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Claverhouse se encogió de hombros.

– Lo he preguntado simplemente porque no quiero que su hija se sienta violenta en su presencia -dijo mirando a la muchacha.

– ¿Violenta? -repitió el señor Cotter mirando a su hija, por lo que no pudo ver el ademán que hacía Claverhouse fingiendo teclear ante una pantalla; Teri sí que lo vio y comprendió al instante.

– Papá, quizá sea mejor que esperes fuera -dijo.

– Verdaderamente, no sé…

– Papá -dijo ella poniéndole la mano en el brazo-. No te preocupes. Luego te lo explico. De verdad -añadió taladrándole con la mirada.

– Bueno, no sé… -protestó Cotter mirando a su alrededor.

– No se preocupe, señor -dijo Claverhouse para tranquilizarle, recostándose en la silla y cruzando las piernas-. No se alarme, se trata simplemente de ciertos datos que queremos verificar con Teri. El sargento Ormiston le acompañará a la cantina -añadió señalando con la cabeza a Ormiston- y mientras usted toma algo habremos terminado.

Ormiston puso mala cara y miró a Rebus y a Hogan como si preguntara a su compañero por qué no podía ir uno de los dos. Cotter miró otra vez a su hija.

– No acaba de convencerme dejarte aquí sola -protestó de nuevo pero ya dándose por vencido, y Rebus pensó si se atrevería alguna vez a oponerse a su mujer o a su hija.

Era un hombre feliz en su mundo de cifras y movimientos de bolsa, datos que consideraba previsibles y controlables. Tal vez el accidente de coche y la pérdida del hijo le habían hecho perder la confianza en sí mismo, al verse como un ser vulnerable frente al azar y la adversidad. Se levantó y Ormiston, que aguardaba en la puerta, le siguió. Rebus pensó de pronto en Allan Renshaw y en las secuelas que deja en un padre la pérdida de un hijo.

Claverhouse dirigió una sonrisa de oreja a oreja a Teri Cotter, quien correspondió cruzando los brazos a la defensiva.

– Teri, sabes de qué se trata, ¿verdad?

– ¿Ah, sí?

– Esto sí que sabes lo que significa, ¿no? -añadió Claverhouse repitiendo el movimiento de dedos sobre el teclado.

– ¿Por qué no me lo explica?

– Significa que tienes una página en internet: Señorita Teri. Significa que la gente puede observar tu dormitorio a cualquier hora del día o de la noche. El inspector Rebus aquí presente es uno de tus admiradores -añadió Claverhouse señalándole con la cabeza-. Y Lee Herdman era otro. -Hizo una pausa mirándola fijamente-. No parece sorprenderte.

La muchacha se encogió de hombros.

– Por lo visto, el señor Herdman era un gran voyeur -añadió

Claverhouse fijando brevemente la vista en Rebus, como si se preguntara si podía clasificarle también como tal-. Le gustaba entrar en muchos sitios, casi todos de pago con tarjeta de crédito.

– ¿Y qué?

– Tú, sin embargo, te ofreces gratis.

– ¡Lo mío no es igual que esos sitios que dice! -exclamó enfurecida.

– Entonces ¿qué clase de sitio es el tuyo?

Teri Cotter estuvo a punto de responder, pero se contuvo.

– ¿Te gusta que te miren? -dijo Claverhouse-. A Herdman le gustaba mirar. Parece que los dos os complementabais.

– Me folló unas cuantas veces, si se refiere a eso -dijo ella fríamente.

– Yo no habría utilizado esas palabras.

– Teri -terció Rebus-, hay un ordenador que compró Lee y que no encontramos… ¿No será el que tienes en tu dormitorio?

– Puede.

– ¿Lo compró para ti y te lo instaló él?

– Si usted lo dice…

– ¿Y te enseñó a diseñar la página y a instalar la cámara?

– ¿Por qué me lo pregunta si ya lo saben? -replicó ella irascible.

– ¿Tus padres no preguntaron nada?

– Yo tengo mi dinero -replicó ella mirándole.

– ¿Pensaron que lo habías comprado tú? ¿No sabían nada de lo tuyo con Lee?

La muchacha le dirigió una mirada que hacía ver lo estúpidas que eran sus preguntas.

