– ¿De modo que su padre lo sabía?
– Le golpeó de mala manera. Mick volvió a casa, sangrando y maldiciendo, y llorando también. Pensé que entonces lo dejaría.
– Pero, en cambio, inició una segunda vida en Londres.
– Yo pensaba que estaba mejor. -Se secó los ojos y se sonó-. Pensé que se había curado. Pensé que podríamos ser felices. Como cuando éramos amantes. En aquella época lo éramos.
– ¿Sabía alguien más lo de su travestismo? ¿Mark, alguien del pueblo, o del periódico?
– Harry. Nadie más. Dios mío, sólo yo.
Jasper se había adelantado. Se dirigían a la mansión por el camino privado. El cielo había perdido sus últimos vestigios de azul, adoptando el color del peltre viejo. Deborah caminaba entre ambos, rodeando con la mano el brazo de Lynley. Éste miraba a St. James por encima de su cabeza.
– Desde el primer momento ha parecido un crimen pasional -contestó St. James-. Un golpe en el mentón que le envió contra el friso de la chimenea. Nadie premedita un asesinato así. Siempre hemos estado de acuerdo en que se produjo una discusión, pero hemos intentado relacionarla con la profesión de Mick. ¿Quién fue el primero en insinuarlo?
St. James asintió, como aceptando con pesar la realidad.
– Harry Cambrey.
– Tuvo la oportunidad. Tuvo un móvil.
– ¿El travestismo de su hijo?
– Ya habían llegado a las manos anteriormente.
– Harry Cambrey también tenía otros motivos de queja -indicó Deborah-. ¿No llevó a cabo Mick mejoras en el periódico? ¿No solicitó un préstamo bancario? Quizá Harry quería saber exactamente en qué se gastaba el dinero. Cuando descubrió que lo gastaba en aquello que Harry odiaba más, el travestismo de Mick, perdió los estribos.
– ¿Cómo explicas el estado de la sala?
– Un subterfugio -dijo Lynley-. Para apoyar su teoría de que Mick fue asesinado a causa de un artículo.
– Pero eso no explica las otras dos muertes -repuso St. James-. Vuelve a poner en peligro a Peter. Si Brooke no se cayó por accidente, alguien le empujó, Tommy.
– Siempre volvemos a Brooke.
– Lo cual debería convencernos de que él fue el responsable, independientemente de los detalles escabrosos que descubramos en las relaciones de Mick con otras personas.
– La ensenada y la oficina del periódico, entonces.
St. James asintió.
– Confío en que de ahí extraigamos la verdad.
Pasaron bajo el portal Tudor y cruzaron el camino. En el jardín se detuvieron para acariciar a un perdiguero de lady Asherton, que corrió hacia ellos con una pelota de tenis entre las fauces. Lynley la recuperó, arrojándola hacia el patio oeste, y vio como el perro la perseguía entre alegres ladridos. Como en respuesta a éstos, la puerta principal se abrió y lady Asherton salió de la casa.
– He comido mientras os esperaba -dijo a modo de saludo y siguió hablando, pero esta vez sólo a Lynley-. Peter ha telefoneado. El Yard le ha dejado en libertad, pero con la condición de que no salga de Londres. Preguntó si podía ir a Eaton Terrace. ¿Hice bien en decir que tú no te opondrías, Tommy? No estaba muy segura de que accedieras a tenerle en tu casa.
– Ningún problema.
– Le encontré muy diferente de otras veces. Me pregunto si… esta vez está preparado para un cambio positivo.
– Lo está. Sí, creo que sí. Yo también. -Lynley, nervioso, miró a St. James y Deborah-. ¿Me concedéis unos minutos?
Su inmediata comprensión le tranquilizó. Se dirigió a la entrada con su madre.
– ¿Qué pasa, Tommy? -preguntó lady Asherton-. ¿Hay algo que no me hayas dicho, acerca de Peter?
