– Tiene una llamada -contestó ella señalando hacia recepción.
– Ahora estoy ocupado.
– Es el inspector Hogan. Dice que es urgente y que la saque de donde esté, a no ser que sea una triple operación de bypass.
Rebus no pudo reprimir una sonrisa.
– ¿Es lo que ha dicho? -preguntó.
– Con esas mismas palabras -respondió la agente.
Rebus asomó la cabeza al cuarto de interrogatorios para decirle a Hynds que no tardaría. Hynds desconectó los aparatos.
– Bob, ¿quieres que te traiga algo? -añadió Rebus.
– Me parece que lo que tendría que traerme es a mi abogado, señor Rebus.
– Sería el mismo de Pavo Real, ¿verdad? -replicó Rebus mirándole.
– Bueno -dijo Bob pensándolo-, a lo mejor ahora mismo no.
– Ahora mismo no -repitió Rebus antes de cerrar la puerta.
Le dijo a la agente que no hacía falta que le acompañase a recepción y, tras cruzar la planta, entró en la sala de comunicaciones. Cogió el auricular que estaba encima de la mesa.
– ¿Diga?
– Por Dios, John, ¿te tenían en cuarentena o qué?
Bobby Hogan no parecía estar de muy buen humor. Rebus miró los monitores que tenía delante. En ellos se veían media docena de lugares exteriores e interiores de la comisaría. La imagen parpadeaba cada treinta segundos aproximadamente, al cambiar el enfoque de las nuevas cámaras.
– ¿Qué quieres, Bobby?
– Los de la Científica ya tienen los resultados del análisis de los disparos.
– ¿Ah, sí? -dijo Rebus torciendo el gesto por haberse olvidado de llamar de nuevo.
– Voy ahora para allá y me he acordado de que St Leonard me pilla de camino.
– Han descubierto algo, ¿verdad, Bobby?
– Dicen que es un asunto un poco complicado -contestó Hogan. Se calló un instante-. Lo sabías, ¿verdad?
– No exactamente. Tiene que ver con los disparos, ¿verdad? -añadió Rebus mientras veía en una pantalla a la comisara Gill Templer, que entraba en el edificio con un portafolios y un maletín abultado colgado.
– Exacto. Hay ciertas… anomalías.
– Buena palabra; anomalías. Engloba una multitud de faltas.
– ¿Te apetece venir conmigo?
– ¿Qué dice Claverhouse?
Se hizo un silencio.
– Claverhouse no sabe nada -respondió Hogan-. Me lo han comunicado directamente a mí.
– ¿Por qué no se lo has dicho, Bobby?
Se hizo otro silencio.
– No lo sé.
– ¿Por la perniciosa influencia de cierto colega tuyo?
– Tal vez.
Rebus sonrió.
– Recógeme cuando quieras, Bobby. Aparte de lo que nos digan en el laboratorio, tengo algunas preguntas que hacerles.
Abrió la puerta del cuarto de interrogatorios e hizo una seña a Hynds para que saliera al pasillo.
– Será un minuto, Bob -dijo.
Cerró la puerta y se puso delante de Hynds con los brazos cruzados.
– Tengo que ir a Howdenhall. Órdenes superiores.
– ¿Quiere que lo meta en el calabozo hasta que usted…?
Rebus le interrumpió negando con la cabeza.
– Quiero que continúes tú. Ya no falta mucho. Si se pone difícil, me llamas al móvil.
– Pero…
– Davie -dijo Rebus poniéndole una mano en el hombro-, lo estás haciendo bien y sabrás seguir sin mí.
– Pero tiene que haber otro policía presente -protestó Hynds.
Rebus le miró.
– Davie, ¿te ha estado aleccionando Siobhan? -dijo frunciendo los labios pensativo-. Tienes razón -añadió asintiendo con la cabeza-. Pregunta a la comisaria Templer si quiere intervenir en el interrogatorio.
A Hynds le subieron las cejas hasta la línea del pelo.
– La jefa no…
– Sí, sí querrá. Si le dices que es por el caso Fairstone, ya verás cómo accede encantada.
– Pero antes tendré que ponerle en antecedentes.
La mano que descansaba sobre el hombro de Hynds le dio unas palmaditas.
– Pues hazlo -dijo Rebus.
– Pero, señor…
Rebus meneó despacio la cabeza.
