– ¿Y qué podría usted decirme en concreto del caso Herdman que yo no sea capaz de averiguar a través de una docena de fuentes?
– Depende del favor. Se trata de algo que sólo sé yo.
Holly saboreó un instante la bebida antes de tragarla y pasarse la lengua por los labios.
– ¿Quiere despistarme, Rebus? Le tengo cogido por los huevos en el caso Marty Fairstone. ¿Y ahora me pide un favor? -añadió conteniendo fingidamente la risa-. Lo que debería suplicarme es que no le arranque las gónadas.
– ¿Cree que tiene agallas para hacerlo? -replicó Rebus deslizando el vaso vacío hacia el periodista-. Una pinta de IPA cuando pueda.
Holly le miró, le dirigió una media sonrisa, se levantó y se abrió paso entre las sillas.
Rebus cogió el vaso de gaseosa y lo olió: vodka, sin duda. Logró encender un cigarrillo y había fumado la mitad cuando regresó Holly.
– Vaya jeta que me ha puesto el barman.
– Tal vez no le ha gustado lo que ha dicho de mí -dijo Rebus.
– Pues quéjese a la Comisión Deontológica de la Prensa. -Holly le alargó la pinta. Había pedido otro vaso de vodka y tónica-. Pero no creo que lo haga -añadió.
– Porque usted no merece ni el esfuerzo.
– ¿Y es usted el que quiere pedirme un favor?
– Que por cierto ni se ha molestado en preguntar cuál es.
– Bien, le escucho -dijo Holly abriendo los brazos.
– Se trata de cierta operación de rescate -dijo Rebus marcando las palabras- que tuvo lugar en la isla de Jura en junio del noventa y cinco. Necesito saber en qué consistió.
– ¿Un salvamento? -dijo Holly frunciendo el ceño movido por su instinto-. ¿De un petrolero o algo así?
Rebus negó con la cabeza.
– Una operación en tierra. Llegaron a las SAS.
– ¿Herdman?
– Es posible que interviniera.
Holly se mordió el labio inferior como si tratara de quitarse un anzuelo y Rebus comprendió que lo había enganchado.
– ¿Y eso qué tiene que ver con lo demás?
– No lo sabremos hasta que echemos un vistazo.
– Y si acepto, ¿qué gano yo?
– Como he dicho, la primicia de lo que averigüemos. -Rebus hizo una pausa-. Tal vez yo tenga acceso al expediente militar de Herdman.
– ¿Hay algún dato goloso? -preguntó Holly enarcando levemente las cejas.
– En este momento -contestó Rebus encogiéndose de hombros- no puedo revelarle nada.
Le largaba sedal siendo totalmente consciente de que en el expediente no había nada interesante para los lectores de tabloides. Pero Steve Holly no podía saberlo.
– Bueno, creo que podemos echar un vistazo -dijo Holly levantándose-. Cuanto antes mejor.
Rebus miró el vaso de cerveza con tres cuartos del contenido. Holly no había empezado su segundo vodka.
– ¿Qué prisa hay? -dijo.
– No pensará que he venido aquí a pasar el día con usted -respondió Holly-. No me gusta usted, Rebus, ni desde luego confío en usted -añadió-. No se ofenda.
– No me ofende -dijo Rebus levantándose y siguiéndole.
– Por cierto -añadió Holly-, hay algo que me intriga.
– ¿Qué?
– Un tipo con quien hablé me dijo que era capaz de matar a alguien con un periódico. ¿Ha oído eso alguna vez?
Rebus asintió.
– Es mejor con una revista, pero puede hacerse con un periódico.
Holly le miró.
– ¿Así que sabe cómo se hace? Por asfixia ¿o cómo?
Rebus negó con la cabeza.
– Se enrolla el periódico lo más fuerte posible y se golpea en la garganta. Con bastante fuerza se rompe la tráquea.
– ¿Lo aprendió en el Ejército? -preguntó Holly sin dejar de mirarle.
Rebus asintió con la cabeza.
– Igual que el tipo con quien habló.
– Era un tío que estaba en la puerta de St Leonard con una mujer muy antipática.
– Se llama Whiteread, y él, Simms.
– ¿Investigadores militares?
