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* * *

Cuando llegó ante la verja del aeródromo ya oscurecía.

Bajó del coche y llamó por el teléfono de comunicación interna que había en el exterior, pero no contestaba nadie. A través de la verja vio el coche de Siobhan aparcado delante de una oficina que tenía la puerta abierta, como si alguien hubiera salido precipitadamente.

O forcejeando… sin preocuparse de cerrar al salir.

Empujó la puerta de hierro con el hombro. La cadena traqueteaba pero no cedía. Retrocedió un paso y comenzó a darle patadas; luego volvió a empujar con el hombro, a propinarle puñetazos y, finalmente, cerró los ojos y apoyó en ella la cabeza.

– Siobhan… -musitó con voz temblorosa.

Sabía que sin unos alicates no había nada que hacer. Podía llamar a un coche patrulla para que los trajeran, pero no tenía con qué.

Brimson… ahora lo sabía. Sabía que traficaba con drogas y era él quien las había puesto en el barco de su amigo muerto. Ignoraba el móvil, pero lo averiguaría. Siobhan había llegado a descubrir la verdad y por ello había muerto. Tal vez había sostenido un forcejeo con él, lo que explicaría aquel vuelo errático. Abrió los ojos, borrosos por las lágrimas.

Miró a través de la verja.

Parpadeó para enfocar la visión.

Porque había alguien a la puerta… Una silueta, con una mano en la cabeza y la otra en el estómago. Parpadeó de nuevo para asegurarse.

– ¡Siobhan! -gritó, y ella levantó una mano y la agitó.

Rebus se subió a la verja y repitió su nombre a gritos. Ella volvió a entrar en la oficina.

Se le quebró la voz. ¿Veía visiones? No. Siobhan reapareció, subió a su coche y llegó hasta la verja. Al aproximarse, Rebus vio que efectivamente era ella y estaba bien. Frenó y se bajó del coche.

– Brimson es el que introduce las drogas… conchabado con Johnson y la madre de Teri -dijo al tiempo que buscaba en el manojo de llaves del piloto la del candado de la puerta.

– Lo sabemos -dijo Rebus, pero ella no escuchaba.

– Huyó y debió de dejarme sin sentido… Recobré el conocimiento al oír el ruido del teléfono -añadió accionando el candado y soltando la cadena.

La puerta se abrió y Rebus levantó a pulso a Siobhan del suelo en un fuerte abrazo.

– Ay, ay, ay -dijo ella para que aflojase el apretón-. Tengo contusiones -añadió mirándole a los ojos. Rebus, sin poder contenerse, le plantó un beso en los labios, con los ojos cerrados. Ella los mantuvo abiertos de par en par. Se desprendió del abrazo y retrocedió un paso para recobrar la respiración-. No es que me sienta abrumada, pero ¿a cuento de qué viene esto?

Capítulo 27

En esa ocasión fue Rebus quien acudió a visitar a Siobhan al hospital. Estaba ingresada con contusiones y tendría que pasar allí la noche.

– Esto es absurdo. De verdad que me encuentro bien -protestó ella.

– Haz lo que te han dicho, jovencita.

– Sí, claro, mira quién habla.

Como para corroborar sus palabras, en aquel momento, la misma enfermera que había cambiado el vendaje de Rebus pasó con un carrito.

Rebus acercó una silla y se sentó a la cabecera.

– ¿No me has traído nada? -preguntó Siobhan.

Rebus se encogió de hombros.

– No he tenido ni un minuto. Ya sabes cómo es.

– ¿Qué ha declarado Johnson?

– No se muestra muy elocuente, lo cual le perjudicará. Por lo que ha averiguado Gill Templer, Herdman no quería tener armas en su cobertizo y Johnson alquiló el de al lado para almacenarlas y que Herdman las activara allí, pero con el suicidio de Herdman las cosas se complicaron y Johnson no podía acercarse a trasladarlas.

– ¿Y luego le entró miedo?

– Miedo, o tal vez quisiera coger alguna para su propia protección por si acaso.

– Gracias a Dios que no llegó a hacerlo -comentó Siobhan cerrando los ojos.

Guardaron silencio unos minutos.