– Voy a hablar de él con el DIC de Penzance hoy -dijo Lynley. El rostro de su madre palideció-. Él no mató a Mick. Tú y yo lo sabemos, pero estuvo en la casa el viernes después que John. Mick seguía vivo. Ésa es la verdad. La policía ha de saberlo.
– ¿Sabe Peter…?
Dio la impresión de que no se atrevía a completar la frase. Lynley lo hizo por ella.
– ¿Que tengo la intención de hablar con la policía? Sí, lo sabe. St. James y yo pensamos que hoy podremos demostrar su inocencia. Peter confía en que lo logremos.
Lady Asherton forzó una sonrisa.
– En ese caso, yo también confiaré en vosotros.
Hizo ademán de querer dirigirse hacia el interior de la mansión.
– Madre.
Ni siquiera en este momento sabía si podría hacerlo, ignoraba cuánto le costaría hablar. Casi dieciséis años de amargura habían creado un campo de minas entre ellos. Intentar cruzarlo ahora exigía cierta fortaleza de carácter que no estaba seguro de poseer.
Su madre vaciló, con la mano apoyada en la puerta para abrirla. Aguardaba sus palabras.
– Me he portado muy mal con Peter. Lo he complicado todo.
Lady Asherton ladeó la cabeza. Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios.
– ¿Te has portado mal con él? Peter es mi hijo, Tommy. Es mi responsabilidad. No te eches culpas innecesarias.
– No tuvo padre. Yo pude sustituirle. No quise. Pude volver a casa y dedicar más tiempo a Peter, pero, como no lo podía soportar, le dejé abandonado a su suerte.
Vio que su madre comprendía la intención oculta tras sus palabras. Dejó caer la mano y se acercó al camino, donde él se encontraba. Lynley miró el escudo de armas de Asherton, situado sobre la puerta de la mansión. Nunca había pensado en la divisa heráldica como algo más que un anacronismo divertido, pero ahora la vio como una declaración de energía. El sabueso y el león trabados en combate, el perro superado por la fuerza del león, pero sin dar muestras de temor.
– Sabía que amabas a Roderick -prosiguió-. Lo leí en tu rostro. Quise castigaros.
– Pero yo también te quería a ti. Lo que sentía por Roddy no tenía nada que ver contigo.
– El problema no residía en que tú no me quisieras. Era incapaz de comprenderte y perdonarte por lo que eras.
– ¿Por querer a alguien más que a tu padre?
– Por entregarte al deseo en vida de papá. No pude soportarlo. No pude soportar lo que significaba.
Lady Asherton desvió la vista hacia el portal Tudor.
– Me entregué -reconoció-. Sí, lo hice. Ojalá hubiera poseído la nobleza, el coraje o lo que fuera de romper con Roddy cuando me di cuenta de lo mucho que le amaba, pero carecía de la energía necesaria, Tommy. Otras mujeres habrían sido capaces, probablemente, pero yo era débil. Necesitaba amor. Me pregunté si era malo que Roddy y yo nos amáramos con sinceridad. ¿Cometíamos una grave equivocación si hacíamos caso omiso de las conveniencias sociales y actuábamos a tenor de nuestro amor? Yo le quería. A fin de tenerle y sobrevivir, dividí mi vida en compartimientos bien definidos: mis hijos en uno, tu padre en otro y Roddy en el tercero, y actué de forma diferente con cada uno. Lo que no esperaba es que salieras del compartimiento que te había reservado y vieras a la persona que amaba a Roddy. Nunca pensé que me vieras tal como era.
– ¿Qué eras en realidad, madre? Un ser humano, ni más ni menos. No pude aceptarlo.
– No te atormentes. Te comprendo.
– Tenía que hacerte sufrir. Sabía que Roderick quería casarse contigo. Juré que no lo conseguiría jamás. Tú debías lealtad a la familia y a Howenstow, antes que a otra cosa. Sabía que no se casaría contigo a menos que tú prometieras abandonar la propiedad. Así que te mantuve en ella como una prisionera, durante todos esos años.
– Eso es imposible. Yo elegí quedarme.