– ¿Te encuentras bien?
Era la voz de Siobhan. Estaba a su lado con la taza llena de nuevo. Se levantó.
– Muy bien -dijo.
– Te he estado llamando.
– No te he oído -dijo él cogiendo la taza que le tendía.
– ¿Percibiendo a Lee Herdman? -preguntó ella.
– Podría ser -contestó él dando un sorbo de té.
– ¿Tú crees que aquí vamos a encontrar algo?
Rebus se encogió de hombros.
– Tal vez nos baste con ver el lugar.
– Tú piensas que él sí encontró algo, ¿verdad? -Le miró a los ojos-. Crees que cogió algo y el Ejército quiere recobrarlo. -Ya no era una pregunta, sino una afirmación.
Rebus asintió con la cabeza.
– ¿Y eso de qué forma nos concierne? -preguntó Siobhan.
– Quizá porque no nos gusta esa pareja de policías militares -respondió Rebus-O porque, sea lo que fuere, ellos no lo han encontrado, lo que significa que puede encontrarlo un tercero. O quizá ya dio con ello alguien la semana pasada.
– ¿Y eso fue lo que desquició a Herdman?
Rebus volvió a encogerse de hombros y le devolvió la taza vacía.
– Te gusta Brimson, ¿verdad? -dijo.
Ella no se inmutó, pero no pudo sostenerle la mirada.
– Me parece bien -añadió él con una sonrisa, pero Siobhan interpretó mal el tono y le miró furiosa.
– Oh, así que me das permiso.
Rebus levantó las manos en señal de conciliación.
– Sólo pretendía decir… -Optó por no añadir nada para no estropearlo y comentó-: Oye, este té está muy fuerte.
Tras lo cual echó a andar hacia la pared rocosa.
– Al menos me he tomado la molestia de traerlo -musitó Siobhan vertiendo los restos de la taza.
En el vuelo de regreso, Rebus, en el asiento de atrás, no abrió la boca a pesar de que Siobhan se ofreció a que cambiaran de sitio. Mantuvo la cara pegada al cristal, como si estuviera extasiado por las vistas, mientras ella charlaba con Brimson, que le enseñó cómo se manejaban los mandos y consiguió que aceptara que le diera una lección de vuelo. Era como si hubieran olvidado a Lee Herdman, y Rebus no tuvo más remedio que admitir que quizá tuvieran razón. Casi todos los habitantes de South Queensferry, incluidas las familias de las víctimas, ansiaban volver a la normalidad. El pasado era el pasado. No se podía cambiar, ni volver atrás. Había que olvidar algún día…
Rebus cerró los ojos deslumbrado por el sol que bañó tibiamente su rostro. Se percató de que estaba agotado y a punto de dormirse, y se dijo que no tenía importancia sucumbir a un sueño reparador. Minutos después se despertó sobresaltado. Había soñado que estaba solo en una ciudad desconocida, vestido con un viejo pijama a rayas, descalzo y sin dinero, y buscaba a alguien que le socorriera, tratando al mismo tiempo de pasar inadvertido. Al mirar por los cristales en el interior de un café, vio un hombre que escondía una pistola en su regazo debajo de la mesa. Él no podía entrar en el local sin dinero y permaneció afuera mirándose las manos apoyadas en los cristales y procurando no alterarse.
Parpadeó y aclaró su visión y comprobó que ya sobrevolaban el estuario del Forth. Brimson seguía hablando.
– A veces pienso en el daño que podrían hacer aquí unos terroristas con algo incluso tan pequeño como un Cessna, en el puerto, en el trasbordador, en los puentes o en el aeropuerto.
– Sí, no les faltaría dónde elegir -comentó Siobhan.
– Ah, inspector, vuelve con nosotros. Lamento que nuestra compañía le haya resultado aburrida -dijo Brimson cruzando una sonrisa con Siobhan, por lo que Rebus intuyó que no le habían echado de menos.
Fue un aterrizaje suave, y Brimson acercó la avioneta hasta el lugar en que Siobhan había aparcado el coche. Rebus saltó a tierra y estrechó la mano al piloto.