– ¿Y Brimson? -preguntó ella.

– ¿Qué pasa con Brimson?

– Esa decisión suya de acabar así…

– Yo creo que al final se adueñó de él el pánico.

Siobhan abrió los ojos.

– O vio claramente que no había nadie más a quien implicar.

Rebus se encogió de hombros.

– Sea lo que fuere, es una muerte más en las estadísticas de suicidios, y el Ejército tendrá que asumirla.

– A lo mejor alegan que fue un accidente.

– Tal vez lo fuese. Quizá lo único que pretendía era rizar el rizo y se estrelló por un fallo.

– Prefiero mi versión.

– Pues mantenla.

– ¿Y James Bell?

– ¿Qué?

– ¿Crees que llegaremos a entender por qué lo hizo?

Rebus volvió a encogerse de hombros.

– Lo único que sé es que la prensa va a pasarlo en grande con el padre.

– ¿Y con eso te basta?

– De momento sí.

– James y Lee Herdman… no acabo de entenderlo.

Rebus reflexionó un instante.

– Tal vez James vio que había encontrado un héroe, una persona distinta a su padre, alguien por quien valía la pena hacer cualquier cosa.

– ¿Incluso matar? -añadió ella.

Rebus sonrió, se levantó y le dio una palmadita en el brazo.

– ¿Ya te vas?

Él se encogió de hombros.

– Tengo mucho que hacer. Ahora tenemos un policía menos.

– ¿No puedes dejarlo para mañana?

– La justicia nunca duerme, Siobhan. Lo que no quiere decir que tú no lo hagas. ¿Quieres algo antes de que me vaya?

– Pues quizá la sensación de haber logrado algo.

– No creo que las máquinas expendedoras tengan de eso, pero veré qué puedo hacer.

* * *

Había vuelto a hacerlo.

Acabó bebiendo demasiado… y al volver a casa tiró la chaqueta en el vestíbulo y se derrumbó en la taza del váter apoyando la cabeza en las manos.

Era la última vez… La última vez había sido la noche de Martin Fairstone, cuando había estado en diversos pubs buscando a su presa, más los whiskies que se tomó en casa de Fairstone antes de volver a la suya en taxi. Al llegar a Arden Street, el conductor tuvo que despertarle. Apestaba a tabaco y, con idea de quitarse el olor, se preparó un baño abriendo el grifo del agua caliente pensando en echar después la fría. Se sentó en la taza medio desvestido, con la cabeza en las manos y los ojos cerrados.

Sintió en la oscuridad cómo se movía el mundo sobre su eje, venciéndole a él hacia delante y cayó de rodillas, se dio un cabezazo contra el borde de la bañera y se levantó con las manos ardiendo, dentro de la bañera, escaldadas.

Escaldadas.

No había ningún misterio.

Puede sucederle a cualquiera.

¿No es cierto?

Pero esta noche no. Se levantó, recobró el equilibrio, consiguió llegar al cuarto de estar, se dejó caer en el sillón y lo acercó a la ventana empujando con los pies. Era una noche tranquila y había luces en los pisos de enfrente. Parejas descansando, echando un ojo a los niños. Solteros esperando una pizza o viendo un vídeo que acababan de alquilar. Estudiantes matando una noche más en los pubs, preocupados por la proximidad de los exámenes.

Seguro que casi ninguno se enfrentaría a misterios. Tendrían temores, sí; dudas; algunos incluso sentirían remordimiento por pequeños errores y faltas, pero no eran asuntos que pudieran ser motivo de preocupación para Rebus y sus colegas. Aquella noche no. Palpó con los dedos el suelo en busca del teléfono y se lo puso en el regazo pensando en llamar a Allan Renshaw. Tenía que decirle algunas cosas.

Había estado pensando en eso de las familias; no sólo por la suya, sino en general por las relacionadas con el caso. Lee Herdman, que había abandonado a la suya; James y Jack Bell, exclusivamente unidos por el vínculo de la sangre; Teri Cotter y su madre. Y en su mismo caso, él, que sustituía a su familia por colegas como Siobhan y Andy Callis para establecer lazos muchas veces más fuertes que los de la sangre.