– ¿Se trata de Nash? ¿Te preocupa que haya algo entre nosotros?
El chico volvió a encogerse de hombros.
– Es un hombre amable -contestó ella-, pero eso no significa nada. Está de vacaciones. Cuando se le terminen regresará a Chicago.
Donde aquel viudo guapo tendría seguramente docenas de mujeres elegantes y sofisticadas esperándolo. Donde no se acordaría de una madre sola con tres hijos que sentía por él una vergonzosa atracción.
– ¿Te gustaría, ya sabes… salir con él?
Para ser sinceros lo que más le gustaría hacer con Nash sería quedarse, pero no era eso lo que su hijo quería saber. Dos semanas atrás le habría dicho a Brett que no tenía intención de volver a salir con ningún hombre jamás. Pero la llegada de Nash le había demostrado que su vida tenía grietas. No iba a ser tan estúpida como para arriesgarse a otro matrimonio, pero no le importaría disfrutar de vez en cuando de un poco de compañía masculina.
– No me imagino teniendo una cita con Nash -dijo con sinceridad-. Ya hace tres años que murió papá. Mis sentimientos hacia él no han cambiado pero llegará un momento en que tenga ganas de volver a salir con alguien.
– ¿Por qué? -preguntó Brett con sus ojos azules llenos de lágrimas-. ¿Por qué no puedes querer sólo a papá?
– Porque ya no está -respondió Stephanie abrazándolo-. Cuando seas un poco mayor te empezarán a gustar las chicas. Te lo prometo. Así que saldrás con ellas. Puede que incluso tengas novia. Y la querrás. ¿Seguirás queriendo entonces a tus hermanos?
– ¿Qué tiene eso que ver con lo que estamos hablando? -preguntó el chico mirándola con asombro.
– Contesta a mi pregunta. ¿Los seguirás queriendo?
– Supongo que sí. Si no se ponen muy pesados…
– ¿Me seguirás queriendo a mí?
– Eso seguro.
– Ahí quería llegar. El corazón humano tiene capacidad para amar a tanta gente como queramos tener en nuestras vidas. Si yo empezara a salir con alguien, mis sentimientos hacia ti, hacia los gemelos o incluso hacia papá no cambiarían. Hay sitio más que de sobra para todos.
– Pero me gusta pensar en ti al lado de papá.
– Puedes seguir pensándolo. Yo no lo dejé, cariño. Se murió. Lloramos su pérdida y seguimos queriéndolo. Eso es lo que tenemos que hacer. Pero también tenemos que vivir nuestra vida y ser felices. ¿No crees que eso es lo que le hubiera gustado a papá?
Stephanie sabía que a Marty le hubiera encantado que su esposa y sus hijos le guardaran luto eternamente, pero no tenía intención de hacer partícipe de aquel convencimiento a un chico de doce años.
– Pero no vas a salir con Nash… -aventuró Brett asintiendo levemente con la cabeza.
– No.
– ¿Me lo prometes?
– Nash y yo no tendremos una cita fuera de esta casa -aseguró Stephanie haciéndose una cruz sobre el pecho-. Pero es lo único que voy a permitirte entrar en mi vida, jovencito. Y si decido salir con alguien tendrás que aceptarlo, ¿de acuerdo?
– Sí. Sin problemas.
– Bien.
Ella lo besó en la frente antes de soltarlo. Luego lo metió en la cama y lo arropó, le dijo buenas noches y salió del dormitorio. Tras cerrar la puerta bajó lentamente por las escaleras.
Se preguntó cuándo había empezado Brett a considerar a Nash como una amenaza. ¿Había algo extraño en su comportamiento o era su hijo capaz de haber notado la poderosa atracción que ella sentía? No importaba. Se había sentido muy cómoda al aceptar que no saldría por ahí con Nash. No se lo imaginaba pidiéndole una cita para ir al cine o a cenar. No parecía de ese tipo de hombres. Nash era más de paseos por la orilla del río a medianoche y de besos apasionados contra los firmes muros de piedra del viejo castillo.
Stephanie sonrió. Al menos así lo veía ella en su imaginación. Teniendo en cuenta que no había cerca ni castillo ni río, estaba a salvo. Aunque no quisiera.
