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– Hacía mucho que no besaba a nadie -confesó con voz entrecortada por el deseo-. No lo recordaba así.

– Yo tampoco -dijo Stephanie tras aclararse la garganta.

– ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza.

– ¿Quieres que me disculpe?

– No. A menos que estés arrepentido.

– En absoluto -aseguró Nash sonriendo levemente.

Entonces alzó la mano en dirección hacia ella pero volvió a dejarla caer.

– Será mejor que suba antes de que… Bueno, antes de que empecemos otra vez.

Stephanie no quería que se fuera, pero sabía que aquello era lo mejor. Cosas de la madurez. ¿Por qué no sería igual de divertido que actuar como una jovencita irresponsable?

– Que duermas bien -dijo Nash antes de darse la vuelta.

– Lo dudo mucho -respondió ella sin poder evitarlo.

Él la miró fijamente y sonrió.

– Qué me vas a decir a mí.

Capítulo 7

Stephanie pensó en la posibilidad de mirar el reloj, pero la última vez que lo había hecho eran casi las cuatro de la mañana. Y no había pasado mucho tiempo desde entonces. Había conseguido adormilarse durante unas horas pero la mitad de la noche se la había pasado rememorando los maravillosos besos que había compartido con Nash y la otra mitad tapándose la cara con la almohada para ocultar lo avergonzada que estaba.

¿En qué estaría pensando? ¿O acaso no había pensado en nada?

No, se dijo a sí misma. No había pensado en nada. Se había limitado a reaccionar. Se había dedicado a sentir, a tocar y a desear. Pero no a pensar.

Si se hubiera tomado su tiempo para pensar en lo que estaba haciendo nunca hubiera respondido con semejante avidez. Se había vuelto loca de pasión, una experiencia nueva para ella. Su deseo se había desatado por completo en menos de diez segundos. ¿Qué decía aquello de ella?

Stephanie no tenía una respuesta. En todos los años que había estado casada con Marty nunca se sintió tan deseosa. Tan viva. Tan desesperada.

– Desesperada -murmuró en medio del silencio de la noche.

No le gustaba cómo sonaba aquella palabra. Le hacía pensar en gente digna de lástima que hacía cosas inapropiadas sin pensar en las consecuencias.

Cosas como hacer el amor sobre la encimera encima de la masa de las galletas.

Stephanie se cubrió la cara con la almohada y ahogó un quejido.

Ella no estaba desesperada, se aseguró a sí misma con firmeza. Si lo estuviera andaría por la ciudad en busca de padres separados. Había conocido a varios en las reuniones del colegio. Un par de ellos incluso la invitaron a salir. Stephanie agradeció la invitación, pero no había nada en ellos que le provocara espasmos sexuales como le ocurría con Nash. Eran hombres amables y simpáticos que no la atraían ni lo más mínimo. Le había resultado excesivamente fácil recordar que no quería tener ninguna relación con nadie porque salir con un hombre implicaba adquirir más responsabilidades. Gracias pero no.

Con Nash era distinto. Le había resultado infinitamente más sencillo olvidarse de sus normas y concentrarse en el aspecto de aquel hombre cuando entraba en una habitación. Podía pasarse horas recordando su boca, su voz, sus manos… Y todo eso había sido antes de que la besara. Ahora que tenía la prueba evidente de su potencial podía pasarse fácilmente la mayor parte del día considerando las posibilidades sexuales que tenía. Podrían…

Stephanie se sentó en la cama y encendió la lamparita de la mesilla de noche.

– Basta ya -dijo en voz alta-. Eres una mujer madura y responsable con un próspero negocio y tres niños. Dentro de unos días vendrán más huéspedes, las vacaciones de verano empiezan a finales de esta semana y la colada se multiplicará como una camada de conejos. No puedes pasarte todo el día pensando en hacer el amor con Nash Harmon. No está bien. No es sano. No va a ocurrir nunca.

