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Rebus, decidido a no desvelarle demasiado, contestó que no lo sabía a ciencia cierta.

– Entonces, estoy perdiendo el tiempo -dijo Holly pulsando otro botón y apagando la pantalla. Acto seguido, giró en el asiento para mirar de frente a Rebus-. ¿Y qué tiene que ver que Herdman estuviera en Jura? ¿Qué relación hay con lo que sucedió en ese colegio? ¿Lo están enfocando desde la perspectiva del trauma de estrés?

– No lo sé muy bien -repitió Rebus mirando al periodista-. Gracias, de todos modos -añadió abriendo la portezuela y levantándose a pulso del asiento bajo.

– ¿Eso es todo? -espetó Holly-. ¿Yo acepto y usted no suelta prenda?

– Mi información es más interesante, amigo.

– No me necesitaba para esto -añadió mirando el portátil-. Con media hora en un buscador se habría enterado de lo mismo que yo.

Rebus asintió con la cabeza.

– O podría haber preguntado a Whiteread y a Simms, pero no creo que hubieran sido tan amables.

– ¿Por qué no? -replicó Holly perplejo.

Anzuelo mordido. Rebus le hizo un guiño, cerró la portezuela y volvió al Oxford, donde Harry, el barman, estaba a punto de tirar su cerveza al fregadero.

– No te molestes, Harry -dijo Rebus estirando el brazo.

Oyó el rugido del motor del Audi, el arranque intempestivo de Holly. No le preocupaba. Tenía lo que necesitaba.

Un helicóptero que se estrella con seis oficiales de alto rango a bordo. Un asunto que estimularía el apetito de dos investigadores del Ejército. Pero además había leído con atención que algunos habitantes de la isla ayudaron en la búsqueda, lugareños que conocían bien las montañas. Había incluso una entrevista con un tal Rory Mollison que describía el lugar del accidente. Rebus apuró la cerveza de pie en la barra mirando la televisión sin verla. Sólo captaba un calidoscopio. Su mente vagaba por otros derroteros, cruzaba tierras, mares y volaba sobre montañas. ¿Por qué enviarían a la SAS a recoger cadáveres? La isla de Jura no era un terreno tan abruptamente montañoso, desde luego sin punto de comparación con las elevaciones de los Grampians. ¿Por qué habrían enviado aquel equipo de especialistas?

Sin dejar de sobrevolar páramos y cañadas, ensenadas y vertiginosos acantilados, buscó el móvil en el bolsillo, se quitó el guante con los dientes, marcó el número con la uña del pulgar y aguardó a que respondiera Siobhan.

– ¿Dónde estás? -preguntó.

– Eso no importa. ¿Qué demonios hacías hablando con Steve Holly?

Rebus parpadeó sorprendido, fue rápido a la puerta, la abrió y allí estaba ella. Guardó el teléfono en el bolsillo y, como en una imagen simétrica, ella hizo lo mismo.

– Me estás siguiendo -dijo él fingiendo tono de horror.

– Porque necesitas que te sigan.

– ¿Dónde estabas? -inquirió él volviendo a ponerse el guante.

Siobhan señaló con la cabeza hacia North Castle Street.

– Tengo el coche aparcado en la esquina. Bien, volviendo a mi pregunta…

– Eso no importa. Bueno, por lo menos no has vuelto al aeródromo.

– No, todavía no.

– Estupendo, porque quiero que hables con él.

– ¿Con Brimson? -Aguardó a que él asintiera-. ¿Y luego tú me dirás qué hacías con Steve Holly?

Rebus la miró y volvió a asentir con la cabeza.

– ¿Y será tomando una copa a la que me invitarás?

Rebus la fulminó con la mirada y ella volvió a sacar el móvil y lo esgrimió delante de la cara de él.

– De acuerdo -gruñó Rebus-. Llámale.

Siobhan buscó en la B y marcó el número.

– ¿Qué quieres que le diga exactamente?

– Se trata de una ofensiva de seducción: dile que necesitas que te haga un gran favor. En realidad, más de uno… pero para empezar pregúntale si hay una pista de aterrizaje en la isla de Jura.

* * *

Cuando Rebus llegó al colegio Port Edgar vio que Bobby Hogan discutía con Jack Bell. Bell no estaba solo, lo acompañaba el mismo equipo de filmación. Agarraba del brazo a Kate Renshaw.

