencioso que no conozco, y ha llegado con la cabeza vendada. Tendré que enterrarlo como a un soldado muerto en combate.
Bird continuó llorando.
CAPÍTULO III
Bird estaba en la escalera, frente a la unidad de cuidados intensivos, luchando contra la fatiga que sentía desde que se le secaran las lágrimas, cuando de pronto el doctor de un solo ojo salió de la sala con aspecto aturdido. Bird se puso de pie.
– ¡Este hospital es tan burocrático que ni las enfermeras escuchan lo que se les dice! -dijo el doctor.
El hombre había sufrido un cambio sorprendente, había perdido su aire de autoridad y su voz sonaba preocupada.
– Tengo una carta de presentación de nuestro director para un profesor que trabaja aquí. Son parientes por alguna parte, pero ni siquiera consigo averiguar dónde está.
Bird comprendió el repentino abatimiento del doctor. Aquí, en esta sala, trataban a todos como a novatos y el joven médico comenzaba a dudar de su propia importancia.
– ¿Y el bebé? -preguntó Bird, sorprendiéndose del tono autoritario de su propia voz.
– ¿El bebé? ¡Ah, sí! Sabremos la situación exacta cuando el cirujano acabe su examen…, si el niño dura lo suficiente. En caso contrario, la autopsia revelará datos más precisos. Dudo de que el crío resista hasta mañana. En cualquier caso, usted podría pasarse por aquí mañana por la tarde, alrededor de las tres. Pero le advierto que aquí la burocracia es reina y señora… ¡Incluso en las enfermeras!
Como decidido a no escuchar más preguntas, el doctor se alejó. Bird lo siguió como una lavandera, apretando contra su costado la cesta vacía del bebé. En el pasillo que conducía al ala principal se les unieron el conductor de la ambulancia y el anestesista, que enseguida advirtieron que el doctor había perdido su anterior jovialidad. Ellos tampoco conservaban su aire de dignidad, el que habían manifestado mientras la ambulancia atravesaba a toda velocidad el corazón de la ciudad, con la sirena abierta y saltándose los semáforos. Vistos desde atrás, los dos bomberos [En Japón, los servicios de transporte de enfermos de urgencia están a cargo del cuerpo de bomberos. (N. de la T.)] parecían gemelos. Ya no eran jóvenes, y su estatura y constitución física era media. Los dos estaban quedándose calvos por el mismo lado.