– Le gustaba observarte -añadió Claverhouse-. Quería saber dónde estabas y lo que hacías. ¿Por eso colgaste ese sitio en la Red?

Teri Cotter negó con la cabeza.

– Entrada a la Oscuridad es para todo el que quiera mirar -dijo.

– ¿Fue idea de él o tuya? -preguntó Hogan.

Ella se encogió de hombros.

– ¿Se supone que soy Caperucita Roja? ¿Y Lee el lobo malvado? -Lanzó un suspiro-. Lee me regaló el ordenador y me dijo que quizá podríamos estar en contacto a través de la cámara. Pero Entrada a la Oscuridad fue idea mía, exclusivamente mía -añadió señalándose con el dedo entre los senos; la puntilla negra dejaba ver un trozo de piel sobre el que reposaba la cadenita de oro con el diamante, con el que se puso a juguetear.

– ¿Eso te lo regaló él también? -preguntó Rebus.

La muchacha bajó la vista a la cadenita, asintió con la cabeza y cruzó otra vez los brazos.

– Teri -añadió Rebus despacio-, ¿sabías quién más accedía a tu sitio?

Ella negó con la cabeza.

– El anonimato forma parte de la gracia del juego -respondió.

– Tu página no es anónima, hay muchos datos que explican quién eres.

Teri reflexionó un instante y se encogió de hombros.

– ¿Lo sabía alguien más del colegio? -preguntó Rebus.

La muchacha volvió a encogerse de hombros.

– Te diré alguien que sí lo sabía: Derek Renshaw.

Teri Cotter abrió los ojos y la boca, sorprendida.

– Probablemente Derek se lo diría a su buen amigo Anthony Jarvies -añadió Rebus.

Claverhouse se enderezó en la silla y levantó una mano.

– Un momento -dijo mirando a Hogan, que se encogió de hombros, y luego a Rebus-. Esto es nuevo para mí.

– Derek Renshaw tenía guardada en su ordenador la dirección del sitio de Teri -dijo Rebus.

– ¿Y el otro chico también lo sabía? ¿El que mató Herdman?

Rebus se encogió de hombros.

– He dicho probablemente -contestó.

Claverhouse se puso en pie y se restregó el mentón.

– Teri, ¿Lee Herdman era del tipo celoso? -preguntó.

– No lo sé.

– Pero lo del sitio lo sabía… Se lo dijiste, por supuesto -añadió Claverhouse de pie junto a ella.

– Sí -contestó Teri Cotter.

– ¿Y a él qué le pareció? Me refiero al hecho de que cualquiera pudiera verte en tu dormitorio a cualquier hora de la noche.

– ¿Cree en que los mató por eso? -dijo Teri casi en un susurro.

Claverhouse se inclinó con el rostro casi pegado al de ella.

– ¿A ti qué te parece, Teri? ¿Lo crees posible?

No esperó la respuesta, giró sobre sus talones y dio una palmada.

Rebus sabía qué estaba pensando: que él, el inspector Charlie Claverhouse, acababa de desentrañar el misterio el primer día que se hacía cargo del caso. Y ya estaba deseando lanzar al vuelo las campanas de su triunfo para que se enteraran los jefes. Se acercó a la puerta, la abrió y le decepcionó ver que no había nadie en el pasillo. Rebus aprovechó la ocasión para levantarse de la silla y sentarse en la de Claverhouse. Teri se miraba el regazo y jugueteaba de nuevo con la cadenita.

– Teri -dijo Rebus en voz queda para llamar su atención. La muchacha le miró y, al advertir, a pesar del rímel, que tenía los ojos húmedos, añadió-: ¿Te encuentras bien? -Ella asintió despacio con la cabeza-. ¿Seguro? ¿Quieres que te traiga algo?

– Estoy bien.

Rebus asintió con la cabeza tratando de convencerse. Hogan también se había cambiado de sitio y estaba al lado de Claverhouse en la puerta poniéndole una mano en el hombro para calmar su excitación. Rebus no oía lo que decían, ni le importaba.

– No puedo creerme que ese cabrón me mirara.

– ¿Quién, Lee?

– Derek Renshaw -replicó ella furiosa-. ¡Él mató a mi hermano! -añadió alzando la voz.

Rebus bajó aún más la suya.