Cuando llegó al piso de abajo giró en dirección a la cocina. Un movimiento ligero le llamó la atención y se detuvo. Cuando se dio la vuelta se encontró con Nash recorriendo la alfombra del salón arriba y abajo. Al verla se detuvo y se encogió de hombros.
– He cenado demasiado -dijo-. No tengo ganas de acostarme. ¿Te molesto?
– Por supuesto que no. Tengo que hacer galletas para que los gemelos se lleven mañana al colegio. Hay pocas cosas menos interesantes que ver a alguien hornear. ¿Quieres venir a aburrirte un rato a la cocina? Seguro que te ayudará a dormir.
– Claro.
En cuanto él accedió Stephanie sintió deseos de golpearse la cabeza contra la pared más cercana. Verla a ella tal vez resultara aburrido para Nash, pero tenerlo cerca le resultaba a ella salvajemente excitante. No necesitaba pasar más tiempo a su lado. Pasar el rato con Nash sólo contribuía a avivar su calenturienta imaginación. Antes de la cena de aquella noche lo consideraba sensual y encantador. Pero después de la velada había comenzado a gustarle.
Le había gustado verlo relacionarse con su familia. Se había mostrado cariñoso y comprensivo con las docenas de niños que pululaban por allí y muy atento con sus hermanos. Stephanie se había quedado impresionada al saber cómo se ganaba la vida. No había acertado mucho al pensar que era profesor o vendía zapatos. Nash trabajaba en un mundo oscuro y peligroso, lo que contribuía a hacer de él un hombre todavía más atractivo.
Stephanie se dijo a sí misma que tenía que dejar de pensar en Nash como en un cavernícola de torso desnudo que la empujaba hacia el lado salvaje. El pobre sólo había firmado como huésped de su posada, no como estrella protagonista de sus fantasías eróticas. Si él supiera lo que estaba pensando, probablemente se vería obligado a salir corriendo en medio de la noche pegando gritos.
Stephanie sacó los ingredientes necesarios para hacer galletas de chocolate y los dejó sobre la encimera.
– ¿Te ayudo? -preguntó Nash haciendo amago de levantarse de la silla en la que se había sentado. Ella negó con la cabeza.
– Las he hecho tantas veces que ni siquiera tengo que mirar la receta. Pero si te portas bien te dejaré probar una recién sacada del horno.
– Trato hecho.
– Bueno, ¿qué te ha parecido esta noche? -preguntó Stephanie rompiendo un par de huevos y echándolos sobre la harina.
– Ha estado bien. Pero no sería capaz de recordar el nombre de casi nadie.
– Yo que tú ni lo intentaría -aseguró ella calculando la medida del azúcar moreno-. ¿En qué parte de Chicago vives?
– Tengo una casa al lado del lago. Puedo ir caminando a los mejores restaurantes y cerca hay un buen circuito para correr.
– Yo nunca he estado allí, pero me imagino que no podrás correr mucho en invierno.
– Es cierto. Entonces me machaco en el gimnasio.
Desde luego su cuerpo daba fe de ello. Aunque dudaba mucho de que Nash se entrenara para presumir. No había duda de que lo necesitaba por su trabajo. Stephanie trató de no suspirar al imaginárselo en camiseta sin mangas y pantalones cortos levantando pesas. Concentró todas sus energías en batir vigorosamente los huevos.
– Crecí sólo con mi hermano y con mi madre -dijo Nash con calma-. Hasta ahora no he sabido lo que es una familia numerosa.
– Tardarás un tiempo en acostumbrarte a los Haynes -aseguró ella-. Pero vale la pena el esfuerzo.
Nash asintió con la cabeza.
– ¿Y qué me dices de ti? ¿Eres la mediana de siete hermanos?
– No exactamente -contestó Stephanie abriendo el bote de la vainilla en polvo-. Soy hija única. Mis padres eran artistas. Estaban muy centrados en sí mismos -aseguró con una sonrisa-. No les interesaba el mundo exterior. Cosas como la factura de la luz o la nevera vacía no iban con ellos. Tuve que crecer muy deprisa. Alguien tenía que ser el responsable y me tocó a mí.
– ¿Fue muy duro? -le preguntó Nash mirándola a los ojos.
– A veces sí. Pero también aprendí muchas cosas. Cuando terminé la universidad estaba más que preparada para enfrentarme al mundo real.