– Ya sabes que por eso ponen multa.
– Él sólo muerde cuando yo se lo ordeno -dijo Johnson apurando el resto del vino en el momento en que la camarera volvía con el whisky y dejaba un cuenco con galletitas entre los dos vasos-. Salud -añadió Johnson, alzando el vaso de Merlot.
Rebus no correspondió al brindis.
– En realidad, sí estaba pensando en ti -dijo.
– Serían buenos pensamientos, sin duda.
– Pues, la verdad, no. Si realmente pudieses leer mi pensamiento -añadió Rebus inclinándose sobre la mesa y bajando la voz-, te habrías cagado de miedo. -Vio que Johnson prestaba más atención-. ¿Sabes quién murió el viernes? Andy Callis. Te acuerdas de él, ¿verdad?
– Me temo que no.
– Era el agente de respuesta armada que detuvo a tu amigo Rab Fisher.
– Rab no es amigo mío, sólo un conocido.
– Lo bastante conocido para que le vendieras la pistola.
– Una réplica, si me permite que se lo recuerde. No hay acusación que me obligue a contestar, y me ofende que piense lo contrario -repuso Johnson cogiendo un puñado de galletitas, metiéndoselas en la boca una a una y dejando caer migajas al hablar.
– Ya, pero Fisher andaba por ahí asustando a la gente y casi lo matan.
– No hay acusación que me obligue a contestar -repitió Johnson.
– Y mi amigo se convirtió en un manojo de nervios y ahora ha muerto. Tú le vendiste una pistola a uno y el otro ha acabado cadáver.
– Era una réplica perfectamente legal -alegó Johnson, que haciendo gala de no escuchar fue a coger otro puñado de galletitas, pero Rebus le dio un manotazo y desparramó el contenido del cuenco.
– Tú -añadió Rebus agarrándole con fuerza por la muñeca- tienes de legal lo que todos los cabrones que me he cruzado en mi carrera.
– Y usted está limpio de pecado, ¿no es eso? -replicó Johnson tratando de soltarse-. ¡Todo el mundo sabe de lo que es capaz, Rebus!
– ¿De qué soy capaz?
– De cualquier cosa con tal de implicarme a mí. Sé que ha intentado incriminarme diciendo por ahí que reactivo armas desactivadas.
– ¿Quién lo ha dicho? -preguntó Rebus soltándole.
– ¡Todos! -espetó Johnson con restos de saliva y de galletitas en la barbilla-. ¡Hay que estar sordo para no haberlo oído!
Era cierto. Rebus había sacado antenas a la calle porque quería cargarse a Johnson; quería «algo» como desagravio por la baja de Callis en el cuerpo. Y, aunque la gente lo había negado diciendo que vendía «réplicas», «trofeos» y «armas desactivadas», él no había dejado de insistir en sus sondeos. Y había llegado a oídos de Johnson.
– ¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó.
– ¿Cómo?
– ¿Desde cuándo?
Johnson se limitó a coger el vaso, mirándole con ojos brillantes, esperando que Rebus se lo tirara de un manotazo. Rebus levantó el suyo y lo apuró de un trago.
– Quiero que sepas una cosa -añadió mirándole-. Puedo conservar el rencor toda la vida. Tendrás ocasión de comprobarlo.
– ¿A pesar de que no haya hecho nada?
– Ah, sí, por supuesto que has hecho «algo»; estoy seguro -dijo levantándose-. Lo que sucede es que todavía no he averiguado qué -añadió con un guiño antes de darle la espalda.
Oyó que empujaba la mesa, se volvió y vio a Johnson de pie apretando los puños y exclamando:
– ¡Vamos a ajustar cuentas ahora mismo!
– Prefiero esperar a plantearlo ante los tribunales, si no te importa -replicó Rebus metiendo las manos en los bolsillos.
– ¡No! ¡Me tiene ya harto!
– Magnífico -añadió Rebus.
En ese momento vio que Siobhan avanzaba hasta el final de la barra y lo miraba fijamente, perpleja, al comprobar que no estaba en los servicios. Sus ojos lo decían todo: «No puedo dejarte solo ni cinco minutos».
– ¿Qué sucede aquí?
