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– ¿Crees que él sabrá si ella tenía relaciones con Pavo Real?

– No lo sabré hasta que no se lo pregunte.

– ¿Quieres que nos encontremos? Yo tenía pensado ir al puerto deportivo.

– ¿Quieres ir primero allí?

– Luego podemos concluir la jornada con una copa bien merecida.

– Bien, nos vemos en el puerto.

Siobhan cortó y tomó la última salida antes del puente del Forth. Cuando después de descender hacia South Queensferry doblaba a la izquierda en Shore Road, volvió a sonar su teléfono.

– ¿Has cambiado de plan? -preguntó por el micrófono.

– No hasta que no tengamos un plan que cambiar. La llamo por eso.

Reconoció la voz de Doug Brimson.

– Perdone; creí que era otra persona. ¿Qué quiere?

– Pensaba en si estaría lista para usar el cielo otra vez.

– Tal vez -contestó Siobhan sonriendo mentalmente.

– Estupendo. ¿Qué le parece mañana?

Ella reflexionó un instante.

– Sí, podría escaparme una hora.

– ¿Por la tarde, antes de que se ponga el sol?

– De acuerdo.

– ¿Y esta vez cogerá los mandos?

– Es posible que me deje convencer.

– Magnífico. ¿Qué le parece a las dieciséis horas?

– Suena a las cuatro de la tarde.

Él se echó a reír.

– Nos vemos, Siobhan.

– Adiós, Doug.

Dejó el móvil en el asiento del pasajero y miró al cielo a través del parabrisas imaginándose en un avión; imaginándose… presa de un ataque de pánico. No, no creía que le entrara el pánico. Además, llevaría a Doug Brimson a su lado. No había por qué preocuparse.

Aparcó delante de la cafetería del puerto deportivo, entró y salió con una chocolatina. Estaba desenvolviéndola cuando llegó Rebus en el Saab. Pasó por delante de ella y lo dejó al fondo del aparcamiento a cincuenta metros del cobertizo de Herdman. Cuando ella llegó a su altura, él cerraba la portezuela.

– Bien, ¿qué hacemos aquí? -preguntó Siobhan deglutiendo el último trozo de chocolatina.

– ¿Aparte de destruirnos la dentadura? -replicó él-. Quiero echar un último vistazo al cobertizo.

– ¿Por qué?

– Porque sí.

Las puertas estaban cerradas pero no con llave. Rebus las abrió y vio, en cuclillas sobre la lancha neumática, a Simms, que levantó la vista mientras Rebus señalaba con la cabeza la palanca que tenía en la mano.

– ¿Qué hace, destrozar el chiringuito? -dijo.

– Nunca se sabe lo que se puede encontrar -respondió Simms-. En ese aspecto, nosotros decididamente les hemos ganado la partida.

Whiteread, al oír voces, salió de la oficina con un montón de papeles en la mano.

– De pronto hay prisas, ¿verdad? -dijo Rebus acercándose a ella-. Claverhouse está a punto de cerrar el caso y no debe de hacerles mucha gracia, ¿eh?

Whiteread esbozó una leve sonrisa despectiva. Rebus, pensando qué podría hacer para desconcertarla, tuvo una idea.

– Supongo que fue usted quien nos echó encima al periodista -dijo ella-. Quería saber datos sobre el helicóptero que se estrelló en Jura, lo que me hizo pensar…

– Vamos, dígalo -dijo Rebus provocador.

– Esta mañana he tenido una charla muy interesante -añadió ella pausadamente- con un tal Douglas Brimson. Por lo visto, los tres hicieron un pequeño viaje juntos -espetó ella mirando a Siobhan.

– No me diga -replicó Rebus deteniéndose.

Pero ella siguió caminando y se le acercó hasta pegar prácticamente la cara a la de él.

– Les llevó a la isla y luego fueron al lugar del accidente -añadió sin dejar de mirarle a la cara para observar un signo de debilidad. Rebus dirigió una mirada a Siobhan. «¡Ese cabrón no tenía por qué decírselo!» Ella se ruborizó.

– ¿Ah, sí? -fue todo cuanto se le ocurrió como réplica a Rebus.

Whiteread se puso de puntillas, la cara a la misma altura que la de Rebus.

– La cuestión es, inspector Rebus, cómo sabía usted eso.

– ¿Qué?

– El único medio de saberlo es tener acceso a documentación confidencial.

