Rebus negó con la cabeza.
– Cuanto menos sepas, mejor. Te lo juro.
– ¿No crees que ya tienes bastantes líos?
– Creo que puedo meterme en alguno más -replicó él con un guiño para transmitir confianza que a Siobhan no le pareció conveniente.
El Boatman's estaba aún cerrado, pero el camarero reconoció a Siobhan y les abrió.
– Se llama Rod, ¿verdad? -dijo Siobhan, y Rod McAllister asintió con la cabeza-Le presento a mi colega, el inspector Rebus.
– Hola -saludó McAllister.
– Rod conocía a Lee Herdman -dijo Siobhan para poner en antecedentes a Rebus.
– ¿Le vendió alguna vez éxtasis? -preguntó Rebus.
– ¿Cómo dice?
Rebus se limitó a menear la cabeza. Una vez en el interior del bar aspiró con fuerza; se notaba el olor de la noche anterior a cerveza y tabaco a pesar del ambientador. McAllister, que tenía sobre el mostrador un montón de papeles y facturas, se metió la mano bajo la camiseta para rascarse el pecho. Era una camiseta vieja y desteñida con las costuras rotas en una hombrera.
– ¿Le gusta Hawkwind? -preguntó Siobhan, y McAllister bajó la vista al estampado de la camiseta en la que aún se apreciaba deslucida la portada de In Search of Space-. No queremos entretenerle -añadió ella-. Sólo queríamos saber si se aloja aquí una pareja.
Rebus añadió los nombres y McAllister, sin apartar la vista de Siobhan, dijo que no con la cabeza sin mirarle a él.
– ¿Dónde más en la localidad alquilan habitaciones? -preguntó Siobhan.
McAllister se restregó la barba incipiente, y Rebus recordó que su propio afeitado de aquella mañana dejaba mucho que desear.
– Hay varios sitios -dijo McAllister-. Me dijo usted que vendría alguien a hablar conmigo sobre Lee.
– ¿Eso dije?
– No ha venido nadie.
– ¿Tiene alguna idea de por qué lo hizo? -preguntó Rebus sin preámbulos, y McAllister negó con la cabeza-. Pues sigamos con las direcciones, ¿de acuerdo?
– ¿Qué direcciones?
– Direcciones de habitaciones de alquiler y hoteles.
McAllister asintió con la cabeza y Siobhan sacó el bloc para apuntarlas a medida que él se las daba. Al llegar a la sexta dijo que no sabía más.
– Aunque no digo que no las haya.
– Tenemos de sobra para empezar -dijo Rebus-. Le dejamos con su trabajo, señor McAllister.
– Pues sí, gracias -dijo McAllister dirigiendo una leve reverencia a Siobhan y abriéndole la puerta.
– Esto puede llevarnos todo el día -dijo ella en la calle mirando la lista.
– Si queremos, sí -replicó Rebus-. Me parece que te ha salido un admirador.
Ella miró hacia la cristalera del bar y vio que McAllister se apartaba rápidamente.
– No te quejes… imagínate que no tienes que pagar una sola bebida en tu vida…
– Algo que siempre has anhelado.
– Qué golpe tan bajo; yo siempre pago mi parte.
– Si tú lo dices -comentó Siobhan agitando el bloc delante de la cara de Rebus-. Escucha, hay una manera más fácil y así ganamos tiempo.
– A ver.
– Preguntarle a Bobby Hogan, que seguramente sabrá dónde se alojan.
Rebus negó con la cabeza.
– Es mejor no mezclar en esto a Bobby Hogan.
– ¿Por qué será que me huelo que hay gato encerrado?
– Vamos al coche y allí empiezas a hacer las llamadas.
Siobhan se sentó y se volvió hacia Rebus.
– ¿De dónde sacaría el dinero para un yate de sesenta mil libras?
– De las drogas, evidentemente.
– ¿Tú crees?
– Creo que es lo que se supone que debemos pensar. Nada de lo que hemos averiguado sobre Lee Herdman nos induce a creer que fuera un narcotraficante importante.
– Salvo su magnético atractivo con adolescentes aburridos.
– ¿No te enseñaron en el colegio una cosa?
– ¿Cuál?
– A no precipitarte en las conclusiones.
– Ah, se me olvidaba que ése es tu terreno.
– Otro golpe bajo. Ten cuidado o intervendrá el árbitro.
