Bird se sirvió una copa. El brazo le temblaba: el vaso castañeteó contra la botella como una rata enfadada. Frunció el entrecejo y bebió. ¡Cómo quemaba! La tos lo sacudió y los ojos se le llenaron de lágrimas. Pero la flecha del placer ardiente traspasó de inmediato su estómago, y Bird dejó de temblar. Eructó con sabor a fresas salvajes, se secó los labios con el dorso de la mano y volvió a llenar el vaso, esta vez con pulso firme. ¿Durante cuántos miles de horas había evitado el whisky? Sintiendo una animosidad general, vació su segundo vaso. En esta ocasión no le quemó la garganta, ni tosió, ni sus ojos lagrimearon. Levantó la botella y observó la imagen de la etiqueta. Suspiró extasiado y bebió un tercer vaso.
Cuando Himiko regresó, Bird comenzaba a sentirse borracho. Ante el cuerpo de Himiko, el asco renació pero el veneno del alcohol amortiguó sus efectos. Además, el vestido de punto negro que llevaba reducía la amenaza de la carne que ocultaba. Después de peinarse, Himiko encendió las luces. Bird hizo sitio en la mesa y le sirvió whisky y un vaso con agua. Himiko se sentó en una gran silla de madera tallada y se arregló el vestido para no dejar su piel al descubierto más de lo necesario. Bird lo agradeció mentalmente. Aunque la iba superando poco a poco, su repugnancia todavía persistía.
– De todos modos -dijo Bird y vació su vaso.
– De todos modos.
Himiko frunció el labio inferior, como un orangután que prueba un sabor nuevo, y bebió un sorbito de whisky.
Permanecieron sentados, entretejiendo el aire con sus alientos alcohólicos, y se miraron por primera vez a los ojos. Recién salida de la ducha, Himiko no era fea. Se apreciaba tanta diferencia entre la Himiko que le recibiera en la puerta y ésta, como entre una madre y una hija. Bird se sentía contento. A la edad de Himiko todavía se producían estos renacimientos tan sorprendentes.
– Mientras me duchaba recordé un poema. ¿Lo recuerdas?
Himiko susurró un verso de un poema inglés como si fuera un hechizo. Bird escuchó y le pidió que volviera a recitarlo.
– Sooner murder an infant in its cradle than nurse unacted desires.
– Pero no es posible asesinar a todos los bebés en la cuna -dijo Bird-. ¿Quién es el autor?
– William Blake. ¿Recuerdas que mi tesis fue sobre él?
– Tienes razón.
Bird giró la cabeza y descubrió una reproducción de Blake en la pared contigua a la habitación. Había visto la pintura muchas veces pero nunca le había prestado atención. Ahora observó lo extraña que era. Una plaza pública rodeada de edificios estilo Oriente Medio. A lo lejos se elevaban un par de pirámides estilizadas: debía de ser en Egipto. La tenue luz del amanecer bañaba la escena. ¿O sería el crepúsculo? Tendido en la plaza, como un pez con el vientre desgarrado, estaba el cadáver de un hombre joven. Junto a él, angustiada, estaba su madre rodeada de un grupo de ancianos con lámparas y mujeres meciendo bebés. Pero lo más impresionante del cuadro era la presencia dominante de un ser gigantesco que, por encima de las cabezas, arremetía contra la plaza con los brazos extendidos. ¿Sería una presencia humana? El cuerpo musculoso estaba recubierto de escamas; los ojos, llenos de dolor y amargura; la boca, hundida en el rostro tan profundamente como una boca de salamandra. ¿Sería un demonio? ¿Un dios? La criatura parecía elevarse hasta la turbulencia del cielo nocturno, mientras ardía en las llamas de sus propias escamas.
– ¿Qué hace? ¿Son escamas o es una cota de malla estilo caballero medieval?
– Creo que son escamas -dijo Himiko-. Es la Peste, que intenta aniquilar a los primogénitos de Egipto.
Bird sabía poco acerca de la Biblia. Tal vez fuese una escena del Éxodo. De todos modos, los ojos y la boca de la criatura resultaban tremendamente grotescos. Pena, temor, sorpresa, fatiga, soledad…, incluso un atisbo de risa manaban ilimitadamente de los ojos negros como el carbón y de la boca de salamandra.
– ¿No es encantador? -preguntó Himiko.
– ¿El hombre de las escamas?
– Por supuesto. Y me agrada imaginar cómo me sentiría si fuese el espíritu de la Peste.
– Probablemente tan mal que tus ojos y tu boca empezarían a parecerse a los de él. -Bird echó un vistazo a la boca de Himiko.
