– Estamos tomando cerveza -llamó Himiko a su amiga.
– No, gracias. Tengo que ir a la radio.
– Pero todavía es temprano -dijo Himiko.
– Seguro que ya no me necesitas, estando aquí Bird -replicó ambiguamente. Y dirigiéndose a éste agregó-: Soy el hada madrina de todas las chicas de mi promoción universitaria. Me necesitan porque no saben lo que quieren. Cuando tienen problemas, me llaman y yo las consuelo. Procura no enredar a Himiko en tus líos familiares. Pese a todo, te compadezco…
Himiko acompañó a su amiga a por un taxi. Mientras, Bird se duchó. El agua fría le recordó una excursión en su época de colegial, cuando un aguacero lo había empapado tras haberse perdido del resto del grupo. En ese momento, igual que un cangrejo que acabara de mudar de caparazón, flaqueaba ante los enemigos más insignificantes. Nunca había estado en peores condiciones, pensó. Haberse enfrentado a la pandilla de adolescentes, la noche en que nació su bebé, le parecía ahora un milagro casi imposible.
Algo excitado después de la ducha, Bird se acostó desnudo en la cama. El olor de la intrusa había desaparecido; la casa despedía otra vez su característico y vetusto olor. La madriguera de Himiko, pensó Bird. Se parece a un animalillo que necesitara frotar su olor por todos los rincones para delimitar su territorio. De lo contrario, no consigue liberarse de la angustia. Bird estaba tan acostumbrado al olor de la casa que a veces lo confundía con el suyo propio. Himiko tardaba en regresar. Fue a la cocina y probó con otra botella de cerveza, esta vez más fresca.
Cuando Himiko regresó al fin, una hora después, halló a Bird malhumorado.
– Estaba celosa -dijo ella refiriéndose a su amiga.
– ¿Celosa?
– ¿Puedes creer que es el miembro más patético de nuestro grupo? De tanto en tanto, alguna de nosotras se va a la cama con ella. Eso la hace sentirse mejor. Le dejamos creer que es una especie de hada madrina. No te preocupes, es inofensiva.
Las barreras morales de Bird estaban muy debilitadas, así que las relaciones de Himiko con su amiga no le sorprendieron. Pensando en sí mismo, dijo:
– Tal vez hablara así impulsada por los celos, pero eso no implica que pueda librarme sano y salvo de todo lo que dijo.
CAPÍTULO X
Estaban mirando las noticias de medianoche en la televisión. Bird permanecía echado en la cama boca abajo, la cabeza apenas levantada como un pequeño cocodrilo. Himiko estaba en el suelo, abrazándose las rodillas. Disfrutaban desnudos de la frescura del aire nocturno. Previendo la llamada telefónica, habían bajado el sonido del aparato, por lo que sólo se oía una especie de murmullo continuo, tan débil como el zumbido de una abeja. Bird no quería escuchar ninguna voz dotada de significado y emoción, ni se preocupaba por distinguir las formas que se sucedían en la pequeña pantalla. Quería evitar que todo lo procedente del mundo exterior se proyectara con nitidez en su conciencia. Tan sólo esperaba una señal, una única señal. De pronto, Himiko dejó en el suelo el libro que leía, Mi vida en el bosque de los fantasmas, del escritor africano Amos Tutuola, se inclinó hacia delante y subió el volumen del televisor. Bird, ajeno a todo, continuaba esperando como atontado. Al cabo de pocos minutos, Himiko apagó el televisor. El punto de mercurio resplandeció y desapareció: una abstracción pura de la forma de la muerte. Bird, impresionado, casi dejó escapar un grito. ¡Quizá el bebé acaba de morir!, pensó. Todo el día había estado esperando la noticia, no había hecho otra cosa que comer algo de pan con jamón, beber cerveza y penetrar a Himiko varias veces. Ni siquiera había mirado sus mapas de África ni leído su novela africana (en cambio, Himiko, como contagiada de aquella fiebre, se había enfrascado en el mapa y el libro). Sólo había pensado en la muerte del bebé.
Hitniko se dio la vuelta y dijo algo, con un brillo ardiente en la mirada.
– ¿Qué? -preguntó él, sin entender las palabras de Himiko.
– ¡Que éste puede ser el comienzo de la guerra atómica! ¡El fin del mundo!
– ¿A qué te refieres? -dijo sorprendido.
– Pero ¿no has escuchado la noticia?
– ¿Noticia? ¿Qué noticia?
Himiko contempló a Bird con incredulidad, pero comprendió que realmente no entendía nada. Con los ojos brillantes de excitación, exclamó:
– ¡Prepárate, Bird!
– ¿Qué diablos ocurre?