– Tú sabes algo, ¿verdad? -dijo ella mirándole.
– No te lo diré hasta que no hagas las llamadas -replicó Rebus sosteniéndole la mirada.
Capítulo 13
Tuvieron suerte: la tercera dirección era un hotel de las afueras con vistas al puente. Un fuerte viento barría el aparcamiento vacío donde dos tristes telescopios aguardaban la llegada de turistas. Rebus probó a mirar por uno de ellos pero no logró ver nada.
– Funcionan con monedas -dijo Siobhan señalando la ranura, pero Rebus, sin darle mayor importancia, se dirigió a recepción.
– Tú espera aquí -dijo él.
– ¿Y me pierdo la función? -replicó ella siguiéndole y procurando disimular lo preocupada que estaba.
Rebus estaba tomando analgésicos… y no buscándose líos. Una combinación peligrosa. Aunque no era la primera vez que veía a Rebus actuar saltándose las normas, siempre había mantenido el control. Pero con las manos abrasadas y enrojecidas y el Departamento de Reclamaciones a punto de abrirle expediente por posible homicidio…
Había alguien detrás del mostrador de recepción.
– Buenos días -dijo una mujer risueña.
Rebus ya había sacado la identificación.
– Policía de Lothian and Borders -dijo-. ¿Se aloja aquí una mujer llamada Whiteread?
La mujer tecleó frente a un ordenador.
– Efectivamente.
– Tengo que entrar en su habitación -añadió Rebus inclinándose sobre el mostrador.
– No creo… -protestó la recepcionista aturdida.
– Si usted no es la encargada, ¿puedo hablar con quien corresponda?
– No sé si…
– Quizá podría evitarse la molestia dándonos la llave.
La mujer se puso aún más nerviosa.
– Iré a buscar a mi jefe.
– Bien, vaya -dijo Rebus impaciente cruzando las manos a la espalda.
La mujer cogió el teléfono y marcó dos números sucesivos sin localizar a quien buscaba.
Sonó el ascensor, se abrieron las puertas y salió una empleada de la limpieza con un cubo y un aerosol. La recepcionista colgó.
– Voy a buscarlo -dijo.
Rebus lanzó un suspiro, miró el reloj y, cuando vio que la recepcionista cruzaba unas puertas de vaivén, volvió a inclinarse sobre el mostrador y dio la vuelta al monitor del ordenador para ver la pantalla.
– Habitación 212 -dijo-. ¿Tú te quedas aquí?
Siobhan negó con la cabeza y le siguió al ascensor. Rebus pulsó el botón del segundo piso y la puerta se cerró con un ruido seco y áspero.
– ¿Y si vuelve Whiteread? -dijo Siobhan.
– Está ocupada con el registro del yate -respondió Rebus mirándola y sonriendo.
Sonó una campanita cuando se abrieron las puertas del ascensor.
Tal como Rebus suponía, el personal de limpieza estaba aún trabajando en aquélla. Había un par de carritos en el pasillo con sábanas y toallas. Llevaba preparado el pretexto de que había olvidado algo y no quería bajar a por la llave a la recepción, y si no daba resultado, probaría con cinco o diez libras. Pero tuvo suerte porque la habitación 212 estaba abierta y, dentro, una mujer limpiaba el cuarto de baño.
– No se preocupe, siga usted, sólo he vuelto a recoger una cosa que había olvidado -dijo Rebus asomando la cabeza por la puerta.
Escaneó la habitación. La cama estaba hecha. Encima del tocador había algunos objetos personales y algunas prendas colgadas en el armario. La maleta de Whiteread estaba vacía.
– Seguramente lo lleva todo con ella y lo tendrá en el coche -musitó Siobhan.
Rebus, sin hacer caso del comentario, miró debajo de la cama, registró la ropa de los cajones de la cómoda y abrió el cajón de la mesilla, donde estaba la típica Biblia de bolsillo de los hoteles.
Igual que Rocky Raccoon. [2] Se incorporó. Allí no estaba. En el cuarto de baño tampoco había visto nada al asomar la cabeza. Pero llamó otra puerta su atención, una puerta de comunicación. Giró el pomo para abrirla y se encontró con una segunda puerta sin pomo entreabierta. La empujó y se encontró en la habitación contigua. Había ropa encima de la cama y de dos sillas, revistas en la mesilla y, por la boca de una bolsa de deportes de nailon negro, asomaban corbatas y calcetines.