– Da miedo. ¿A que sí? Siempre que pienso en algo que me atemoriza, imagino que sería mucho peor si yo estuviera aterrorizando a alguien. Así obtengo cierta compensación psicológica. ¿Crees que alguna vez le has producido a otra persona tanto miedo como el que has sentido en tu vida?
– No lo sé. Tendría que pensarlo.
– Probablemente no sea algo para meditar.
– Pues entonces supongo que nunca he asustado realmente a nadie.
– Muy bien. Pero ¿no te parece una experiencia que tarde o temprano tendrás? -La voz de Himiko adoptó un tono cauteloso y profético a la vez.
– Supongo que asesinar a un bebé en su cuna aterraría a cualquiera, incluso a ti.
Bird llenó los vasos. Apuró su whisky de un trago y volvió a llenar el vaso. Himiko no bebía con tanta celeridad.
– ¿Qué te ocurre? -preguntó Bird.
– Nada, sólo que luego tendré que conducir. ¿Alguna vez te he llevado en mi coche, Bird?
– Creo que no. Tendremos que hacerlo un día de éstos.
– Ven cualquier noche y te llevaré. De día es peligroso por el tráfico. Mis reflejos funcionan mejor durante la noche. Ya sabes, durante el día…
– ¿Por eso permaneces encerrada y pensando todo el día? Llevas la vida de un auténtico filósofo; un filósofo que corre por ahí en un M G escarlata a medianoche. No está mal, ¿sabes? Por cierto, ¿qué es eso del universo pluralista?
Bird observó con ligera satisfacción cómo el rostro de Himiko se contraía de placer. Así la compensaba por lo intempestivo de su visita y por todo lo que pensaba beber. Aparte de él, poca gente prestaría atención a las fantasías de Himiko.
– En este preciso momento, ambos estamos sentados y conversando en una habitación que forma parte de lo que se denomina mundo real -comenzó la chica.
Bird se acomodó para escucharla, sosteniendo cuidadosamente el vaso lleno de whisky en su mano, como un crío haría con su juguete preferido.
– Bueno, resulta que tú y yo también existimos, bajo diversas formas, en numerosos universos diferentes. ¡Ahora mismo! Podemos recordar varias ocasiones, en el pasado, cuando las oportunidades de vivir o morir se equilibraban. Por ejemplo, de niña enfermé de fiebre tifoidea y estuve a punto de morir. Recuerdo perfectamente el momento cuando llegué a la encrucijada: podía descender hacia la muerte o escalar la ladera de la recuperación. Naturalmente, la Himiko que ahora está contigo escogió el segundo camino. ¡Pero en ese mismo instante otra Himiko escogió el primer camino, hacia la muerte! Y un universo de personas que conservan un fugaz recuerdo de la Himiko que murió se puso en movimiento en torno a mi cadáver. ¿Entiendes, Bird? Cada vez que te encuentras en una encrucijada entre la vida y la muerte, se abren ante ti dos universos: uno pierde toda relación contigo porque te mueres, el otro la mantiene porque en él sobrevives. Como si te desnudaras, abandonas el universo donde sólo existes como cadáver y pasas al universo en donde sigues vivo. En otras palabras, en torno a cada uno de nosotros surgen varios universos, tal como las ramas y las hojas se bifurcan y se alejan del tronco.
»Este tipo de división celular universal también se produjo cuando mi esposo se suicidó. Yo lo sobreviví en el universo en el que murió, pero en otro universo, donde sigue viviendo sin haberse suicidado, otra Himiko vive con él. El mundo que un hombre deja atrás cuando muere muy joven, y el mundo en el que se libra de la muerte, siguen coexistiendo… Los mundos que nos contienen se multiplican continuamente. Esto es lo que quiero decir cuando hablo de universo pluralista.
»¿Y sabes una cosa, Bird? No tienes que estar tan apenado por la muerte del bebé. Porque ahora vive en otro universo, en el que tú eres un joven padre borracho de felicidad y yo me siento feliz porque acabo de enterarme de la buena noticia y estamos brindando juntos. ¿Comprendes, Bird?
Mientras bebía whisky, Bird sonreía apaciblemente. El alcohol ya se había extendido por todo su cuerpo y estaba surtiendo efecto; la tensión entre su oscuridad interior y el mundo exterior se había equilibrado. Aunque Bird sabía que tal sensación no duraría mucho.
– Bird, tal vez no lo entiendas por completo, pero ¿comprendes al menos la idea general? En tus veintisiete años de vida debes de recordar momentos en los que te has hallado en una posición dudosa entre la vida y la muerte. Pues bien, en cada uno de esos momentos, has sobrevivido en un universo y has abandonado tus cadáveres en otro. ¿Bird? Tienes que recordar algunos de esos momentos.