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– Es una foto magnífica -comentó con una sonrisa.

– Ray -dijo Hogan-, por si no lo sabes, el inspector Rebus perdió a un familiar en esa habitación.

A Duff se le borró la sonrisa del rostro.

– No pretendía burlarme de…

– Sería preferible ir al grano -intervino Rebus, serio no por reproche a Duff, que ignoraba su parentesco con el muerto, sino por acabar cuanto antes.

Duff metió las manos en los bolsillos de la bata blanca y se volvió hacia las fotografías.

– Ahora tenemos que examinarlo en las fotos -dijo mirando a Rebus.

– Muy bien -respondió él asintiendo con la cabeza-. Acabemos, ¿de acuerdo?

Duff no hablaba ya con la misma animación.

– La primera víctima, Anthony Jarvies, era la que quedaba más próxima a la puerta. Hermand entra en la sala y apunta a quien tiene más cerca por pura lógica. Según las pruebas, la distancia entre ambos era poco menos de dos metros. Realmente no existe ángulo de tiro. Herdman tenía casi la misma estatura que la víctima, así que la bala le atraviesa el cráneo en trayectoria lateral; las salpicaduras de sangre son aproximadamente como cabe esperar. Luego, Herdman se da la vuelta porque su segunda víctima está más lejos, quizás a unos tres metros, distancia que él debió de reducir antes de efectuar el disparo, pero probablemente no mucho. Esta vez la bala penetra en el cráneo de arriba abajo, lo que significa que quizá Derek Renshaw trató de huir agachándose. ¿Me siguen? -añadió mirándolos. Rebus y Hogan asintieron con la cabeza y los tres fijaron la vista en la pared-. Las manchas de sangre del suelo son explicables; todo encaja -apostilló Duff con una pausa.

– ¿Hasta ahora? -preguntó Rebus, y Duff asintió con la cabeza.

– Disponemos de muchos datos sobre armas de fuego; la clase de daño que causan en el cuerpo humano y sobre cualquier material en el que impacten…

– ¿Y James Bell resulta problemático?

Duff asintió con la cabeza.

– Un poco, sí.

Hogan miró sucesivamente a Duff y a Rebus.

– ¿Por qué?

– Según la declaración de Bell, el disparo le alcanzó cuando se movía. En el momento de tirarse al suelo, en concreto, y a eso atribuía él que no le matara. Añadió que Herdman estaba a unos tres metros y medio cuando disparó -agregó Duff acercándose al ordenador para proyectar una simulación tridimensional del cuarto y señalar las respectivas posiciones del pistolero y el alumno-. También en este caso la víctima es de la misma estatura que Herdman, pero aquí el ángulo de tiro es de abajo arriba -puntualizó Duff haciendo una pausa para que lo asimilaran-. Como si el que disparó estuviese en cuclillas -añadió haciendo una flexión y apuntando con una pistola imaginaria. A continuación se incorporó y se acercó a otro de los bancos de trabajo, donde enchufó una caja de luz que les permitió ver una radiografía que mostraba la trayectoria de la bala en el hombro de James Bell-. Ésta es la herida de entrada por delante y ésta, la de salida por atrás. Se ve perfectamente -insistió señalándola con el dedo.

– Así que Herdman estaba en cuclillas -dijo Bobby Hogan encogiéndose de hombros.

– Me da la impresión de que Ray no ha terminado -comentó Rebus en voz baja, pensando que, en definitiva, no tenía muchas preguntas que plantearle.

Duff miró a Rebus y volvió a las fotografías.

– No hay salpicadura de sangre -dijo trazando con el dedo un círculo en la zona de la pared. Levantó una mano-. En realidad no es del todo cierto. Hay rastros de sangre, pero tan difuminados que apenas son perceptibles.

– ¿Y eso qué quiere decir? -preguntó Hogan.

– Que James Bell no estaba donde dice en el momento en que le dispararon. Estaba más lejos, es decir, más próximo a Herdman.

– ¿Y a pesar de eso, la trayectoria es de abajo arriba? -preguntó Rebus.

