Bird se incorporó lentamente de la silla. Le dijo a Himiko:
– He decidido llevar al bebé nuevamente al hospital para que lo operen. No volveré a intentar huir por todos los resquicios.
– ¿Qué dices? -dijo Himiko con recelo-. Bird, ¿qué te sucede? Ya no hay tiempo para eso.
– Desde que nació el bebé estoy intentando huir.
– Pero ahora resulta que has encargado que acaben con el bebé. Somos cómplices, ¿no lo recuerdas? No estamos huyendo. Además, piensa en el viaje a África.
– He dejado al bebé en manos de ese carnicero abortista y he escapado. He estado huyendo todo el tiempo, huyendo y huyendo. He imaginado África como el final de toda la fuga, el punto límite… ¿Sabes?, tú también huyes. No eres más que una cabaretera que huye con un estafador.
– Yo participo. Estoy contigo en esto, soy tu cómplice. ¡No digas que estoy huyendo! -El grito de Himiko sonó histérico.
– Hoy te has metido en un bache por no atropellar a un gorrión muerto. ¿Te parece ése el comportamiento de alguien que luego participa en que le corten el cuello a un bebé?
Himiko se ruborizó y le invadió la rabia y la desesperación. Miró indignada a Bird. Quería rebatirlo pero no le salían las palabras.
– Si quiero enfrentar mi responsabilidad, sólo tengo dos caminos: o le estrangulo con mis propias manos o lo acepto y lo crío. Lo sé desde el principio, pero no he tenido valor para aceptarlo…
– Bird -lo interrumpió Himiko-, ¡el bebé ha cogido pulmonía! Si intentaras llevarlo al hospital se moriría a medio camino. Entonces sería mucho peor…
– Eso significaría que lo he matado con mis propias manos. Y merecería el castigo que me impusieran. Lo asumiré.
Habló con calma. Sentía que se estaba liberando de la última trampa del engaño. Eso le daba confianza en sí mismo. Himiko le miró encolerizada, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Se le ocurrió una nueva estrategia:
– Supongamos que lo operan y le salvan la vida, ¿Qué tendrías, entonces? Sólo un vegetal. No sólo fomentarás tu propia desgracia sino que alimentarás una vida inservible. ¿Crees que es justo? Dímelo.
– Es por mi propio bien. Para dejar de huir de una vez.
Himiko se negaba a comprender. Le miraba desconfiada. Por fin pudo sobreponerse a su abatimiento y dijo con sorna:
– De manera que forzarás a un bebé vegetal a seguir viviendo para tranquilizar tu propia conciencia… ¿Es parte de tu reciente humanismo?
– Lo único que deseo es dejar de ser alguien que huye de todas sus responsabilidades.
– Pero, Bird… -sollozó Himiko-. ¿Y nuestro viaje a África? ¿Qué hay de nuestra promesa?
– ¡Por Dios, Himi! Contrólate. Una vez que Bird empieza a preocuparse por sí mismo ya no oye a nadie más -dijo Kikuhiko.
Bird atisbo en los ojos de Kikuhiko algo similar a un odio reconcentrado. Pero Himiko se repuso y volvió a ser la misma que días antes acogiera a Bird con su botella de Johnny Walker, una chica ya no tan joven pero sí infinitamente generosa: la tierna y plácida Himiko.
– De acuerdo, Bird. Aun sin ti, me iré a África. Lo venderé todo y me llevaré como compañía al joven que robó el neumático. Ahora que lo pienso, lo he hecho sufrir bastante.
– La señorita Himi se pondrá bien enseguida -distendió la atmósfera Kikuhiko.
– Gracias -dijo Bird sinceramente, dirigiéndose a ambos.
– Bird, tendrás que soportar muchos sufrimientos -dijo Himiko con la intención de alentarlo-. Adiós, Bird. Cuídate.
Bird hizo un gesto afirmativo con la cabeza y salió del bar.
El taxi se precipitaba por las calles húmedas a toda velocidad. Si muriera ahora en un accidente, antes de salvar al bebé, mis veintisiete años de vida no habrían servido de nada. Bird sintió el terror más profundo que jamas había experimentado.