Era la voz de un portero con cuello de toro vestido con traje negro y polo también negro; llevaba un auricular con micrófono y su cabeza rapada brillaba apenas bajo aquella luz tenue.
– Era una pequeña discusión -dijo Rebus-. A lo mejor usted nos saca de dudas. ¿Cuál era la antigua discográfica de Elton John?
El portero le miró perplejo, pero el barman levantó una mano. Rebus le hizo seña con la barbilla.
– DJM -dijo el barman.
– ¡Eso es! -exclamó Rebus chasqueando los dedos. Tómese una copa -añadió dirigiéndose a la otra parte del local-. Y cárguela a la cuenta de ese cabrón -espetó señalando a Johnson Pavo Real.
– Nunca hablas mucho de cuando estuviste en el Ejército -dijo Siobhan, que salía de la cocina con dos platos.
Rebus estaba ya provisto de una bandeja, cuchillo y tenedor. Había diversos condimentos junto a él en el suelo. Cogió el plato de chuleta de cerdo a la parrilla con patatas y mazorca de maíz y dio las gracias a Siobhan con una inclinación de cabeza.
– Tiene muy buen aspecto. Por la cocinera -añadió alzando el vaso de vino.
– Las patatas las he hecho en el microondas y el maíz lo tenía en la nevera.
– No desveles tus secretos -dijo él llevándose un dedo a los labios.
– Algo que tú sí te tomas muy a pecho -replicó ella soplando sobre un trozo de cerdo ensartado en el tenedor-. ¿Te repito la pregunta?
– Siobhan, no era una pregunta.
Ella reflexionó un instante y comprendió que tenía razón.
– Bueno, es igual -replicó.
– ¿Quieres que conteste? -Mientras aguardaba a que ella asintiera, dio un sorbo de vino y comprobó que era tinto chileno de tres libras la botella-. ¿Tienes inconveniente en que coma algo primero?
– ¿No puedes comer y hablar al mismo tiempo?
– Mi madre me decía que era de mala educación.
– ¿Siempre hacías caso a tus padres?
– Siempre.
– ¿Y seguías sus consejos como si se tratara del Evangelio? -Rebus asintió con la cabeza masticando una piel de patata-. Entonces, ¿cómo es que estamos comiendo y hablando?
Rebus deglutió con otro sorbo de vino.
– Vale, me rindo. Contestando a la pregunta que no planteaste, diré que sí.
Siobhan permaneció a la expectativa pero él continuó comiendo.
– Sí, ¿qué?
– Que sí es cierto que hablo poco de cuando estuve en el Ejército.
Siobhan expulsó aire con displicencia.
– Hablas menos que un muerto del depósito de cadáveres. Perdona, me he pasado -añadió cerrando brevemente los ojos.
– No te preocupes -dijo él.
Pero Rebus comenzó a masticar más despacio. En aquel momento, en el depósito había dos muertos suyos: un familiar y un ex colega. Qué extraño que se los imaginara en mesas adyacentes en sus respectivos nichos refrigerados del depósito.
– Lo que sucede con mi época del Ejército es que llevo años tratando de olvidarla.
– ¿Por qué?
– Por muchas razones. En primer lugar porque nunca debí firmar el reenganche. Cuando quise darme cuenta estaba en el Ulster apuntando con un rifle a críos armados con cócteles Molotov, para acabar tratando de ingresar en las SAS y con problemas psicológicos -añadió alzando los hombros-. Eso es todo, más o menos.
– ¿Y por qué ingresaste en la Policía?
Rebus se llevó el vaso a la altura de la boca.
– ¿Quién iba a darme trabajo? -dijo apartando la bandeja e inclinándose para servir más vino. Levantó la botella hacia Siobhan pero ella negó con la cabeza-. Ahora sabes por qué no me asignan nunca tareas con reclutas.
Siobhan miró el plato apartado con la mayor parte de la chuleta.
– ¿Te has vuelto vegetariano? -preguntó.
Rebus se palmeó el estómago.
– Está buenísimo, pero es que no tengo mucha hambre.
Siobhan se quedó un instante pensativa.
– Es por la carne, ¿verdad? Te duelen las manos al cortarla.
– No, es que estoy lleno -replicó él negando con la cabeza, pero Siobhan comprendió que no quería admitirlo, y siguió comiendo mientras él bebía vino.