Duff asintió con la cabeza y abrió un cajón del que sacó una bolsa de plástico transparente con bordes marrones; una bolsa de pruebas en la que había una camisa blanca manchada de sangre con el orificio de entrada de la bala en la hombrera claramente visible.

– Es la camisa de James Bell -dijo Duff-. Y en ella se aprecia algo más.

– Chamusquina de pólvora -dijo Rebus pausadamente.

Hogan se volvió hacia él.

– ¿Tú cómo lo sabes? -dijo entre dientes.

Rebus se encogió de hombros.

– Bobby, ya sabes que no tengo vida social. Lo único que sé hacer es sentarme a pensar.

Hogan le miró furioso para darle a entender que no era la clase de respuesta que esperaba.

– El inspector Rebus ha dado en el clavo -añadió Duff recuperando la atención de los dos-. En los cadáveres de las dos primeras víctimas, lógicamente no existen restos de pólvora. Les dispararon desde cierta distancia. Sólo quedan restos de pólvora quemada cuando el arma está cerca de la piel o de la ropa de la víctima.

– ¿Herdman tenía también restos de pólvora? -preguntó Rebus.

– Los que corresponden al disparo de una pistola pegada a la sien -contestó Duff.

Rebus se acercó a mirar despacio las fotos. No le decían nada, lo que, en cierto modo, era precisamente el quid de la cuestión. Había que penetrar bajo la superficie para vislumbrar la verdad.

– No acabo de entenderlo -dijo Hogan rascándose la coronilla.

– Es complicado -concedió Duff-. Es difícil encajar la declaración de la víctima con las pruebas.

– Depende de cómo se mire, Ray, ¿verdad?

Duff clavó la mirada en Rebus y asintió con la cabeza.

– Todo tiene siempre una explicación -dijo.

– Bien, trata de explicármelo -dijo Hogan apoyando la palma de las manos en el banco de trabajo-. De todas maneras, hoy no tengo otra cosa que hacer.

– Es cuestión de mirarlo de otro modo, Bobby -dijo Rebus-. James Bell recibió un disparo a quemarropa.

– Sí, de alguien tan alto como un enanito de jardín -añadió Hogan con desdén.

Rebus meneó la cabeza.

– Sólo significa que no pudo ser Herdman.

Hogan abrió los ojos de par en par.

– Espera un momento…

– ¿Es correcto, Ray?

– Ésa es la conclusión, desde luego -contestó Duff restregándose el mentón.

– ¿Que no pudo ser Herdman? -repitió Hogan mirando a Rebus-. ¿Quieres decir que había alguien más? ¿Un cómplice?

Rebus negó con la cabeza.

– Lo que digo es que es posible, incluso probable, que Herdman sólo matase a una persona en esa sala.

– ¿Ah, sí; a quién? -replicó Hogan entrecerrando los ojos.

Rebus se volvió hacia Ray Duff para que fuera él quien contestase.

– A sí mismo -respondió Duff, como si fuese la explicación más natural del mundo.

Capítulo 24

Rebus y Hogan se quedaron sentados y en silencio unos minutos en el coche con el motor al ralentí. Rebus fumaba con la ventanilla del asiento del pasajero abierta mientras Hogan tamborileaba con los dedos en el volante.

– ¿Cómo lo hacemos? -preguntó Hogan, y Rebus no se hizo de rogar.

– Ya conoces mi técnica preferida, Bobby -contestó.

– ¿La del elefante que entra en una cacharrería? -aventuró Hogan.

Rebus asintió despacio con la cabeza, acabó el cigarrillo y tiró la colilla a la calle.

– Siempre me ha ido bastante bien.

– Pero esto es distinto, John. Jack Bell es diputado.

– Jack Bell es un payaso.

– No le subestimes.

– ¿Es que ahora te rajas, Bobby? -replicó Rebus volviéndose hacia su colega.

– No, pero creo…

– ¿Que tenemos que cubrirnos el culo?

– John, al contrario que tú, yo nunca he sido partidario de irrumpir en una cacharrería.

Rebus miró por el parabrisas.