CAPÍTULO XIV
Era el final del otoño. Cuando Bird descendió las escaleras tras despedirse del cirujano, sus suegros le recibieron con una sonrisa frente a la unidad de cuidados intensivos. Su esposa estaba de pie en medio de ellos, con el bebé en brazos.
– ¡Enhorabuena, Bird! -exclamó su suegro-. Se parece a ti, ¿sabes?
– En cierto modo -dijo Bird con reserva.
Una semana después de la operación, el bebé había adquirido un aspecto casi humano. Y a la semana siguiente había comenzado a parecerse a Bird.
– La anomalía en el cráneo no tenía más que unos centímetros hacia dentro. Ahora parece estar cerrando definitivamente. Se lo enseñaré cuando lleguemos a casa; me han dejado las radiografías. Resultó que el cerebro no sobresalía de la cavidad craneal, así que, a fin de cuentas, no era una hernia cerebral sino un tumor benigno. En la protuberancia que extirparon había dos granos duros y blancos como pelotas de ping pong.
– Realmente hay que agradecer el éxito de la operación.
El profesor había esperado a que se produjera una pausa en la charla de Bird.
– Bird, has dado tanta sangre para las transfusiones que pareces una doncella tras encontrarse con Drácula -intervino la suegra, con buen humor-. En serio, Bird. Has estado tan valiente e incansable como un león joven.
Atemorizado por el cambio repentino de ambiente, el bebé permanecía en silencio e inmóvil, observando a los adultos con unos ojos que seguramente apenas distinguían las formas. Bird y el profesor se fueron adelantando a las dos mujeres que se retrasaban haciéndole gracias al bebé.
– Esta vez sí que hiciste frente a los problemas -dijo el profesor.
– En realidad intenté zafarme varias veces. Y casi lo logro. Pero parecía que la realidad lo obligara a uno a vivir adecuadamente cuando se es parte del mundo real. Quiero decir que, aunque uno intente permanecer en la red del engaño, al final descubre que la única alternativa es salirse de ella. -Bird se sorprendió de la amargura contenida en su tono de voz-. Al menos, eso es lo que he aprendido.
– Hay personas que toda la vida van saltando de un engaño a otro, e igualmente viven en el mundo real.
Bird volvió a rememorar el carguero que unos días antes había partido con destino a Zanzíbar, con Himiko a bordo. Se imaginó a sí mismo, después de matar al bebé, de pie a su lado en lugar de aquel hombre de aspecto juvenil,… Una perspectiva del Infierno bastante tentadora. Tal vez esa posibilidad se cumpliera en alguno de los universos de Himiko. Abrió los ojos y regresó al universo en el que había escogido permanecer.
– Existen probabilidades de que crezca con normalidad -dijo-, pero existe un alto riesgo de que su coeficiente intelectual sea muy bajo. Eso significa que tendré que ahorrar todo lo que pueda para su futuro. Desde luego que no le pediré que me ayude a encontrar un trabajo, después de lo sucedido con el anterior. He decidido abandonar mi carrera docente… He pensado en trabajar como guía de turistas extranjeros. Siempre soñé con viajar a África y contratar un guía, de modo que sólo invertiré la fantasía: yo seré el guía local para quienes visiten Japón.
El profesor iba a replicarle pero tuvieron que hacerse a un lado para dejar paso a una pandilla de chicos. Todos llevaban chaquetas con un dragón bordado en la espalda. Bird se dio cuenta de quiénes eran: los gamberros con los que había peleado la noche en que nació el bebé.
– Conozco a esos muchachos pero ellos no me han reconocido.
– En pocas semanas te has convertido en otra persona. Tal vez se deba a ello.
– ¿De verdad lo cree así?
– Has cambiado mucho. -La voz del profesor sonaba cálida y afectuosa-. Un apodo infantil como Bird ya no te va.
Se detuvieron a esperar a las mujeres y entonces Bird miró a su hijo, acunado en brazos de su esposa. Intentó reflejar su imagen en las pupilas del bebé, pero fue tan minúscula que Bird no pudo confirmar su nuevo rostro. En cuanto llegara a casa se echaría un vistazo en el espejo. Y luego estrenaría el diccionario que le regalara Delchef, en cuya solapa interior había escrito una palabra que significaba «esperanza». La primera palabra que Bird quería buscar en el diccionario de aquel pequeño país balcánico era «perseverancia».