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– Quería hacerlo -admitió Stephanie-. Consideré las opciones, pensé qué me gustaría hacer y decidí que no estaba dispuesta a volver a pasar por aquello otra vez. Pero justo antes de ponerme a hacer las maletas descubrí que estaba embarazada de Brett.

Stephanie acarició distraídamente la taza con un dedo.

– Marty estaba encantado. Me juró que las cosas serían diferentes y yo quise creerlo. Pensé que no estaba bien apartarlo de su hijo y me quedé. El fue de trabajo en trabajo, de ciudad en ciudad, de estado en estado, y nosotros íbamos detrás. Cuando yo conseguía ahorrar un puñado de dólares él se los gastaba en algo tan absurdo como en una motocicleta vieja o un fin de semana haciendo rafting. Esperé a que se hiciera adulto, a que se diera cuenta de que tenía responsabilidades. Busqué modos imaginativos de traer dinero a casa. Pasados unos años le dije que no podíamos seguir así. Yo le daría clases a Brett mientras estuviera en preescolar, pero si para cuando empezara primaria no estábamos asentados en algún lugar, me marcharía.

Stephanie se reclinó en la silla y se encogió de hombros.

– Brett tenía tres años. Eso le daba a Marty tres años más para rehacer su vida. Mientras tanto yo empecé a ir a clase de económicas por las noches cuando podía. Si tenía que marcharme quería estar preparada para cuidar de mí y de Brett.

– Y entonces llegaron los gemelos -dijo Nash.

– Otro embarazo que me pilló desprevenida -reconoció ella-. De pronto tenía un hijo de cuatro años y dos bebés. No teníamos dinero. Tuve que pagar al médico en recibos semanales. El día que llegué a casa con los gemelos la ciudad se quedó una semana entera sin luz. Fue un infierno. Marty no paraba de decir que todo saldría bien. Seguía sin aparecer en los trabajos o sencillamente dejándolos. Un año más tarde toqué fondo. Agarré a los niños y me marché. Sabía que me resultaría duro sacarla adelante sola, pero cuidar de tres hijos era mucho más fácil que encargarse de cuatro.

Si Marty no hubiera estado muerto, Nash habría ido a buscarlo para darle una buena tunda.

– Él me siguió y me suplicó que volviera -continuó Stephanie alzando un instante la vista para mirarlo-. Brett lo adoraba y me rendí. Ya no lo amaba, pero me sentía culpable por haberme marchado. ¿No es una locura? Así que me quedé. Y entonces un día recibió una carta de un abogado en la que se le comunicaba que había recibido una cantidad importante de dinero. Le dije a Marty que quería invertirlo en una casa. Pensé que si al menos tuviéramos esa seguridad yo podría soportar lo demás. En aquel momento estábamos atravesando Glenwood, así que decidimos comprar algo aquí. Pero Marty no podía comprar una casa normal y pagarla de una vez. Esta monstruosidad encaja bien con sus fantasías. Yo pensé que sería mejor que tirar el dinero en un barco para poder dar la vuelta al mundo, así que accedí. Entonces él murió.

– Has hecho un gran trabajo -aseguró Nash sin saber muy bien qué decir.

– He hecho lo posible por pensar siempre en mis hijos. Quiero que sean felices y se sientan seguros. Quiero que sepan que son muy importantes para mí. Pero ésa no es la cuestión.

Stephanie estiró los hombros.

– Tengo treinta y tres años. He tenido que cuidar de alguien desde que tuve edad para hacer la compra por teléfono. Cuando tenía diez años ya me encargaba de pagar las facturas y de controlar el dinero de la casa. Mis padres se marcharon a Francia cuando tenía doce años. Estuvieron fuera cinco meses. Me asustaba estar sola durante tanto tiempo pero lo superé. Era la adulta cuando estaba con Marty y soy la adulta ahora. Lo que quiero decir es que no quiero otra responsabilidad. He oído decir que los hombres pueden ser compañeros en una relación, pero yo nunca lo he visto.

Nash escuchó aquellas palabras pero no entendió por qué se las estaba diciendo a él.

– Estoy impresionado por lo bien que has superado todo -le dijo.