– Tenemos todo el derecho a ver el lugar en donde mataron a nuestros seres queridos -decía el diputado.

– Con todo respeto, señor, sepa que esa sala es el escenario de un crimen y nadie puede entrar sin motivo justificado.

– Somos familiares, creo que nadie tendrá un motivo más justificado.

– Viene usted con una familia muy numerosa -replicó Hogan señalando al equipo.

El director del equipo que advirtió la entrada de Rebus le propinó un golpecito en el hombro a Bell, quien se volvió hacia él con una sonrisa fría.

– ¿Ha venido a disculparse? -preguntó.

Rebus no le hizo caso.

– Kate -dijo poniéndose delante de ella-, no entres ahí. No te hará ningún bien.

– La gente necesita saber -replicó ella en voz baja sin mirarle a la cara, mientras Bell asentía con la cabeza.

– Quizá, pero lo que no necesita son ardides publicitarios. Lo degradan todo; Kate, tienes que darte cuenta.

Bell volvió a encararse con Hogan.

– Insisto en que saquen de aquí a este hombre.

– ¿Insiste usted? -replicó Hogan.

– Ya está expedientado por haber hecho comentarios insultantes sobre este equipo de informadores y sobre mí.

– Y muchos más que me guardo.

– John… -intervino Hogan mirándole para apaciguarle-. Lo siento, señor Bell, pero no puedo autorizarles a filmar en el aula.

– ¿Y si entramos sin cámara, sólo con sonido? -insistió el director.

Hogan negó con la cabeza.

– He dicho que no -contestó cruzando los brazos y poniendo fin a la conversación.

Rebus no apartaba la vista de Kate, intentando que ella le mirase, pero la joven parecía contemplar fascinada algo a lo lejos. Quizá las gaviotas en el campo de deportes o la portería de rugby.

* * *

Habían vaciado la sala común y no había sillas, tocadiscos ni revistas. En la puerta estaba el director, el doctor Fogg, vestido con un sobrio traje marengo, camisa blanca y corbata negra. Tenía unas marcadas ojeras y caspa en el pelo. Notó que Rebus estaba detrás de él y se dio la vuelta con una sonrisa insípida.

– Intento determinar el mejor uso posible de esta dependencia -dijo-. Dice la capellana que podríamos transformarla en capilla, un lugar donde los alumnos puedan recogerse.

– Es una idea -dijo Rebus.

El director le dejó paso para que entrara. La sangre de la moqueta y de las paredes se había secado, pero Rebus procuró no pisar las manchas.

– También pueden dejarla cerrada unos años hasta que reciban una nueva generación de alumnos, pintarla otra vez y cambiar la moqueta.

– No se pueden hacer previsiones a tan largo plazo -replicó Fogg esbozando otra sonrisa-. Bueno, le dejo con su… sus -añadió con una leve reverencia antes de encaminarse a su despacho.

Rebus miró el dibujo de las salpicaduras de sangre en la pared junto al lugar que había ocupado Derek. Derek, un miembro de su familia desaparecido para siempre.

Intentó imaginarse a Lee Herdman despertándose la mañana de los hechos y cogiendo la pistola. ¿Qué había sucedido? ¿Qué había cambiado en su vida? Cuando se despertó aquel día, ¿danzaban demonios alrededor de su cama que le sedujeron con sus voces? ¿Qué había roto el encanto de su amistad con los adolescentes? A la mierda, chicos, voy a mataros… Había ido en coche al colegio. Se había bajado apresuradamente sin molestarse en aparcarlo ni cerrar la portezuela y había entrado rápidamente en el edificio sin que lo captasen las cámaras. Cruzó el pasillo, llegó a aquella sala y disparó, seguramente primero en la cabeza a Anthony Jarvies. En el Ejército enseñan a disparar al centro del pecho porque es mejor blanco y suele ser mortal, pero Herdman había optado por la cabeza. ¿Por qué? Aquel primer disparo eliminaba el factor sorpresa. Quizá Derek hiciera un movimiento y por eso recibió el balazo en la cara. Al agacharse, a James Bell el disparo le alcanzó en el hombro y había cerrado con fuerza los ojos al ver que Herdman volvía la pistola contra sí mismo.