– Jruschov ha reanudado las pruebas nucleares. Al parecer, han probado una nueva bomba mucho más potente que la de hidrógeno.
– ¿De veras?
– No pareces muy impresionado.
– Supongo que no…
– Pues me resulta extraño.
Sí que era extraño. Bird fue consciente de que la noticia no le impresionaba lo más mínimo. Pensó que tampoco se sorprendería al enterarse del estallido de la Tercera Guerra Mundial…
– De verdad que no siento nada -dijo.
– ¿Por qué te has vuelto tan indiferente a la política?
Bird caviló en silencio durante unos segundos.
– Mis días de estudiante han pasado. Ya no soy tan sensible a la situación internacional ni a la política. Sin embargo, las armas atómicas siempre me han preocupado. Nuestro grupo de estudio de lenguas eslavas participó en una campaña antinuclear. Con respecto a lo de Jruschov, no sé qué me ha pasado…
– Bird…
– Parece como si mi sistema nervioso sólo fuera sensible al problema del bebé -afirmó Bird, vagamente ansioso.
– Lo sé. Durante todo el día no has hablado más que del bebé y su posible muerte.
– Su fantasma ocupa mi cabeza. Es como estar sumergido en un lago que fuera el bebé mismo.
– Eso no es normal. Si esto se prolongara, digamos, cien días, te volverías loco, Bird.
Bird la miró con el ceño fruncido, como si el eco de sus palabras pudiese otorgar al bebé la energía que Popeye encontraba en un bote de espinacas. ¡Cien días! ¡Dos mil cuatrocientas horas!
– Si permites que el fantasma del bebé se adueñe de ti, no creo que puedas escapar ni siquiera después de su muerte. Por favor, reflexiona. -Y a continuación, citó en inglés un pasaje de Macbeth-: These deeds must not be thought after these ways, so it will make us mad [«No puede pensarse así sobre esos hechos. Nos enloquecerá,» (N. de la T.)].
– No puedo evitar pensar en el bebé. Y probablemente me suceda lo mismo después de su muerte. No puedo evitarlo -murmuró-. Quizá tengas razón, lo peor vendrá tras su muerte.
– Todavía estás a tiempo de llamar al hospital…
– ¿De qué serviría exigir que vuelvan a darle leche? -interrumpió Bird con voz quejumbrosa y agitada-. ¡Si hubieras visto el bulto que tiene en la cabeza!
Evitaron mirarse a los ojos. Luego, Himiko apagó la luz y se metió en la cama junto a Bird. Durante un rato permanecieron en silencio, inmóviles. Hasta que ella se apretó contra su cuerpo como una novata en relaciones sexuales. Bird sintió el vello púbico contra su muslo. Experimentó una fugaz sensación de repugnancia. Deseaba que Himiko se durmiera y al mismo tiempo que permaneciera despierta hasta que él se rindiera al sueño. Transcurrieron varios minutos en que ambos percibían que el otro estaba despierto e inmóvil. Cuando Hirniko no soportó más esa situación, dijo:
– Anoche soñaste con el bebé, ¿no? -Su voz sonaba extrañamente aguda.
– Sí. ¿Por qué lo preguntas?
– ¿Cómo fue?
– Había una base de misiles en la luna y la cuna del bebé estaba allí, completamente sola en los desiertos lunares. Un sueño sencillo.
– Pues te encogiste, cerraste los puños y lloraste como un recién nacido. Lo presencié todo.
– No me lo creo -dijo Bird, un poco avergonzado.
– Tuve miedo, pensé que tal vez seguirías siempre así, sin retornar jamás a la vigilia.
Bird permaneció en silencio, con las mejillas ardiendo en la oscuridad. Himiko se quedó inmóvil.
– Bird…, si se tratase de algo que también me afectara a mí, que pudiese compartir contigo, entonces podría ayudarte mejor. -Su tono era afectuoso.
– Tienes razón. Es una cuestión personal. Cuando estás solo dentro de una cueva privada, al final llegas a una salida lateral que conduce a una verdad que te concierne a ti y a todo el mundo. Eso recompensa los sufrimientos padecidos. ¿No le ocurrió así a Tom Sawyer? Tuvo que sufrir en una cueva oscura, pero al mismo tiempo encontró el camino hacia la luz y un saco de oro. Sin embargo, lo que experimento ahora es como cavar en solitario el pozo vertical de una mina, recto hacia abajo, hacia una profundidad sin esperanzas y que nunca se abrirá al mundo de nadie más. Así que, aunque sude y sufra en mi cueva privada, mi experiencia jamás le importará o concernirá a nadie. Lo único que hago es cavar y cavar, algo estéril y vergonzoso. ¡Esta vez Tom Sawyer está en el fondo de un pozo sin salida y no me sorprendería que enloqueciera!