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Rebus lo recogió y volvió a ponérselo sobre los hombros.

– Gracias. Me marcho -dijo el muchacho.

– Muy bien, James. Buena suerte.

Rebus aguardó en el vestíbulo con la barbilla apoyada en su mano enguantada, hasta que oyó abrir y cerrarse la puerta de la calle. James Bell, tan lejos de su casa… atraído por una luz en el piso de un hombre muerto… Seguía intrigándole a quién esperaría encontrar allí el joven. Oyó pasos suaves bajando los escalones de piedra. Fue hasta la mesa y revolvió los libros; eran todos de temática militar, pero de lo que no le cabía duda era de cuál había ido a buscar el muchacho: el mismo que había cogido Siobhan en la primera visita al piso, aquel que guardaba entre sus páginas la foto de Teri Cotter.

SEXTO DÍA . Martes

Capítulo 19

El martes por la mañana, Rebus salió de su casa, fue hasta el final de Marchmont Road y cruzó los Meadows, la zona de césped cercana a la universidad. A su lado pasaban estudiantes camino de las clases, algunos en rechinantes bicicletas y otros a pie, adormilados. Estaba nublado y el color del cielo mimetizaba el gris de la pizarra de los tejados. Fue hacia el puente Jorge IV. Conocía el reglamento de la Biblioteca Nacionaclass="underline" el vigilante le dejaba pasar, pero luego tenía que subir la escalinata y convencer a la bibliotecaria de guardia de que necesitaba desesperadamente hacer una consulta urgentísima y tenía que ser en esa biblioteca. Mostró su carné de identificación, dijo lo que deseaba y le indicaron que fuera a la sala de microfilmes, formato en el que actualmente archivaban los periódicos antiguos. Años atrás, cuando investigaba algún caso, se sentaba en la sala de lectura y un empleado le traía a la mesa, en un carrito, el cargamento de periódicos. Ahora la operación consistía en encender una pantalla e introducir el rollo de película en la máquina.

No tenía en mente ninguna fecha concreta y decidió empezar por un mes antes del accidente del helicóptero y dejar desfilar por la pantalla los sucesos cotidianos. En cuanto llegó al día del accidente, rápidamente se hizo una buena idea del suceso. La noticia ocupaba la primera página del Scotsman con fotos de dos de las víctimas, el general de brigada Stuart Phillips y el comandante Kevin Spark. Como Phillips era escocés, el diario publicaba al día siguiente una detallada cronológica que a Rebus le aportó datos sobre la personalidad profesional y humana del general. Verificó las notas que había tomado, rebobinó la película y metió otro rollo con noticias de las dos semanas anteriores para cotejarlo con sus anotaciones sobre el alto el fuego del IRA en Irlanda del Norte y el papel desempeñado en las negociaciones por el general de brigada Stuart Phillips. Había habido contactos preliminares para examinar la problemática del recelo que suscitaría en los grupos paramilitares de ambos bandos y en los grupúsculos escisionistas… Rebus comenzó a darse golpecitos en los dientes con el bolígrafo hasta percatarse de que otro lector cerca de él le miraba con el ceño fruncido. Musitó un «perdón» y centró su atención en otras noticias del periódico: cumbres mundiales, guerras en el extranjero, crónicas de fútbol… La piel de una granada en la que se veía la cara de Cristo, un gato perdido y recuperado por sus dueños a pesar de haberse mudado de casa…

La foto del gato le recordó a Boecio. Volvió al mostrador y preguntó por el departamento de enciclopedias. Buscó Boecio y se enteró de que era un filósofo romano, traductor y político que, acusado de traición, escribió en la cárcel mientras esperaba su ejecución Sobre la consolación de la filosofía, tratado en el que argumentaba que todo es cambiante y no hay nada que tenga ningún grado de certidumbre… salvo la virtud. Rebus pensó si aquel libro le ayudaría a comprender el destino de Derek Renshaw y su repercusión sobre sus más allegados. Tenía sus dudas. En este mundo, los culpables suelen quedar impunes y las víctimas es como si no contaran. A la gente buena siempre le ocurren cosas malas y viceversa. Si era Dios quien había planificado así las cosas, el cabronazo tenía un tremendo sentido del humor. Resultaba más sencillo pensar que no había ningún plan y que era puro azar lo que había llevado a Lee Herdman a aquel colegio.