– Pero no entiendes por qué te estoy contando esto -respondió Stephanie asintiendo con la cabeza.

– Exacto.

Ella respiró hondo y clavó la vista en la mesa.

– Los besos de anoche fueron increíbles. El hecho de que no hayas salido corriendo de la habitación esta mañana cuando me has visto me indica que para ti tampoco estuvo mal del todo.

Nash sabía lo difícil que le estaba resultando aquello a Stephanie, pero no pudo evitar reírse.

– Veo que vas entendiendo mi posición -le dijo-. Te deseaba. Sigo deseándote.

Ella abrió la boca para decir algo pero no fue capaz de emitir ningún sonido. Se limitó entonces a mirarlo con los ojos muy abiertos y expresión asombrada.

– Yo… te agradezco la sinceridad -susurró Stephanie-. Lo que quiero decir es que no me he permitido a mí misma ningún pensamiento sexual desde la muerte de Marty. No tengo oportunidad de conocer a muchos hombres pero los que conozco o bien salen espantados al ver a una viuda con tres hijos o se parecen demasiado a Marty, en cuyo caso soy yo la que sale corriendo. No quiero mantener una relación. No quiero comprometerme. Y sin embargo…

Stephanie se detuvo.

Nash se inclinó hacia ella. No estaba muy seguro de hacia dónde quería ir ella, pero si iba en la dirección que él pensaba, estaba dispuesto a firmar allí mismo.

– Pensé que esa parte de mí estaba muerta -dijo Stephanie-. Pero no lo está.

– Me alegro de saberlo.

– Ya me imagino -comentó ella sonriendo levemente-. Por eso me estaba preguntando que, ya que tú vas a irte de la ciudad a finales de la semana que viene…

Nash colocó todas las piezas juntas, las separó y volvió a unirlas de nuevo. Y llegó a la misma conclusión, lo que significaba que algo estaba haciendo mal, porque no podía tener tanta suerte.

– Ahora tienes que decir algo -aseguró Stephanie mirándolo fijamente.

– ¿De verdad quieres que lo diga?

Ella asintió con la cabeza.

Si se había equivocado, Stephanie le arrojaría el café a la cara y se vería obligado a buscar otro alojamiento. Podría soportarlo.

– No estás interesada en tener una relación -se aventuró a decir.

– Eso es.

– Y te gustaron los besos.

– Ajá.

– Mucho.

– Se podría decir que sí -respondió ella con una sonrisa.

– Lo que estás buscando es una aventura mientras yo esté en la ciudad que se termine cuando me marche. Sin ataduras ni reproches ni corazones rotos. Hasta entonces nos haremos mutua compañía por la noche. ¿Va por ahí la cosa?

Capítulo 8

La cosa iba por ahí, pensó Stephanie mientras sentía un nudo de vergüenza atravesado en la garganta. Le parecía asombroso que Nash lo hubiera expresado a la primera con tanta facilidad.

Una cosa era pensar en hacer el amor salvajemente con un desconocido imaginario que resultara ser guapo, sensual y erótico hasta decir basta y otra muy distinta que el objeto de su deseo averiguara sus intenciones y se las dijera en voz alta.

A la luz del día la idea parecía absurda, fuera de lugar y completamente irrealizable.

Sin pensar en lo que hacía, Stephanie se puso de pie y salió de la cocina. No tenía ningún destino en mente. Sólo necesitaba apartarse de Nash.

Mientras caminaba por el pasillo trató de repetirse a sí misma que no había hecho nada malo. Era una persona adulta. Él la había besado y les había gustado a ambos. Entonces, ¿qué tenía de malo sugerir que avanzaran hacia el siguiente nivel? ¿Acaso no era eso lo que todo el mundo hacía?

«Tal vez», pensó algo agitada. Pero ella no. Sólo había estado con un hombre en toda su vida: con su marido. Las normas de comportamiento social del mundo actual se le escapaban completamente. Nunca antes se había atrevido a pedirle a un hombre que la tomara de la mano, ni mucho menos que tuvieran una aventura.

Stephanie llegó al final de la escalera pero antes de que pudiera poner el pie en el suelo alguien la agarró del brazo.