– Es tu oportunidad de demostrar de qué eres capaz, Davie. Todo lo que has aprendido trabajando con Siobhan -añadió Rebus apartando la mano del hombro de Hynds y cerrando el puño-. Es hora de ponerlo en práctica.
Hynds asintió con la cabeza irguiendo ligeramente el torso.
– Buen chico -añadió Rebus, dando media vuelta para marcharse; pero se detuvo-. Ah, una cosa, Davie.
– ¿Sí?
– Dile a la comisaria Templer que sea maternal.
– ¿Maternal?
– Tú díselo -insistió Rebus yendo hacia la salida.
– No me vengas ahora con el XJK. Cualquier modelo de Porsche deja atrás a los Jaguar.
– Pero a mí el Jaguar me parece más bonito -replicó Hogan, haciendo que Ray Duff levantase la vista de su trabajo-. Es más clásico.
– Antiguo, querrás decir -replicó Duff, que seleccionaba una serie de fotos de la escena del crimen y las situaba en los espacios disponibles de la pared. Estaban en una habitación semejante a un laboratorio escolar descuidado, con cuatro bancos de trabajo independientes en el centro. Las fotos mostraban el cuarto del colegio Port Edgar desde todos los ángulos posibles, y se centraban en las manchas de sangre en las paredes y el suelo y la posición de los cadáveres.
– Soy un tradicionalista, si quieres -replicó Hogan cruzando los brazos con la esperanza de poner fin a una de tantas discusiones con Ray Duff.
– Muy bien. Dime los cinco mejores coches ingleses.
– Ray, los coches no son mi fuerte.
– A mí me gusta mi Saab -terció Rebus respondiendo con un guiño al gesto de desdén de Hogan.
Duff lanzó una especie de gorjeo.
– No me vengas ahora con los coches suecos…
– De acuerdo, ¿y si nos centramos en lo de Port Edgar? -dijo Rebus, pensando en Doug Brimson, otro enamorado de los Jaguar.
Duff miró a su alrededor buscando el portátil. Lo enchufó en uno de los bancos de trabajo y, al tiempo que lo inicializaba, les hizo un ademán para que se acercaran.
– Mientras esperamos -dijo-, ¿qué tal está Siobhan?
– Muy bien -contestó Rebus-. Ese problemilla…
– ¿Qué?
– Ya está resuelto.
– ¿Qué problemilla? -preguntó Hogan, pero Rebus no le hizo caso.
– Esta tarde va a dar una clase de vuelo.
– ¿Ah, sí? -dijo Duff enarcando una ceja-. Eso no es nada barato.
– Creo que le saldrá gratis; cortesía de un tío que tiene un aeródromo y un Jaguar.
– ¿Brimson? -aventuró Hogan, y Rebus asintió con la cabeza.
– Frente a eso, mi propuesta de un paseo en el MG palidece -masculló Duff.
– Tú no puedes competir con ese tipo. Hasta tiene un avión para ejecutivos.
Duff lanzó un silbido.
– Estará podrido de dinero. Un avión así cuesta millones.
– Sí, ya -dijo Rebus en tono despectivo.
– Lo digo en serio -añadió Duff-. Y eso de segunda mano.
– ¿Te refieres a millones de libras? -preguntó Hogan. Duff asintió con la cabeza-. Los negocios deben de irle bien, ¿eh?
Sí, pensó Rebus, tanto que Brimson podía permitirse el lujo de tomarse un día libre para volar a Jura.
– Bien, aquí está -dijo Duff para que centraran la atención en el portátil-. Básicamente aquí lo tenemos todo -añadió deslizando ufano el dedo por el borde de la pantalla-. En el programa de simulación podemos… muestra la trayectoria lógica cuando se produce un disparo desde cualquier distancia y cualquier ángulo sobre la cabeza o el cuerpo. -Pulsó otras teclas y Rebus oyó el zumbido del motor del cedé. En la pantalla aparecieron unos gráficos, y una figura esquelética contra una pared-. ¿Veis esto? El sujeto está a veinte centímetros de la pared y le disparan una bala desde una distancia de dos metros… entrada, salida. ¡Pum!
– Apareció una línea que penetraba en el cráneo y volvía a salir en forma de puntos finos. Duff pulsó sobre la tecla de pantalla para ampliar el impacto marcado con un recuadro en la pared.