– Gracias por haberme dejado acompañarles -dijo Brimson.
– Soy yo el que debo darle las gracias. Pásenos la factura del combustible y de sus servicios.
Brimson se encogió de hombros y se volvió para dar la mano a Siohban, a quien se la estrechó algo más de lo estrictamente necesario al tiempo que alzaba un dedo de la otra.
– Recuerde que la espero.
– Lo prometido es deuda, Doug -dijo ella sonriente-. Ahora mismo, no sé si va a parecerle abuso por mi parte…
– Adelante, diga.
– ¿No podría echar un vistazo al avión de los ejecutivos? Es pura curiosidad, por ver cómo vive esa gente.
Él la miró un instante antes de sonreír.
– Por supuesto. Está en el hangar -añadió iniciando la marcha-. ¿Nos acompaña, inspector?
– Yo les espero aquí -dijo Rebus.
Una vez a solas consiguió encender un cigarrillo resguardándose detrás del Cessna. Volvieron los dos al cabo de cinco minutos y Brimson se puso serio al ver el pitillo casi consumido.
– Está terminantemente prohibido fumar -dijo-. Por el riesgo de incendio, compréndalo.
Rebus se encogió de hombros a modo de disculpa, tiró la colilla y la aplastó con el zapato. Siguió a Siobhan al coche y vio que Brimson subía al Land Rover para dirigirse a la verja a abrirles.
– Es un tío agradable -dijo.
– Sí, es agradable -añadió ella.
– ¿De verdad lo crees?
– ¿Tú, no? -replicó Siobhan mirándole.
– Tengo la impresión de que es un coleccionista -respondió él encogiéndose de hombros.
– ¿De qué?
Rebus reflexionó un instante.
– De ejemplares curiosos, de tipos como Herdman y Niles.
– No olvides que es también amigo de los Cotter -añadió Siobhan, que empezaba a ponerse de uñas.
– Oye, no pretendo…
– Me estás advirtiendo, ¿no es eso?
Rebus guardó silencio.
– ¿No es eso? -repitió ella.
– Sólo quería prevenirte para que no te deslumbre ese lujo de aviones particulares para ejecutivos. Por cierto, ¿qué tal estaba?
Ella le miró furiosa pero se aplacó.
– Era más bien pequeño, pero con asientos de cuero. Durante los vuelos sirven champán y comidas calientes.
– No te hagas ilusiones.
Ella torció la boca y le preguntó adonde quería ir. Rebus dijo que a la comisaría de Craigmillar. El agente que les recibió se llamaba Blake y hacía menos de un año que había dejado el uniforme, pero a Rebus no le importó, así se mostraría más predispuesto a ayudarle. Le dijo lo que sabía sobre Andy Callis y los Perdidos y Blake le escuchó muy atento, interrumpiéndole de vez en cuando para plantear alguna pregunta y hacer anotaciones en un bloc tamaño folio. Siobhan estuvo presente, con los brazos cruzados y mirando a la pared casi todo el rato. A Rebus le pareció que pensaba en vuelos en avión.
Concluida la conversación, Rebus preguntó si había algún avance en la investigación, pero Blake negó con la cabeza.
– No aparece ningún testigo. El doctor Curt va a hacer la autopsia esta tarde -añadió consultando el reloj-. Seguramente me acercaré. Si quiere venir…
Rebus negó con la cabeza. No deseaba ver a su amigo abierto en la mesa de disección.
– ¿Va a traer aquí a Rab Fisher? -preguntó.
– No se preocupe -contestó Blake-. Le interrogaré.
– No espere mucha cooperación por su parte -comentó Rebus.
– Hablaré con él.
Por el tono, Rebus comprendió que el joven policía parecía dispuesto a apretar bien las tuercas al pandillero.
– A nadie le gusta que le digan cómo hacer su trabajo -añadió con una sonrisa.
– Al menos hasta después de haberlo hecho mal -replicó Blake poniéndose en pie.