Pero le quemaba la duda de que tampoco fuese así.

Decidió acercarse al puente Jorge IV a tomar un café y fumar un cigarrillo. Había llamado a Siobhan a primera hora para decirle que estaría ocupado y que no se verían. A ella no pareció importarle, ni siquiera le había preguntado adónde tenía que ir. Era como si quisiera distanciarse de él, y no se lo reprochaba. Siempre había sido un imán para los problemas y, cerca de él, ella arriesgaba el futuro de su carrera. De todos modos, pensó que había otros motivos. Quizá le consideraba realmente un coleccionista, que establecía relaciones últimas de amistad con ciertas personas, por cariño o por interés… demasiado íntimas a veces. Pensó en la página de internet de la señorita Teri y en la ilusión que producía en sus virtuales visitantes. Una relación unilateral en la que podían verla a ella sin que ella viese a los demás. ¿Era Teri Cotter otro tipo de «ejemplar»?

Sentado en la cafetería Elephant House con un buen café con leche, sacó el móvil. Había fumado un cigarrillo en la calle antes de entrar en el local, en esos días nunca se sabía si dejaban fumar o no. Marcó con el pulgar el número del móvil de Bobby Hogan.

– ¿Se han hecho ya cargo del caso esos gorilas, Bobby? -preguntó.

Hogan sabía que se refería a Claverhouse y Ormiston.

– No del todo -contestó.

– ¿Andan por ahí?

– Están intimando con tu novia.

Rebus tardó un instante en captarlo.

– ¿Con Whiteread? -aventuró.

– Exacto.

– Seguro que Claverhouse disfrutará escuchando lo que le cuenta de mí.

– Ahora me explico por qué está tan sonriente.

– ¿Cómo crees que anda mi estatus de persona non grata?

– No me han dicho nada. Por cierto, ¿dónde estás? ¿Es una cafetera lo que oigo como ruido de fondo?

– Estoy en la pausa de media mañana, excelencia. Indagando sobre la época de Herdman en las SAS.

– ¿Sabes que tengo la sensación de que hemos fracasado irremisiblemente?

– No te preocupes, Bobby. Ya imaginaba que no nos entregarían el expediente por las buenas.

– ¿Cómo te las vas a arreglar para examinarlo?

– Digamos que de un modo lateral.

– ¿Puedes ser más explícito?

– No, hasta que no haya encontrado algo útil.

– John… están cambiando los parámetros de la investigación.

– ¿En cristiano, Bob?

– Que ya no parece tener tanta importancia el «móvil».

– ¿Resulta mucho más interesante el enfoque de las drogas? -aventuró Rebus-. ¿Me estás dando puerta, Bobby?

– Sabes que no es mi estilo, John. Lo que digo es que creo que el caso se me va de las manos.

– ¿Y Claverhouse dirige mi club de admiradores?

– Ni siquiera está en la lista de correo.

Rebus calló, pensativo. Hogan rompió el silencio.

– Tal como están las cosas, a lo mejor me voy a tomar café contigo.

– ¿Te están marginando?

– El último del banquillo.

Rebus sonrió pensando en el cuadro. Claverhouse de arbitro; Ormiston y Whiteread de jueces de línea…

– ¿Alguna noticia más? -dijo.

– El barco de Herdman donde se encontró la droga, parece ser que lo compró pagándolo casi todo en metálico, en dólares concretamente, la divisa internacional del narcotráfico. El año pasado hizo bastantes viajes a Amsterdam y trató de ocultar la mayoría.

– Interesante, ¿no?

– Claverhouse piensa que quizás haya algo de negocio pornográfico también.

– Ese hombre tiene la mente podrida.