– ¿Ah, sí? -replicó Rebus viendo que Simms bajaba de la lancha con la palanca en la mano. Se encogió de hombros-. Bien, si esa documentación de que habla es confidencial, es imposible que yo la haya visto, ¿no le parece?

– No sin un allanamiento… sin mencionar que lo han fotocopiado -añadió Whiteread mirando ahora a Siobhan e inclinando inquisitivamente la cabeza-. ¿Ha tomado mucho el sol, sargento Clarke? Veo sus mejillas tan encendidas… -Siobhan no dijo nada-. ¿Le ha comido la lengua el gato?

Simms sonreía con cara de satisfacción viendo la turbación de Siobhan.

– Me han dicho que tiene usted miedo a la oscuridad -dijo Rebus mirándole.

– ¿Cómo? -inquirió Simms con el ceño fruncido.

– Lo que explicaría que deje la puerta del dormitorio abierta -añadió Rebus con un guiño antes de volverse hacia Whiteread-. No creo que vaya con esto a ninguna parte. A menos que desee que cuantos intervienen en el caso se enteren de por qué han venido aquí en realidad.

– Según tengo entendido, usted está suspendido del servicio activo y quizá no tarde en enfrentarse a una acusación de homicidio -dijo Whiteread clavando en él una mirada de odio-. A lo que se suma que la psicóloga de Carbrae dice que examinó unos documentos privados sin permiso. -Hizo una pausa-. Me da la impresión de que ya está con el agua al cuello, Rebus. No creo que le interese buscarse más problemas de los que tiene. Y, no obstante, se presenta aquí dispuesto a provocar un enfrentamiento. Déjeme que le diga una cosa a ver si la entiende -añadió acercándole la boca al oído-: No tiene salvación.

Se apartó de él despacio, calibrando su reacción. Rebus alzó la mano enguantada. Ella frunció el ceño insegura del significado del ademán, y de inmediato vio lo que sostenía entre el pulgar y el anular. Lo vio destellar y brillar a la luz.

Era un diamante.

– ¿Qué diablos…? -masculló Simms.

Rebus cerró el puño sobre el diamante.

– Quien lo encuentra se lo queda -dijo dándose la vuelta y caminando hacia la salida seguido de Siobhan, que aguardó a estar fuera para hablar.

– ¿Qué ha sido ese numerito?

– Una operación de sondeo.

– Pero ¿de qué se trata? ¿De dónde has sacado ese diamante?

– De un amigo que tiene una joyería en Queensferry Street -respondió Rebus sonriendo.

– ¿Y?

– Le convencí para que me lo prestara -añadió él guardándose el diamante en el bolsillo-. Pero esos dos no lo saben.

– Pero a mí vas a explicármelo, ¿verdad?

Rebus asintió despacio con la cabeza.

– En cuanto averigüe lo que he recogido con el anzuelo.

– John… -añadió ella medio suplicante y medio agresiva.

– ¿Vamos a tomar esa copa? -preguntó Rebus.

Ella no contestó, pero no dejó de mirarle camino del coche y siguió con los ojos clavados en él mientras abría la portezuela, subía al Saab, ponía el motor en marcha y bajaba el cristal de la ventanilla.

– Nos vemos en el Boatman's -dijo él arrancando.

Siobhan se quedó allí, él apenas la saludó con la mano. Maldiciendo para sus adentros, fue hacia su coche.

Capítulo 21

Rebus estaba sentado en el bar a una mesa junto a la cristalera, leyendo un mensaje de texto de Steve Holly.

«¿Qué tiene para mí? Si no colabora haré una segunda entrega de la freidora.»

Indeciso entre responder o no, finalmente comenzó a teclear:

«Accidente isla de jura herdman cogió algo que ejército quiere recuperar pregunte otra vez a whiteread.»

No estaba muy seguro de si Holly lo entendería porque él no había aprendido a poner mayúsculas ni puntos en los mensajes, pero aquello le mantendría entretenido, y si acababa enfrentándose otra vez a Whiteread y Simms, mucho mejor. Así se sentirían acosados. Cogió la media pinta y brindó para sí mismo en el preciso instante en que entraba Siobhan. Aún no había decidido si decirle lo que le había contado Teri sobre su madre y Brimson. Temía que si lo hacía, Brimson se daría cuenta al verla, por su manera de hablarle y de rehuir su mirada. No, no quería que sucediera eso porque no haría bien a nadie en aquel momento. Siobhan dejó el bolso en la mesa y miró a la barra, donde una mujer que no había visto nunca servía unas cervezas.