Lo último era lo más triste de todo, pensó mientras se dejaba caer de nuevo sobre la cama. Si al menos Nash entrara sigilosamente en su dormitorio en mitad de la noche y se aprovechara de ella… Si al menos…

Stephanie volvió a sentarse. Pero esta vez no lo hizo para regañarse a sí misma. Esta vez abrió la boca sin poder evitarlo al pensar en algo espantoso.

Nash y ella se habían besado. En mitad de la cocina. Había sido auténtico, maravilloso y absolutamente erótico. Pero no sabía por qué lo había hecho Nash ni si se arrepentiría por la mañana. En cualquier caso se encontraría con él y tendría que actuar como si nada hubiera pasado. Tendría que hacer como si no la afectara su presencia ni su voz, y tendría que hacerlo delante de sus hijos.

Stephanie gimió, se tumbó de lado y se abrazó a la almohada. ¿Por qué no habría pensado en aquella parte antes de quedarse pegada entre sus brazos? ¿Y si a Nash le diera por pensar que era una especie de devoradora de hombres? ¿Y si se estaba riendo de ella?

Cada pensamiento le parecía más espantoso que el anterior. Stephanie se castigó durante todo el rato que pudo con la idea de una posible humillación y finalmente se rindió y retiró las sábanas. No pensaba quedarse allí tumbada un par de horas más mortificándose. Lo mejor sería enfrentarse al nuevo día con una sonrisa y el corazón contento.

Cruzó hacia el cuarto de baño y encendió la luz. La cosa era peor de lo que pensaba. Además de tener el pelo de punta y el rostro completamente pálido tenía unas bolsas moradas debajo de los ojos del tamaño de una bolsa de viaje. Tendría que retrasar su idea de empezar el día con una sonrisa. La próxima hora la pasaría con una compresa fría tapándole los ojos.

Nash escuchó pasos en las escaleras poco después de las cinco de la mañana. Pensó que seguramente Stephanie se habría despertado pronto aquella mañana. Sintió deseos de levantarse y reunirse con ella para acompañarla en lo que estuviera haciendo, pero tuvo la impresión de que a Stephanie no le haría gracia la interrupción.

Así que se quedó sentado en la butaca frente a la ventana y contempló el pálido resplandor de la luz que se abría paso en el horizonte.

Se sentía bien. Era duro admitirlo, pero así era. Estaba lleno de vida. El deseo se movía por debajo de la superficie, amenazando con salir a flote en cualquier momento. Sentía una punzada de interés en los recovecos del cerebro. Ya no tenía ganas de concentrarse en el trabajo. En lugar de eso estaba haciendo planes, soñando despierto.

¿Cuándo había ocurrido? No se trataba sólo de los besos ni de su renacido deseo sexual. Por supuesto que deseaba a Stephanie. Sólo tenía que decirle cuándo y dónde y él estaría allí. Pero sentía algo más.

¿Sería por haber encontrado a su familia? ¿Se trataría de una combinación de varias cosas? ¿Sería que por fin se había visto obligado a levantar la vista del trabajo y había descubierto que había todo un mundo fuera?

Mientras miraba por la ventana, Nash tuvo un recuerdo súbito de lo que había sentido al tenerla entre sus brazos. El modo en el que el cuerpo de Stephanie parecía fundirse con el suyo. En sus curvas. En su delicioso olor… Nash curvó los dedos al recordar el tacto de sus senos y cómo había gemido cuando le rozó con los dedos los erectos pezones.

El cuerpo de Nash reaccionó como era de esperar. Sonrió mientras sentía la sangre subiéndole hacia la entrepierna. El deseo se hizo más poderoso hasta llegar a resultar incluso incómodo, pero a él no le importaba. Sentir aquello era mil veces mejor que no sentir nada, y Nash llevaba mucho tiempo sin sentir nada.

Desde la muerte de Tina.

Cerró los ojos para protegerse de la luz, cada vez más poderosa. No quería pensar en ella. Aquel día no. No quería vivir en el pasado ni preguntarse qué habría podido hacer. Sólo quería sentir.

La vida lo estaba llamando. Podía escuchar el toque, sentirlo en su interior. ¿Iba a contestar? ¿Estaría a salvo al hacerlo?