Holly asintió con la cabeza sin esperar la respuesta. Todo encajaba. Rebus hizo esfuerzos por no sonreír ya que azuzar a Holly contra Whiteread y Simms era el ojo principal de su plan.
Al salir del pub Rebus esperaba que fueran a pie a la delegación del periódico, pero Holly dobló hacia la izquierda en vez de a la derecha, y apuntó con el mando de apertura centralizada en dirección a los coches aparcados junto al bordillo.
– ¿Ha venido en coche? -preguntó Rebus al ver el parpadeo de un Audi TT plateado.
– Para eso tenemos las piernas -contestó Holly-. Vamos, suba.
Rebus se deslizó en el reducido espacio delantero, recordando que un Audi TT era el coche que conducía el hermano de Teri Cotter la noche del accidente mortal, cuando Derek Renshaw ocupaba el asiento del copiloto, el que él acababa de ocupar… recordó las fotos del choque… el cuerpo destrozado de Stuart Cotter mientras Holly metió la mano bajo el asiento y sacó un portátil negro extraplano. Lo puso sobre las rodillas para abrirlo y empezó a teclear con el móvil en la otra mano.
– Conexión de infrarrojos -dijo- para entrar rápido en internet.
– ¿Y para qué entra en internet? -preguntó Rebus tratando de desechar el súbito recuerdo de su guardia nocturna en la página de la señorita Teri, avergonzado de haber cedido a la tentación de entrar en su mundo.
– Porque es donde está la mayor parte de los archivos de mi periódico. Ahora tecleo la contraseña… -Holly aporreó seis teclas que Rebus no pudo distinguir-. No fisgue, Rebus. Aquí hay de todo: recortes, historias que no se publicaron, archivos…
– ¿Incluida la lista de los policías a quienes unta a cambio de información?
– ¿Cree que soy tonto?
– No lo sé. ¿Lo es?
– La gente que habla conmigo sabe que yo sé guardar un secreto. Esos nombres se irán conmigo a la tumba.
Holly volvió a centrar la atención en la pantalla. Rebus estaba seguro de que aquel aparato era el último modelo. La conexión había sido rápida y veía pasar las páginas en un abrir y cerrar de ojos. El que Pettifer le había prestado a él era, tal como había dicho, un portátil de la era de la caldera de vapor.
– Búsqueda… -dijo Holly hablando solo-. Selecciono mes y año; palabras clave: Jura y rescate… a ver lo que nos da Brainiac.
Pulsó una última tecla, se reclinó en el asiento y se volvió hacia Rebus para comprobar la admiración que había causado en él. Rebus, que no salía de su asombro, esperaba con toda su alma que no se le notara.
La pantalla había vuelto a cambiar.
– Diecisiete artículos -dijo Holly-. Joder, sí, me acuerdo de esto -añadió ladeando la pantalla hacia Rebus para que lo viera.
Y Rebus lo recordó también de pronto; recordaba el accidente, pero no sabía que se había producido en la isla de Jura. Un helicóptero del Ejército se había estrellado con seis jefazos a bordo. Todos muertos, incluido el piloto. En su momento se especuló con la posibilidad de que lo hubieran derribado. Hubo júbilo en algunos barrios de Irlanda del Norte porque en principio se atribuyó el atentado a un grupo republicano. Pero al final se determinó que la causa había sido error del piloto.
– No se menciona a las SAS -comentó Holly.
Sí había una vaga mención de un «grupo de rescate» enviado para localizar los restos del aparato y, por supuesto, los cadáveres. Les encomendaron recoger todo lo que quedara del aparato para analizarlo, así como los cadáveres para practicarles la autopsia antes de enterrarlos. Se abrió una comisión de investigación que tardó mucho en establecer sus conclusiones.
– A la familia del piloto no le gustó nada eso de «error del piloto» -añadió Holly recordando el final de la investigación.
– Vuelva atrás -dijo Rebus fastidiado porque el periodista fuese más rápido que él leyendo. Holly lo hizo y la pantalla cambió rápidamente.
– ¿Así que Herdman formó parte del equipo de rescate? -preguntó el periodista-. Tiene sentido que el Ejército envíe a sus propios… ¿Qué es lo que tratan de averiguar? -añadió volviéndose hacia Rebus.